Malú
Kikuchi
La
Argentina es un país privilegiado…con vocación suicida.
La
naturaleza ha sido pródiga en dones de todo tipo, largos de enumerar.
Un
enorme territorio, el 8º del planeta y una larguísima costa marítima, rica en
pesca.
Hay
que sumarle la pampa húmeda, con capacidad para alimentar a 400, quizás 600
millones de personas, lo que dio nacimiento a una formidable y moderna agro
industria.
Y
la minería, Veladero ha sido la más importante mina de oro del mundo.
Además
del litio, indispensable para las baterías.
Todos
los climas, montañas, serranías, llanuras, ríos poderosos, lagos profundos,
trópico y hielo.
Una
maravillosa Constitución Nacional, que
pocos conocen y a la que casi nadie respeta, por ignorancia o por
decisiones personales.
La
Argentina tuvo una educación pública.
La
tiene, pero antes era de excelencia, único rasero socio económico conocido
hasta el día de hoy.
Hoy
esa educación no sólo no es de excelencia,
es mala…
Pobre
en conocimientos, fuera del siglo XXI.
Y
los chicos tienen clase, si los gremios de la educación lo permiten.
La
Argentina fue grande cuando su educación pública era deslumbrante.
Fue.
La
Argentina fue grande cuando su salud pública tuvo tecnología y conocimientos de
punta.
Fue.
La
Argentina tuvo premios Nobel en ciencias, único país de Latinoamérica en
tenerlos.
Fue un ejemplo.
Tuvo
una infraestructura memorable.
Puertos,
kilómetros de redes férreas, teléfonos, aviones y aeropuertos, el cine
argentino fue pionero en la región.
Los
escritores argentinos, así como los pintores, los pensadores se hicieron
internacionales.
Florecieron
las editoriales y las galerías.
La Argentina
hasta 1943 y desde finales del siglo XIX, estuvo entre los 10 países más
desarrollados del mundo.
Una
esperanza para los migrantes que ayudaron a consolidar la nación.
Un
país serio, confiable, con una economía sólida, con horizontes amplios, en
todos los sentidos.
Todo
eso, fue.
Y
es triste hablar de un pasado glorioso cuando el presente es triste, angustioso
y gris.
Hoy, el poder
judicial, en su mayoría, da vergüenza.
Hay
excepciones, desgraciadamente pocas.
La
corrupción es inherente al ser humano, está en todos partes, pero acá hay
impunidad.
Mientras no haya
Justicia en el poder judicial, el futuro no existe.
Hoy,
el poder legislativo es tan partidario que no tiene tiempo para pensar en la
Patria.
Defender
“la quintita” propia y el pedacito de poder que tienen, es más importante que
votar las leyes que se necesitan para volver a ser.
Hoy,
el ejecutivo con una voracidad desconocida y feroz, destruye la actividad
privada para mantener un improductivo gasto público, a través de impuestos
exorbitantes.
Y
hasta ahora no ha sido capaz de mostrar un plan de desarrollo a largo plazo,
sin el cual nunca se volverá a ser.
Hoy,
los gremios manejan todo, son el verdadero 4º poder sin el cual no se puede
hacer nada.
Paralizan el
país, exigen, aprietan, evaden la justicia y también parecen manejarla.
Amenazan
y se les teme.
Sin
gremios ocupados sólo del bienestar de sus afiliados, nunca se volverá a ser.
¿Cómo se permitió
llegar a este punto?
A
pesar del éxito del G20, la pobreza está en el 33%, la inflación anual llegará
al 47%,
los posibles
inversores no llegan porque temen que vuelva el populismo de CFK y rompa todos
los contratos firmados, algo que sin lugar a dudas, haría.
Parafraseando
al tango *Cuesta abajo, la Argentina podría decir: “si arrastré por este mundo
la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”, la respuesta no es simple.
El
populismo es en gran parte el responsable, pero este fue siempre votado,
preferido, elegido.
El
pueblo argentino en su mayoría, una mayoría que gana elecciones y cuando no las
gana no deja gobernar a los que le ganaron, tiene vocación suicida.
Los
que no votan populismo y se dedican a demoler a los gobiernos que intentan no
serlo, también tiene vocación suicida.
Para
evitarlo, si es que todavía es posible y con la esperanza de estar a tiempo
para revertir la situación, existe el Centro de Ayuda al Suicida, CAS, (11)
5275 1135.
“Su
llamado es personal, confidencial y anónimo”.
Para
volver a ser, hay que olvidar la vocación suicida que nos aqueja.
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