"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 30 de agosto de 2014

La honra del apellido

“Pinky me contó la conmovedora historia de Julio de Caro” (mítico violín del tango), y Yo deseo contárselo a ustedes.

Su padre, don José de Caro, era un músico clásico, orgulloso de su formación cultural, pero que despreciaba la música popular.
En la calle Defensa, a 20 cuadras de la Casa Rosada, instaló un conservatorio y  un anexo, donde se vendían instrumentos musicales y partituras.
Don José había diseñado para su hijo Julito,  un destino de médico y de gran concertista de guitarra.
Pero el pibe, con los atorrantes del barrio y de pantalones cortos, se escapó   una noche al  “Palais de Glace”  a ver la orquesta de Roberto Firpo y quedó fascinado.  
        
A la madrugada, todos gritaban que toque el pibe, que toque el pibe y él también porque un tango se llamaba así. 
Hasta que un amigo le dijo: ”es a vos Julito, la gente pide que toques vos.”
Recién cuando apoyó el violín contra su cuello, su cuerpito frágil dejó de temblar como una hoja.
La música maravillosa que produjo, hipnotizó a todos  con su belleza.          
Cuando  Julito  regresó de madrugada,  lo estaba esperando su padre,  que lo castigó  a vivir una semana en un rincón de la casa,  y  a  pan  y  sopa.
Y  Julito metió violín en bolsa.
Su corazón se desgarraba  ante cada reto de su padre que insultaba  a  esos  vagos  que  tocan  esa música bastarda,  esas  melodías  prostibularias.
Pero la magia del tango ya se había metido para siempre, en el corazón de Julio de Caro.

Un  día,  “el  tigre del bandoneón” don Eduardo Arolas,  lo  invitó  a  tocar en su orquesta  y ese fue  el final. Otra madrugada el padre de Julio lo esperó detrás de la puerta y lo echó de su casa:
“Usted  elige  mocoso,  la medicina,  la guitarra y el concierto  o  esa  porquería  que  toca  con el violín. Usted  me  ha traicionado,  ha  deshonrado  mi  apellido”.
Y  Julio  se fue vencido de la casita de sus viejos.

Durante  20  años  le envió  cartas  a su madre,  que  nunca fueron respondidas.
Después  de  mucho  sacrificio  y  pasar  grandes  privaciones económicas,  Julio  empezó  a triunfar  en todo  el  mundo.
Les  mandaba  a  sus  padres  los  recortes  de  los diarios  que hablaban  de su genialidad  y nada.
Ni  una línea  a  vuelta de correo.
Por  eso su mirada siempre estaba triste, pese a que su crecimiento profesional  fue  caudaloso.
El presidente  Marcelo  T. de Alvear, se declaró  su admirador. 
        
De gira por Europa,  una  noche  tocó  en un palacio de Niza ante cientos  de  bacanes.
Alguien se levantó  de  su mesa, elegante con su smoking  tan  lustroso  como  su  cabello  y  dijo:
“Así  como  me reciben a mí,  les pido que  reciban  y  escuchen  a  Julio  de Caro”.
Un presentador de  lujo:
Era ni  más  ni  menos  que  Carlos  Gardel.
Enseguida uno de los bailarines le pidió que repitiera el tango  “El Monito”. 
Y  luego  otra vez.
Y  otra. 
Y de Caro  no  podía negarse  a ese pedido, era de  Charles Chaplin.
¿Qué  extraño  misterio  arrabalero  hacia  disfrutar  al genio  de Chaplin  de  esa  letra que  dice “Mi  pebeta  ya  se  fue/ y  nunca volverá. Tal  vez  irá rodando  al  cabaret/ buscando en su dolor,  alivio de champán/ olvido a mi desdén”.
De  Caro  después  tocó  para  el  Aga  Khan, para el príncipe de Gales, y fue  pasión  de multitudes.
Se  convirtió  en un artista inmenso que  marcó  para  siempre  con su identidad  la  música  de Buenos Aires.
Pero  sus  padres  seguían  sin  aparecer  y  la  llaga  de  su corazón  seguía  abierta.
        
Paloma  Efron “Blackie”,  cantó  en  su  orquesta.  Edmundo Rivero  también. 
En 1937,  nadie quiso perderse el  regreso triunfal de Julio de Caro al Teatro Opera.
Después de varias ovaciones, Julio se quedó un tiempo largo en el camarín esperando que se fuera el público para poder salir tranquilo.
Pasaron dos horas y salió caminando por el pasillo del teatro apenas alumbrado por pequeñas lucecitas rojas.
De pronto vio difusa dos figuras que se recortaban en la penumbra.
Eran sus padres.
Don José se acercó temblando hacia su hijo y después de 20 años le dijo, sin tutearlo:
“Vengo a pedirle perdón....
Usted hace una música de ángeles”.
Y no pararon de llorar en un profundo abrazo.
        
Julio de Caro en el medio de un reportaje que le estaba haciendo Pinky, con los ojos llenos de lágrimas, contó que le dijo:
 “Viste que yo no deshonré el apellido, no lo deshonré”.-
...
Quejas de bandoneón
 http://youtu.be/HV0kFWvEnx0

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