Por Enrique Guillermo Avogadro (Nota N° 805)
“Lo peor de las pestes no es que matan a los cuerpos, sino que desnudan las almas”. Albert Camus
Aun fuertemente conmocionado por el tamaño de la sideral golpiza recibida en las PASO, el Gobierno intenta recuperar al menos parte de los huidizos votos que lo habían acompañado en 2019, cuando tantos se dejaron engañar por la imagen de un Alberto Fernández conciliador y pacífico.
Y,
para hacerlo, tuvo que ceder posiciones claves a favor de los tan despreciados
caciques territoriales del peronismo, tanto a nivel nacional cuanto de la
Provincia de Buenos Aires.
En
la práctica, ambos poderes ejecutivos han sido intervenidos y el Presidente/Nada
y el Gobernador Axel Kiciloff ratificaron que eran, y seguirán siendo, meras
figuras decorativas.
El equipo convocado para enfrentar las elecciones es por demás preocupante, ya que ha organizado monstruosos fraudes electorales en el pasado reciente:
Juan
Manzur (Gobernador de Tucumán, ahora Jefe de Gabinete), Anímal Fernández
(Ministro de Seguridad),
Daniel
Bejas (hoy Juez de la Cámara Nacional Electoral, ex Juez Federal de Tucumán y
apoderado del PJ de José Alperovich),
Alejo
Ramos Padilla (Juez electoral de la Provincia de Buenos Aires),
Walter
Bento (ídem de Mendoza, con orden de detención vigente y salvado por el
kirchnerismo esta semana),
y
tantos otros colegas que fueron designados para contentar a los señores
feudales.
El jueves, después de un estruendoso silencio y de un retiro patagónico siempre tan costoso para un país quebrado, en una reiteración de su ancestral costumbre de desaparecer cuando ocurren tragedias, Cristina Fernández volvió a la Casa Rosada para acompañar a su penoso mandado en un acto con pretensiones electoralistas, en el que anunciaron confusas e increíbles medidas para –como si alguien pudiera creer al Gobierno- reconciliarse con su más antiguo y tradicional enemigo, el campo.
No voy a hacer aquí una exégesis de un proyecto cuya aplicación concreta se extendería por años, pero garantizo que nada cambiará en la ideología de los funcionarios y, peor aún, en la imbecilidad de los probadamente fracasados y obsoletos criterios con los que analizan y regulan las actividades agropecuarias.
El
nuevo Ministro de Agricultura, Julián Domínguez, después de levantar levemente
(sólo para China y de vaca conserva) el duro cepo a la exportación de carne
–una medida irracional que, en la época de Guillermo Moreno, nos costó la
pérdida de doce millones de cabezas de ganado y de numerosos mercados que
habíamos conquistado con enorme esfuerzo, beneficiando así a Brasil y a
Uruguay- dijo que “el Estado debe administrar los saldos exportables”, un
remedo del IAPI.
Pero
sí quiero detenerme en las palabras finales del Presidente/Nada.
Con
su mejor cara de póker, dijo que se auto percibía como si sólo hubiera estado
en su cargo cien días, y nos llamó a creerle cuando nos convoca ahora a la
misma reconciliación y a la seráfica paz interior que nos propuso el 19 de
diciembre de 2019, en su discurso de asunción.
Acentuó
que la pandemia que nos afectó debía dar paso a una atmósfera de reencuentro
nacional, y que debíamos creer en su palabra.
Tamaño dislate sólo puede tener dos explicaciones:
Es amnésico o es
un cínico que cree que somos irremediablemente idiotas.
Se
trata del mismo sujeto que nos encerró en la “cuarentena” más larga del mundo,
que fundió miles de empresas y expulsó a muchas otras,
que
llevó la pobreza al 40,6% y la indigencia al 10,7% (con algunas provincias que
superan fuertemente esos índices), que trajo una inflación anual de 50%,
que
dividió a la sociedad entre “buena gente” (sólo los votantes del Frente para
Todos) y los “odiadores seriales” (el 52% restante),
que
permitió que existieran la corrupción más escandalosa en la compra de insumos y
los paralelos “vacunatorios VIP”,
que
nos obligó a inmunizarnos con las peores vacunas por ideología,
que nos impidió
despedir y velar a nuestros 115.000 muertos mientras festejaba el caro
cumpleaños de su concubina,
que
impidió a nuestros hijos y nietos tener clases durante casi dos años mientras
su perro recibía lecciones diarias,
que
nos prohibió atender a nuestras enfermedades terminales mientras obtenía
tratamientos de fertilidad asistida para su pareja,
que liberó a
miles de asesinos y violadores que hoy asolan nuestras ciudades,
que
expandió al infinito los mercados liberados a la droga,
que
nos aisló del mundo cerrando los cielos y asociándonos a los regímenes más
perversos.
El adefesio político organizado por la Presidente/Vice para volver al poder tuvo un efecto letal sobre el país, comparable sólo con aquéllos que han sufrido devastadoras guerras, pero el Presidente Nada parece no darse por enterado y continúa mintiéndonos descaradamente, cambiando de color según la ocasión y convirtiendo a su palabra –la misma en la que ahora nos pide que creamos- en algo irremisible extraviado.
Si no fuera tan
trágico, podríamos recordar que del ridículo no se regresa, y Alberto Fernández
insiste en recaer en él.
Como era previsible, el Gobierno está inundando el país de papelitos de colores y regalando, con descaro, electrodomésticos a ciudadanos que, literalmente, no tienen agua corriente, luz ni gas para hacerlos funcionar y que, naturalmente, los venden o los canjean por comida.
Pero
tengo una fuerte sensación de la inutilidad que tendrán estas movimientos en
orden a obtener un vuelco en la voluntad de los votantes, porque percibo un
enorme descontento, y hasta una profunda rabia, en los estratos más sumergidos
de la sociedad.
Da la impresión
de que el hartazgo ya supera a la ignorancia y al sometimiento de los más
pobres a la dádiva de los caudillos de turno.
Si
le sumamos a ese sentimiento la rapidez con que se licúan los míseros salarios
y hasta los planes sociales, precisamente por influencia de ese desparramo de
moneda sin valor, tenemos el combo perfecto que lo justifica.
Ahora, la cuestión es qué hará el Gobierno, con un Banco Central exhausto y depredado, a partir del 15 de noviembre, sea cual fuere el resultado de las cruciales elecciones del día anterior.
¿De
qué se va a disfrazar para evitar una brusca maxidevaluación?,
¿con
qué dólares afrontará sus compromisos externos?,
¿cómo
hará para permitir las importaciones esenciales para los procesos productivos,
aún de aquéllos que generan divisas por su exportación?,
¿con
qué dinero devolverá a los bancos los depósitos de los particulares que se
llevó a cambio de bonos?
Son muchas incógnitas para un peronismo que, casi por primera vez en su larga historia, deberá pagar la cuenta de tantos zafarranchos en que ha incurrido.
Bs.As.,
2 Oct 21
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