Pasear
entre las fieras es sostener medidas de prevención que el gobierno porteño
tendrá que aplicar con mano de seda, como la prohibición de que los mayores de
70 años salgan a la calle.
Este
fue el tema de la reunión que lo hizo reaparecer a Larreta el viernes por la
mañana en Olivos.
Es
un régimen que puede ser un búmeran.
¿Prohibirles
a los viejos salir a calle, cuando quienes contagian son los jóvenes y los
viejos los contagiados?
Es
como forzar a la gente a que se quede en su casa y dejarle zona liberada a los
ladrones para que roben.
Responde
a una hipótesis sobre la letalidad de la peste, como son hipótesis todas las
otras medidas que se imponen por si las moscas.
Es
entendible porque los gobiernos tienen que prever lo peor.
Pero
ojo con los viejos.
El
psicoanalista Arnaldo Rascovsky popularizó en los años ’70 la teoría del
filicidio, como la tendencia cultural a ejecutar “el holocausto de las nuevas
generaciones”, enviado a los niños a la muerte.
Por
esos mismos tiempos Adolfo Bioy Casares ficcional izó sobre la tendencia a
matar a los viejos (Diario de la guerra del cerdo).
¿Habrá
triunfado esta segunda pulsión social, la de los parricidas?
Fernando
de la Rúa decía que su carrera política, siempre exitosa hasta el final –que
siempre llega– se había beneficiado del apoyo de dos sectores fidelísimos del
electorado porteño: la comunidad judía y
los jubilados.
Tanto
fue así que animó durante años un programa de radio dedicado a este sector
(“Encuentros con la tercera edad”, radio Municipal y después radio América).
Ojo
con los viejos,
que existe la tintura de pelo o el recurso de algunos calvos de toda calvicie
de ocultar las canas, expediente más eficaz si se le suma el barbijo, para
ocultar la identidad, como se vio en la cabecera principal del jueves en
Olivos.
Lo
último que necesitan los viejos es que los corran al grito de “Agarrelón,
que lo vacunamos de prepo”.
Ya
padecen las alcahueterías de los porteros.
Lo
último que necesitan gobernantes porteños como Alberto y Larreta es una
rebelión de los viejos por su libertad nada menos que en la ciudad de
Bergoglio.
El
Papa ha dicho las palabras más profundas sobre los ancianos como víctimas de la
cultura del descarte.
“Los
jóvenes –ha dicho por ahí- necesitan los sueños de los ancianos para tener
esperanza, para tener un mañana.
Sólo
el testimonio de los ancianos les ayudará a mirar hacia el horizonte y hacia
arriba, a ver las estrellas“.
Cuidar
es cuidar.
Mano
de seda.
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