Nacidos a mitad del siglo XX, hemos cuidado de nuestros padres, también de nuestros hijos y, al final, de nuestros nietos.
Pero
a nosotros ¿quién nos cuidará?
Era un proceso natural acompañar a nuestros progenitores en sus últimos años.
Y
así fue como los padres murieron en su cama, rodeados de su familia diciéndose
adiós.
Cuidar
de los hijos es el desarrollo de todo el reino animal.
Alimentar,
educar, enseñar fueron experiencias que se transmitían, día a día, de padres a
hijos.
Era
una obligación que se tornaba sentimiento y terminaba en felicidad.
Y
también hemos dedicado una parte de la vida a nuestros nietos.
Con ellos convivimos y disfrutamos orgullosos.
Ahora
viajamos en un imparable AVE que avanza hacia un mañana imprevisible, donde los
mayores no participan. Somos viejos
innecesarios en un mundo que no nos comprende ni nos necesita.
El
tiempo presente, el hoy, ha elegido a los jóvenes que olvidan emociones y
sentimientos y dejan atrás las manos que los cuidaron, la voz que los animó y
el abrazo que los ayudó.
El mundo caminará sin ancianos.
Si
eres mayor, debes dejar tu puesto de trabajo, tu cama en el hospital o tu silla
en el comedor.
No
importa que hayas salvado cien vidas, inventado diez vacunas o creado mil
puestos de trabajo.
Somos
viejos.
No
cabemos en el sistema.
Cuando
no seamos útiles ni aportemos economía, o seamos dependientes, habremos
comprado el billete hacia el geriátrico.
Entonces,
en soledad, con nostalgia, nos preguntaremos:
A
nosotros ¿quién nos cuidará?
Jesús Añaños Vinué. Zaragoza
No hay comentarios:
Publicar un comentario