"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 7 de octubre de 2011

La flauta que resucitaba muertos

Cuento de Pedro Urdemales

Pues bien, este viejo avaro no perdonó a Pedro la jugada que le había hecho y en su interior prometió vengarse; peso el desgraciado no sabía con quién se iba a meter.
Sucedió que un día que Pedro y uno de sus compañeros de correrías mataban un cordero, divisaron que por el camino venía, muy lejos afín de la casa en que estaban, el referido caballero, y como Pedro sabía que este señor era hombre vengativo pensó que seguramente venía a castigarle: pero inmediatamente se le ocurrió jugarle una nueva treta.
Dijo a su camarada que se tendiera en la cama y se fingiera muerto y con la sangre del cordero le untó la camisa y demás ropa, y guardando en las faltriqueras una flauta de caña que había hecho en la mañana, esperó al caballero al lado del falso muerto, blandiendo el cuchillo ensangrentado con que acababa de matar al cordero.
¿Qué has hecho, desgraciado?
Has asesinado a ese pobre, y voy, al punto a denunciar a la justicia el crimen que has cometido para que te dé el castigo que mereces.
Y para si pensaba: "así purgará su crimen y me vengaré de él".
Pero Pedro, soltando una carcajada, le contestó:
- ¿Que no sabe, señor, que yo no soy un criminal?
Lo que he hecho ha sido para probar esta flauta de virtud que hace poco me han regalado, y la que, con sus sonidos, resucita a los muertos.
Fíjese y verá cómo mi amigo, a medida que la toque, poco a poco se levanta sano y salvo.
...
Y así fue, en efecto, porque, al poco rato de que Pedro se puso a hacer sonar la flauta, el otro bellaco comenzó a mover primero una pierna, después la otra, en seguida un brazo, más tarde el otro, la cabeza, el tronco, y por fin se levantó restregándose los ojos y estirando los brazos, desperezándose, como quien despierta de un pesado sueño.
— ¿No ve, señor? ¿Qué le decía yo?
Pedro, véndeme la flauta; te doy quinientos pesos por ella. 
— Dos mil si quiere, y si no, no hay negocio.
Conténtate con mil, y trato cerrado.
— Los dos mil he dicho, y si no, no.
Saliste con la tuya, Pedro; toma los dos mil pesos y dame la flauta. 

Se fue el caballero muy contento para su fundo, y al entrar a la casa le dijeron que la señora estaba durmiendo la siesta.
— Mejor ocasión no se me presentará — dijo él, e invitando a la servidumbre para que lo acompañara y presenciara el prodigio, entró de puntillas al dormitorio y sacando un afilado puñal lo enterró en el pecho de su esposa.
Los criados se quedaron mudos de espanto; pero él, con la mayor tranquilidad, les dijo sonriéndose:
¡No hay que asustarse, niños, si la cosa no es para tanto! Ya verán cómo la señora se levanta en cuanto me oiga tocar esta flauta.
Y se puso a tocarla; pero por más que le hizo mil posturas, la señora siguió tan muerta como mi abuelo.

Pronto llegó la nueva a oídos de la justicia, y de nada le valieron al caballero las explicaciones que dio, porque lo condenaron a muerte.

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