Por
Sergio Crivelli
Trascendió
que el ex ministro de los Kirchner no quiere una alianza con el kirchnerismo.
Esto pone trabas a la unificación peronista y mantiene la incertidumbre sobre
el futuro electoral.
Desde
hace un año la situación política es perfectamente circular.
La
información pasa una y otra vez por el mismo punto sin ningún cambio de fondo.
Parece
extraída de un texto kafkiano.
Hay
una verdadera lluvia de encuestas que diagnostican una situación catastrófica y
un futuro negro para el gobierno, los medios profetizan cotidianamente
apocalipsis económicos que demoran en cumplirse.
Se
instalan y desinstalan candidatos, se anuncia el crecimiento constante de Cristina
Kirchner y el aumento de la decepción con el gobierno.
Pero cuando
llega la hora de los hechos Unidad Ciudadana pierde.
Ante
tan porfiado desencuentro de las esperanzas con la realidad, la ex presidenta
puso prudentemente a su hija fuera del alcance de la justicia argentina.
Esa
es hasta ahora la mejor encuesta disponible.
La
oposición peronista (la única que hay)
busca la manera de aprovechar los efectos negativos que aún persisten de la
devaluación del año pasado, pero no encuentra la herramienta adecuada.
Necesita
un candidato que pueda desalojar a Mauricio Macri de la Casa Rosada, sin
embargo no avanzó todavía un paso en ese proyecto.
En
el verano fue a buscar a la costa atlántica a Roberto Lavagna que salió por
todos los medios acompañado de uno de los impulsores de su candidatura, el
senador Miguel Pichetto.
A
partir de ese momento la campaña mediática de Lavagna alimentó infinidad de
conjeturas, pero lentamente el escenario está empezando a aclararse.
Hacia
el fin de semana trascendió que se había reunido con sindicalistas y expresado
sus reparos a un acuerdo con la ex presidenta Cristina Kirchner.
La
idea que le plantearon los gremialistas era la de un eventual retiro de CFK y
la vuelta del peronismo al poder detrás de su figura.
El
criterio de Lavagna al respecto parece distinto, muy parecido al de Pichetto y,
dicho sea de paso, más realista.
Si
la idea es presentar un proyecto distinto del macrista y del pasado
kirchnerista, la señal de un acuerdo con la ex presidenta y con la Cámpora
sería por lo menos contradictoria.
Puede
resultar paradójico que Lavagna, que no quiere internas y se promueve a sí
mismo como un "candidato de unidad", propicie al mismo tiempo la exclusión de un sector, pero el
planteo tiene su lógica.
Propone
una unidad que exceda al peronismo con dirigentes de fantasía como
"Ricardito" Alfonsín o sin ningún peso nacional como los socialistas
santafecinos, porque no quiere quedar prisionero del peronismo.
No
quiere ser un títere de las burocracias política y sindical del PJ que sin un
liderazgo firme históricamente se han comportado de una manera salvaje.
No quiere ser un
Héctor J. Cámpora del siglo XXI.
Esa
es la consecuencia más obvia de improvisar un candidato para salir de pesca y
que no sea ese candidato la consecuencia de un liderazgo político comprobado o
del poder territorial de un partido.
Por
otra parte, Lavagna ya tuvo que hacer la incómoda aclaración de que si llegara
al poder no indultaría a ningún corrupto.
Un pacto con
Cristina Kirchner significaría quedar contaminado de lo mismo que promueve
el rechazo del 65% de los votantes hacia la hoy senadora bonaerense.
Representaría
el proverbial y fatal abrazo del oso.
A
lo que hay que añadir que, si esa no fuese razón suficiente para huir de la
"unidad del peronismo", queda el ejemplo reciente de la elección
neuquina.
No
se puede promover el pasado para ganar la próxima elección.
Ni Cristina es
Perón,
ni el Calafate es Puerta de Hierro.
La
clave de la campaña es una opción que excluya las frustraciones de los dos
últimos gobiernos.
Desde
esa perspectiva, sumar a CFK, resta y le da ventaja a Macri.
La
indigencia opositora involucra, de todas maneras, una ventaja relativa para el
gobierno.
Si
quiere llegar con chances a octubre debe mejorar el control de la inflación y
acelerar la reactivación, lo que resulta difícil por el camino elegido:
El
tipo de cambio flotante y la libertad de precios.
El cambio de
tipo fijo y los precios máximos ya probaron ser una bomba de tiempo, pero en lo
inmediato producen un efecto estabilizador.
Macri,
en cambio, apuesta (más por necesidad que por virtud) a una racionalidad
económica que hace más de 70 años fue desterrada de la Argentina.
Apuesta
no sólo contra el empresariado prebendario, las burocracias políticas y
sindicales, las mafias policiales, etcétera, sino también contra una cultura del distribucionismo que le ha dado la
espalda a la realidad durante generaciones.
Twitter:
@CrivelliSergio
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