Es un concepto o teoría explicativa de los conflictos sociales que
resultan de un conflicto central o antagonismo inherente a toda sociedad
organizada políticamente entre intereses de diferentes sectores o
clases. Para muchos ese conflicto es fuente de cambio y progreso
político y social.
Es un concepto fundamental del marxismo y del materialismo histórico, pero no es exclusivo de esa concepción.
Para Marx y Engels a través de la historia, la gente ha tratado de
organizarse en diferentes tipos de sociedad bajo la tensión causada por
pobres y ricos, libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores
feudales y siervos, maestros de corporaciones y oficiales, capitalistas y
proletarios.
El conflicto sólo se puede resolver cuando se llegue a
una sociedad sin clases y sin que suponga la desaparición del proceso y
progreso histórico que se proponen alcanzar con su doctrina aplicada a
la política.
El proceso histórico es incesante y no se detiene.
Pero la desaparición de las clases parece hoy una utopía, ya que
organizada las sociedades políticas de todas formas y en el mayor
abanico político existente desde los orígenes de la humanidad, que
abarca a todas las ideologías posibles, ninguna ha logrado ni siquiera
un atisbo de desaparición, y han cesado unas para conformarse otras, con
el mismo principio y con parecida o peor diferenciación, social,
política, económica y cultural.
La posición de las formas
enclavada históricamente entre los que mandan y los que obedecen, o los
que detentan el poder y los que carecen del mismo, es la fuente
inagotable de diferencias y privilegios.
No se ha encontrado
sociológica ni ideológicamente la manera de paliar esta situación, y
lograr otra mas adecuada al bienestar común de todos los hombres.
Esta posmodernidad y su consiguiente globalización, nos trae un aspecto
en sí inédito, pero que conserva las características de toda
diferenciación y lucha de clase.
La tensión se desarrolla entre
el capitalismo formado por los que detentan el poder y sus preferidos, a
quienes se les considera y privilegia en detrimento de la igualdad y el
equilibro, y el pueblo, la gente en general, no sólo la clase humilde,
sino todos los que componen el espectro social, aún los que
históricamente formaron la clase media, la media alta y aún la
aristocracia, que financian con su trabajo y con sus ingresos las
actividades de este nuevo capitalismo estatal y financiero.
En
la mayoría de los países, y sobre todo en los emergentes o en los del
llamado tercer mundo, se exponencia y agrava esta situación que dañó
considerablemente la creibilidad y la subsistencia de los procesos
ideológicos y políticos, que si bien impostados en la democracia,
carecen formalmente de las formas que debe tener una concepción
equilibrada y republicana.
La tensión se tensa hasta límites
insospechados, porque no hay grietas y se forman dos clases homogéneas,
las que detentan el poder, la riqueza y determinan la economía y la
política,
y los que trabajan para sostener tanta parafernalia y el despilfarro de los ingresos públicos.
El hombre común parece condenado y acostumbrado a que debe cumplir su
rol, y que el cambio no puede producirse porque las prebendas y
franquicias otorgadas a los que manejan la economía y la política, los
hace inmunes a otra consideración.
Como en todas las épocas y las
circunstancias anteriores, es la explotación del hombre por el hombre, y
el despojo del rédito de su trabajo en beneficio ajeno.
Ya no
importan las clases sociales, que en algunos casos se han licuado,
porque en uno y otro grupo caben protagonistas de todas las clases,
popular, media y alta, que se acomodan de acuerdo a su adhesión,
simpatía o rechazo a la ideología dominante.
Quizás es tiempo
de reflexionar sobre el papel del individuo en la sociedad, y buscar un
cambio, no en cuanto al rol, sino en cuanto a la apertura social, en el
equilibrio, que ya Platón decía que era lo moral, lo ético, aquello que
estaba equilibrado, centrado, sin ir para un lado ni para el otro.
Poner al hombre y su dignidad en el primer lugar, subsanar sus
necesidades básicas como política primera del estado, y permitir que
ambas clases tengan participación y control político.
Para ello hay que proceder con humildad, sin soberbia, y creer en la bondad, la solidaridad y la armonía entre los hombres.
Elias Domingo Galati
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