Alberto
Fernández no se va a pelear con Cristina.
Lo
dijo el mismísimo Presidente una y otra vez.
Lo
asisten varias y poderosas razones.
Está
obligado a mantener un frágil equilibrio al interior de la fuerza que
representa en la que conviven bajo creciente tensión modos e ideologías que se
contraponen pero, además, tiene bien presente quién lo ungió para disputar el
cargo que hoy detenta.
Con
el país repartido entre “aislados” y “distanciados”, Alberto pretendió entrar
en modo post pandemia.
Se sacó por un
rato el traje de sanitarista para mostrarse gestionando política pero se le
complicó.
Solo
logró acelerar los tiempos de una inexorable dificultad:
La de
compatibilizar las irreconciliables diferencias con las que cohabita en el
poder.
Ya
pasó varias veces:
Alberto
Fernández baja señales de moderación, pone en acto un clima de consensos y
cuatro días después, como ganado por un espíritu maléfico, muta hacia el polo
opuesto y activa la confrontación.
Esta
semana volvió a ocurrir.
A
poco de una celebrada reunión con empresarios, en la que no solo los escuchó y
les prometió una reforma impositiva exhortándolos a comprometerse de manera
decidida en la reconstrucción, y a horas de que dejara trascender la buena
sintonía que cultiva con Roberto Lavagna, irrumpió
en las pantallas anunciando la intervención y expropiación de Vicentín.
A
su lado, marcando la cancha, la impulsora de proyecto, la senadora Anabel
Fernández Sagasti de indiscutible ADN cristinista.
El
ruido de las cacerolas no se hizo esperar.
El
“dejà vù” de la 125 tomó cuerpo en las atribuladas calles de la santafesina
localidad de Avellaneda.
La
gente revivió el clima del fatídico otoño del 2008, cuando los piquetes en las
rutas cortaron el paso y las retenciones móviles, liberando la cara más
agresiva del kirchnerismo.
El
conflicto con el campo marcó el inició un tiempo de brutal confrontación que
dividió sin retorno al país.
Doce
años después, con los mismos actores en escena pero en diferentes roles, el recuerdo de esos días extremos se
gatilló para todos y todas.
Puede
que Alberto haya perdido el sueño recordando la madrugada del voto no positivo
y la mañana posterior en la que, siendo Jefe de Gabinete, le tocó abortar el arrebatado intento de Néstor Kirchner de hacer
renunciar a su legítima esposa a la Presidencia de la Nación.
Él,
más que nadie, tiene en claro que esa jornada marcó un punto de inflexión y el
principio del fin de su gestión en el primer gobierno de CFK.
La reacción
frente al dislate presidencial del pasado lunes escaló con más rapidez que el
virus de la pandemia.
Una
curva de crecientes tensiones políticas que no se encuentra forma de aplanar.
Mientras
medio país se ve obligado a comer de las “ollas populares” que improvisa el
Estado para asistir a los sectores que la cuarentena va dejando fuera de juego,
en los balcones urbanos suenan las cacerolas.
Muy
mal momento para dar tan contundente y contradictoria señal.
El
proclamado intento albertista de entenderse con los sectores que producen,
construir vínculos regulares con la oposición y gestionar sobre la base de
consensos no hizo más que acelerar los tiempos de una inevitable confrontación
entre las tensiones que animan en la fuerza política que le da sustento y
reavivar la sospecha de que no es
Alberto Fernández, quién a la hora de este tipo de decisiones tiene la
última palabra.
El
documento emitido por La Cámpora titulado “Camino a la soberanía alimentaria”
no hace más que convalidar quién está detrás de la iniciativa.
Los
argumentos, definiciones y expresiones del paper, los mismos que utilizó el
Presidente en la malhadada presentación, no suelen estar en el catecismo de
quien está al frente del Ejecutivo.
Algo
demasiado impostado para un hombre que se define a sí mismo como de extracción
capitalista.
“Ahí
van a tener oportunidad de compararnos con Venezuela, con el infierno”, chicaneó
Alberto en la presentación, fustigando a los opositores en el mismísimo momento
del anuncio.
Una
acotación precipitada que lo obligó a seguir aclarando que la inspiradora de la
movida no fue impulsada por el mentoreo de su vice.
Para Alberto fue
una semana maldita.
La
movida lo hizo retroceder varios casilleros en la consideración popular. Los
mercados aplicaron rápidamente rigor en un momento estratégico para la
renegociación de la deuda y los intentos de escapar de la agenda pandemial se
estrellaron contra el empinamiento de la fatídica curva.
