La
paz es la condición normal de la existencia humana.
La
vida para desarrollarse exitosamente y progresar debe contar con el aditamento
de la paz, es decir de una vida sin contiendas, sin enfrentamiento y
equilibrada.
A despecho de esta realidad, sostenida y
querida por la mayoría de los hombres, la existencia humana ha transcurrido
desde que se tiene memoria en la historia de guerra en guerra.
Que
hay en el hombre que lo hace bélico.
Porque
desde tiempo inmemorial hay sones de guerra, que se acumulan, se acrecientan y
acicatan a los hombres y las potencias para iniciar una y otra vez la
perversión bélica
En
un comienzo la guerra era la reconquista de territorios perdidos o la obtención
de derechos avasallados o ignorados, pero luego el hombre concibió la expansión
y se creyó con mayor derecho que los otros hombres.
Surgió
el imperialismo y la dominación, hubo diferencias, categorías y hasta
condiciones para que unos y otros ocuparan éste u otro lugar.
Comenzó
la guerra por precaución, la intimidatoria y porque otro pensaba distinto. Se
hizo la guerra por sí misma y fue un gran negocio.
Grandes capitales, innumerables recursos y mano de
obra en cantidad formaron un meollo que culminó en un gran arsenal bélico.
Y
el hombre en cada vuelta de la vida encontró excusas para su expansión, que un
pueblo era peligroso, que atentaba contra la democracia, que no respetaba los
derechos humanos, y temían por la paz de las naciones, y para preservar la paz
el hombre hizo la guerra.
Paradoja de la existencia, antinomia de la razón, quiebre de la
capacidad, porque tengo miedo que uses la violencia contra mí, entonces la uso
antes contra ti.
La
violencia está en el corazón del hombre.
Y mientras existan imperios, países poderosos o supuestamente superiores no
habrá paz.
Debe
buscarse el equilibrio, y aún con sus diferencias que todos los países estén en
un plano de igualdad.
Y
no hay otra cura, ni otra solución que el amor.
El amor auténtico, total, a
todos como hermanos, dándole el lugar que se merecen y procurando que cumplan
sus deseos, que sean felices como ellos quieren, no imponiéndoles nuestras
propias recetas de felicidad.
El
terrorismo es la cara solapada de la guerra, disfrazada de injusticias
personales, discriminaciones, luchas religiosas, a veces veraces y otras
artificialmente armadas.
Y
hay dos formas de terminar con el terrorismo.
Una es la destrucción con sus mismas armas.
Recuerdo
la apelación de San Pablo “soy ciudadano romano”
¿Por qué?
Se sabía que si algo
le pasaba a un ciudadano romano, tarde o temprano el brazo del imperio llegaba
y destruía todo lo que estaba entre quienes lo habían provocado.
La
otra forma es la verdadera realidad social.
Una
sociedad en la cual todos sus miembros y todas las personas estén en el mismo
concepto de seres humanos, iguales y con las diferencias propias de sus
capacidades y de su voluntad por construir su propia existencia.
Donde
haya equilibrio, solidaridad, amor, hermandad, y donde todos se cuiden
mutuamente.
En
dicha sociedad todos y cada uno de sus
miembros impedirán no sólo los actos terroristas, sino la entrada de dichos
grupos en sus sociedades, haciéndolos a un lado.
Recuerdo
en mi infancia, cuando alguien en el barrio o en la comunidad no tenía una buena
conducta, la gente lo castigaba, no compartían con el, lo echaban de su lado y
era considerado un paria.
Es
por ello que terminará el terrorismo y habrá paz cuando se viva en un marco
de justicia y dignidad.
Estrictamente,
cuando cada hombre sobre la tierra se sienta digno y perciba que es visto con
la dignidad del ser y que cada hombre sobre la tierra practique la justicia, y
sienta la justicia en su corazón, porque así habrá paz, no habrá violencia y la
vida cumplirá su ciclo en la tierra, y no habrá dolores ni tragedias, la vida
cumplirá su ciclo sin gajos marchitos, ni jóvenes y niños arrancados de la vida
por la perversión del hombre.
Elias
Domingo Galati
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