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Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 9 de noviembre de 2013

La muerte indigna del kirchnerismo...

Por Nicolás Márquez
Tras el revés electoral que sufrió el régimen kirchnerista el 11 de agosto pasado, si el gobierno tuviese una mínima cuota de amor propio, entereza y orgullo, no vacilaría en reafirmar sus convicciones (supuesto que las tengan), ni tampoco en sostener su pretendida revolución nacional y popular manteniendo los mismos valores y las mismas banderas que dicen venir empuñando desde hace una década, independientemente de las resultas del ocasional marketing electoral.

Sin embargo, temerosos de la confirmación y/o profundización de la derrota en las elecciones de octubre y del triste desenlace de su proyecto político (con el fantasma de la cárcel a cuestas), en las últimas horas los kirchneristas pegaron un inocuo giro copernicano reconociendo tardíamente que existe inseguridad, que la inflación no es la del INDEC, que hay una galopante crisis energética y encima modificaron el impuesto a las ganancias durante un corto plazo meramente electoralista.

Como si estas traiciones al discurso de ellos mismos fueran insuficientes, el Frente para la Victoria escogió como candidato en las tierras bonaerenses a un tal Martín Insaurralde, vagamente conocido no por su militancia revolucionaria ni por su desaliñado perfil estético de tinte “seisieteochezco”, sino por lucir higienizado, hablar pausado, mostrarse amable y ser un habitual frecuentador de vistosas bataclanas de farándula. Seguidamente, a los efectos de popularizarlo un poco más, la Presidente se llevó al galán bonaerense a entrevistarse y fotografiarse con el “ex genocida” Papa Francisco, en gesto de notoria hipocresía que obró de antesala para que luego el Alcalde de Lomas de Zamora asistiera a mendigar votos nada menos que al canal TN, del demonizado Grupo Clarín.

Lo cierto es que esta repentina amabilidad preelectoral y las muchas incongruencias que viene protagonizando el kirchnerismo en las últimas horas, no han hecho más que confirmar que al oficialismo nada lo ata a valores objetivos, sino que su angurria por la conservación del poder los ha llevado cultivar la discordancia ideológica a extremos tan audaces, que si las encuestas así lo indicaran hasta serían capaces de permutar su relato setentista maldiciendo a los montoneros y abrazándose con Alfredo Astiz, si es que tal meneo les permitiera conseguir algún votito extra en las contiendas que se avecinan.

A pesar de estas zigzagueantes maniobras de último momento, todos los sondeos y estudios estadísticos confirman que la muerte del kirchnerismo de cara a octubre sería terminal e irreversible, por más retrasada cordialidad que sus personeros pretendan ofrecer en el minuto 90´ del segundo tiempo (futbolísticamente hablando).

El kirchnerismo (o lo que queda de él), nunca ha tenido magnanimidad en sus años de exitismo electoral ni tampoco han sabido vivir con altura su hegemonía. Ahora, cuando la suerte les es hostil y se les acortan las perspectivas de vida, Cristina y sus lacayos, fieles a su esencia modificaron todos sus paradigmas de un martes a un jueves especulando con conseguir de esta manera alguna cuota de supervivencia política. Vale decir, el kirchnerismo llega al ocaso de sus vidas demostrando que no sólo no tienen entereza para soportar la adversidad con las botas puestas sino que además no cuentan siquiera con dignidad para morir. ¿Dónde quedó la supuesta épica camporista tan divulgada en los insufribles entretiempos de las transmisiones de Fútbol para Todos?

Pero como nadie muere hasta que no está definitivamente muerto y como el kirchnerismo es una enfermedad que sólo se cura con la muerte, resulta indispensable que las cosas no queden libradas al azar y que en octubre la tripulación que detenta el poder del Estado sea colocada en su justo sitio, porque tal como dijo cierta vez ese notable artista francés del Siglo XX Francois Desnoyer
“Hay muertos a los que conviene matar”, por lo tanto, al proyecto político kirchnerista no debe dársele siquiera la posibilidad de una muerte digna, dado que, como vimos, tampoco han hecho el menor mérito para merecerla.

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