LA NACION - 16 de febrero de 2015
Por
Alberto Fernández
Muerte
del fiscal NISMAN
En
su Oda a la alegría, Beethoven logra un instante culminante cuando el coro
entona "ante Dios" ("vor Gott") y un potente acorde se
prolonga acompañando ese grito.
Inmediatamente
callan el coro y los instrumentos.
Tras la
estridencia, sin canto ni música de por medio, el autor logra estremecer
profundizando con el silencio la enormidad del momento previo.
En
la música, el silencio es un extraordinario recurso para sensibilizar al que
oye.
Y
también en el trajín cotidiano, cuando todo ruido cesa, cierto escozor nos
atrapa en la soledad reflexiva que el silencio funda.
Aquí, un enorme
estrépito acaba de aturdirnos.
Un
fiscal que denunció penalmente a la Presidenta apareció muerto días después de
formular su demanda y sólo un día antes de fundar su imputación ante el
Congreso Nacional.
En el centro del
poder, allí donde la denuncia tocaba fibras, hablaron de suicidio y de
asesinato, acusaron al muerto de ser un padre desatento y un títere de factores
que operan en las sombras y hasta afirmaron que una suerte de lucha fratricida
entre servicios de inteligencia acabó detonando esa muerte.
Todo lo dicho
sería poco importante de no ser que ha salido de la boca de la Presidenta
imputada por el fiscal muerto.
Ignorando
la tragedia, se indultó a sí misma apropiándose de la verdad, de la Patria y
hasta de la alegría y condenó cínicamente a los que quedamos agobiados por lo
patético de lo ocurrido.
Conoce
que hay una herida abierta por una muerte que estremece y que no se entiende y
sabe que el silencio ciudadano la interpela por ella.
Cristina sabe
que ha mentido y que el memorando firmado con Irán sólo buscó encubrir a los
acusados.
Nada
hay que probar.
Merced
a ese pacto, la evaluación de los hechos quedaría en manos de una comisión que
funcionaría en la patria de los prófugos y en la que la mayoría de sus miembros
debería contar con el acuerdo iraní.
¿Para
que pactaron ambos gobiernos notificar a Interpol lo acordado, si no era para
levantar los pedidos de captura librados?
Ajena
Pero
Cristina se siente ajena a la disputa.
Está segura de
que la ley penal no caerá sobre ella porque perversamente hizo avalar su
nefasta decisión con una ley nacional.
Irónicamente,
senadores y diputados legitimaron con sus votos el encubrimiento de los
presuntos asesinos.
No
es la primera vez que se actúa de ese modo.
También encubrió
la corrupción de su vicepresidente expropiando una empresa fabricante de
moneda y logrando que los votos de diputados y senadores legitimaran el
ocultamiento de pruebas.
Sólo
un necio diría que el encubrimiento presidencial a los iraníes no está probado.
La
imputación que ahora se ventila apenas descubre cómo el Gobierno se embarra en
pos de ese objetivo usando marginales de la política como sus mensajeros ante
iraníes perseguidos.
Éstas son las
cosas que todos debemos saber cuándo en silencio marchemos.
Porque
nuestro silencio no calla lo que pensamos ni evidencia nuestra ignorancia.
Sólo
indica a la Presidenta que su inexplicable arrogancia nada explicó y que con
ella no se desataron "golpes blandos", sino "reclamos muy
duros".
Para
entonces ya no habrá palabras.
Sólo
hablará el silencio.
Como
en la música, será el silencio el que erice la conciencia de quien traicionó el
reclamo de justicia de los 85 muertos en el atentado contra la AMIA y el que
deje al descubierto el encubrimiento intentado.
Y
será el silencio el que descubra la magnitud de la tragedia vivida.
La
misma tragedia que Cristina sólo podrá negar hasta que el silencio la aturda…
El autor fue
jefe de Gabinete entre 2003 y 2008
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