Carlos Mira
Un muy interesante artículo del profesor Loris Zanatta pone en su lugar la correcta interpretación del episodio de Laura Radetich en la escuela de Ciudad Evita.
Pese a la explosión viral de ese video lo que vimos allí no fue un hecho aislado sino la cosecha de una siembra de décadas.
El
virus gramsciano del adoctrinamiento no comenzó con el kirchnerismo que,
claramente, no lo inventó sino que lo recreó del peor peronismo inicial, cuando
Eva pedía “fanáticas” entre las mujeres y Perón confesaba que el
adoctrinamiento de los niños en la “doctrina nacional justicialista”
constituían la base del “movimiento nacional”.
Esa desmesura
transformó al Estado en una religión y al peronismo en un dogma.
La
política perdió su carácter secular y adquirió los ribetes místicos de las
religiones, particularmente del autoritarismo católico, inquisitivo, cerrado y
fascista.
El culto a la personalidad fue otro de los derivados de la religiosidad de la política.
La
elevación de personas a la categoría de verdaderas deidades contribuyó como
nada a que no halla discusiones racionales sino que los planteos sea en
términos de creyentes y herejes o, lo que es lo mismo, entre argentinos y anti
argentinos.
El
peor de los catolicismos ayudó como nada a concluir este proceso.
En
ese sentido no sorprende que las peores organizaciones guerrilleras peronistas
de los ‘70, las más sanguinarias, fueran férreamente católicas e impusieran a
sus miembros costumbres monacales de convivencia en una especie de locura
sobrenatural.
Este
proceso de religiosidad política desembocó en otra consecuencia lógica que es
la idolatría del Estado, que hemos tratado de explicar en otro lugar (La
Idolatría del Estado, Ediciones B, Buenos Aires, 2009).
Según esta
concepción, el Estado toma el lugar del altar de esa iglesia y es allí adonde
se acude en la creencia que, de ese maná, brotaran todas las soluciones como si
fueran milagros.
Todo análisis racional queda completamente excluido frente a esta concepción: quien contradiga el dogma (la doctrina nacional justicialista) es un hereje (o un anti argentino) quien no se avenga a la vigencia de la verdad religiosa (las “20 verdades peronistas”) es un cipayo y quien no siga las órdenes de las deidades es un descarrilado a quien hay que poner en su lugar.
No
hay que olvidar que en la gestión de Cristina Fernández, el kirchnerismo
instauró la Secretaría de Coordinación del Pensamiento Nacional a cargo del
impresentable payaso de Ricardo Forster que, en este contexto, era una especie
de comisaría del dogma tal como el catolicismo tiene los guardianes de la fe.
Des
inculcar este verdadero lavado de cerebro colectivo que lleva ya 75 años es una
tarea de tal magnitud que solo la perseverancia de una contracorriente cultural
con una fortaleza de acero podría proponerse.
Cuando la política sale de sus límites humanos para invadir los pliegues de la mística es imposible discutir, el debate se torna inverosímil.
En
esto ha convertido el peronismo a la Argentina y a esto ha llevado lo que
debería ser una discusión horizontal de las ideas.
Y si algo faltaba para darle más combustible a esta transfiguración de lo humano en sobrenatural, la consagración del Papa peronista ha venido a poner una frutilla sobre el postre
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