Por
Ricardo Rojas
Fuente: INFOBAE
En
un mensaje de hace algunos días, el Presidente Fernández aseguró que “la
cuarentena va a durar lo que tenga que durar”.
A
partir de allí ha dicho que se estudian medidas para liberar un poco la
situación, pero que podrán ser suspendidas inmediatamente si se considera que
son contraproducentes.
Sin
embargo, la cuarentena es prorrogada cada dos semanas, y las prometidas
libertades se hacen esperar (salvo en algunas provincias en las que no hay casi
ni rastros del virus).
Pasaron más de
dos meses de encierro, dispuesto por el Presidente mediante decretos de
necesidad y urgencia,
que no están siendo controlados adecuadamente por el Congreso del modo en que
la Constitución exige, y muy rudimentariamente podrán serlo por el Poder
Judicial, que está funcionando a media máquina.
En
estos 75 días, el discurso presidencial pasó de la necesidad de tomar medidas
urgentes para evitar el ingreso y diseminación del virus al país, a considerar
hoy que sus facultades incluyen -con el asesoramiento de sus científicos-, extender indefinidamente el encierro.
En
cada nuevo discurso, el Presidente manifiesta su convencimiento de que él es el
encargado de “combatir” al virus, y que en esa batalla dispone de todas las
armas que considere necesarias.
Mientras tanto,
el país parece reacomodarse a una cuarentena con final incierto.
Las
universidades planean sus clases en forma remota hasta fin de año, las empresas
aeronáuticas ofrecen vuelos para el año próximo, y en muchas actividades no hay
planes de ningún tipo para 2020 y están a la espera de lo que pasará en el
futuro.
Pero
la Constitución Argentina dice cosas muy distintas, que el gobierno parece
olvidar.
En
primer lugar, la Constitución establece en sus artículos 14 a 20 una serie de
derechos, que no pueden ser alterados por las leyes que reglamenten su
ejercicio (artículo 28).
Derechos
tales como trabajar y ejercer toda industria lícita, entrar, permanecer,
transitar y salir del territorio argentino, asociarse con fines útiles, enseñar
y aprender, o usar y disponer de su propiedad, son derechos que están por
encima de la autoridad del gobierno y no pueden ser alterados por él.
Al
menos según la letra de la Constitución que aún nos rige.
Y
si la Constitución no admite esta atribución para el Congreso (al referirse a
“las leyes que reglamentan su ejercicio”), mucho menos podría hacerlo respecto
de decretos legislativos que están expresamente prohibidos por la Constitución,
y sólo admitidos para excepcionales casos de necesidad y urgencia cuando el
Congreso no esté habilitado para actuar con premura (artículo 99, inc. 3°).
El
padre y primer intérprete de nuestra Constitución, Juan Bautista Alberdi, decía
respecto del artículo 28:
“No
basta que la Constitución contenga todas las libertades y garantías conocidas.
Es necesario que contenga declaraciones formales de que no se dará ley, que con
el pretexto de organizar y reglamentar el ejercicio de esas libertades, las
anule o falsee con disposiciones reglamentarias. Se puede concebir una
Constitución que abrace en su acción todas las libertades imaginables; pero que
admitiendo la posibilidad de limitarlas por ley, sugiera ella misma el medio
honesto y legal de faltar a todo lo que promete” (Alberdi, Juan
Bautista, Bases y puntos de partida para la organización política de la
República Argentina).
Las
facultades de policía sanitaria en casos de epidemia han sido admitidas -como
en el caso de cualquier catástrofe-, para tomar medidas inmediatas que
contengan la catástrofe; pero no para
establecer regulaciones indefinidas.
Cualquier
regulación extendida en materia sanitaria debería ser discutida en el Congreso
y consagrada en una ley atemporal, impersonal, objetiva, y que sea compatible
con el catálogo de derechos individuales garantizados constitucionalmente.
Pensar
que un Presidente pueda tener facultades discrecionales para alterar derechos
constitucionales sin más apoyo que el dictamen de un grupo de “científicos” es
claramente algo que no está avalado por la Constitución.
Es
claro que el mundo de la ciencia es el de la deliberación permanente, el de
teorías que son refutadas por nuevas teorías, experimentos que confirman o
desestiman anteriores postulados.
Respecto del
Covid-19, hay opiniones científicas para todos los gustos.
La
ciencia jamás es unívoca, porque en ese caso dejaría de ser ciencia.
Cuando
el Presidente invoca la “ciencia” como aval de sus acciones, está faltando a la
verdad.
Simplemente
está invocando la opinión de un grupo de científicos que piensan como él y
desoye deliberadamente a los demás.
Por
otra parte, la acción de gobierno no puede centrarse exclusivamente en un
virus.
El
Covid-19 existe y es un problema que debe ser enfrentado.
Pero
ello debe hacerse en el contexto de los demás valores y derechos involucrados.
Jamás puede ser
la excusa para conculcar derechos que expresamente la Constitución coloca por
encima de las atribuciones presidenciales.
En
todo caso, el talento de un buen presidente debería consistir en buscar formas
de combatir el virus sin combatir a la gente.
Parte
de esos científicos a los que el Presidente no escucha, no sólo ofrecen una
visión distinta sobre el Covid19, sino que alertan sobre las muertes que la cuarentena produce y producirá en el
futuro, a causa del sedentarismo, la ansiedad, la depresión y la angustia de
muchas personas que se ven impedidas de ganar su propio sustento.
Y
otras ciencias no médicas alertan también sobre la situación catastrófica en la
que quedará el país si el impedimento de producir y trabajar se continúa
extendiendo indefinidamente.
Eso
también producirá muertes.
Es muy peligroso
que la gente se acostumbre cada dos semanas a escuchar a un Presidente que diga
que su encierro se prorrogará dos semanas más por indicación de los expertos.
Es
especialmente peligroso cuando las instituciones constitucionales que deben
poner límites al Presidente no están funcionando o lo hacen a media máquina.
Y
si esta decisión se debe al temor de que el contagio del virus deje al
descubierto la responsabilidad de los últimos gobiernos por el caótico estado
de la sanidad pública, parece más grave aún…
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