No
parece haber clima para volver a una “cuarentena extrema”.
Las
suspicacias acerca de cómo se toman las decisiones y se gestiona el poder que
disparó el anuncio sobre el destino de Vicentin contaminó el bien ganado
respeto que acumuló el Presidente en las primeras semanas de la pandemia e
impregna también con suspicacias la administración de la batalla contra el
virus.
Los caminos a
recorrer para gestionar la economía y la política están minados y son
infinitamente más peligrosos para la figura presidencial que la administración
de la curva pandemial.
“Se
acabó la solidaridad entre la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires”, declaró
Sergio Berni sumando densidad y volumen a un enfrentamiento en el que la
razones sanitarias encuentran combustible en alineamientos políticos.
El
Ministro de Seguridad bonaerense edita a diario su propio reality.
Pero
mucho más allá de la espectacularidad de las puestas y locaciones, en las que
delinea su excluyente protagonismo, el curso de sus declaraciones profundiza
las diferencias políticas y resulta funcional a los objetivos del
Patria.
Con
la misma soltura con la que se exhibió un operativo anti narco portando una
pistola Bersa Thunder PRO empotrada en un kit que la convierte en una suerte de
arma larga, se dedicó a limar al Jefe de Gobierno porteño al que acusa de tibio
al evaluar su colaboración con el control de la circulación.
Para
Berni en este momento no hay término medio:
O
se está de un lado o del otro.
Las
cosas son para él el blanco o negro.
Ya
sobre el fin de semana y tras monitorear de manera personal el desembarco de
una garita móvil la emprendió contra el mismísimo Gobierno Nacional.
“Estamos
solos”,
dijo Berni asegurando que el gobierno nacional no sólo no colabora en la pelea
contra la inseguridad sino que no gira las recursos necesarios. “No
estoy caliente, estoy resignado”, reforzó aportando dramatismo.
Una
vez más, el Ministro que es médico y militar, le apunta desafiante al mismísimo Presidente.
Si
la esmerada gestión mediática de Berni se ejerce de manera personal o por
cuenta y orden de terceros está por verse.
En
cualquier caso hace pie y juega sus fichas en el territorio que es bastión
electoral de CFK y en el que apuestan su futuro los herederos políticos de la
ex Presidente.
Políticamente
tan incorrecto como incorregible, Sergio Berni lo dijo con todas las letras:
“En
nuestro espacio político quien conduce en Cristina Kirchner y cuando dice vamos
para allá, a nadie se le ocurriría ir para otro lado”.
CFK
cursó la semana produciendo su “road movie”.
Convertida
en una suerte de videasta de su autobiografía, no necesitó mostrarse por los
lugares en lo que estaban pasando tantas cosas que se le atribuyen.
Tiene
quien la representa bien.
A la ex
Presidente los tiempos la apremian.
La
elección de medio término no está tan lejos y los ánimos de la gente son
volátiles en cuarentena.
Reconfigurar
el frente judicial que la afecta junto a sus hijos es su tarea más urgente.
En
la mesa chica de las grandes decisiones se sienta Máximo.
Mano
a mano con el Presidente, el Jefe de Gabinete Santiago Cafiero, y el Ministro
del Interior, Wado de Pedro, que suele administrar los equilibrios, se ocupan
de las urgencias de la hora.
Los
que están cerca de esta escena aseguran que lejos está Cristina de querer
aparecer con cuerpo y alma en las escena del poder.
Ella
es percibida como una constructora de políticas a la que le gusta generar
escenarios extremos.
Para
los que tienen esta interpretación del juego de roles, Alberto es lo que
siempre fue, un “exitoso e infatigable operador”.
Un
ejecutor de políticas diseñadas por quién ejerce el liderazgo.
Luego
de idas, venidas y reuniones varias, el viernes encuentra al Presidente
regresando a su posición del pasado lunes.
“La
expropiación es la herramienta para poder rescatar la empresa, no hay otro
modo", concluyó el Jefe de Estado luego de calificar como “inaceptable” la
oferta “superadora” que le llevó el CEO de Vicentín, Sergio Nardelli, a la mesa
de conversación.
Lejos
quedaron las urgentes gestiones del Gobernador Omar Perotti por revertir la
historia.
Todo
parece indicar que, aunque las reuniones continúan, al menos sobre este tema,
queda poco por conversar.
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