"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

jueves, 24 de abril de 2008

El Estado ortiba - Ignacio Zuleta

Como el Estado es ineficaz para dar con la solución, los funcionarios prefieren «escrachar» a los ciudadanos por televisión. Esa tarea no es la misión de los ministros y secretarios, por la cual se les paga, y mucho.
Por Ignacio Zuleta

Nuevo Encuentro 23/04/08

El manotazo del gobierno, al presentarse el viernes en los tribunales de Campana para denunciar a los propietarios de campos en llamas en el delta del litoral, es la coronación de la tradición institucional más antigua de la Argentina, el Estado ortiva. Que funcionarios públicos, con salarios y recursos públicos se dediquen a denunciar a particulares ante la Justicia, como si fueran actores privados y damnificados, es una prolongación en el tiempo de la privatización del sistema público.

Incapaces los gobiernos de reprimir el mal en todas sus manifestaciones (piqueteros, torturadores, delincuentes, evasores, sojeros protestones, incendiarios de campos y demás productores de humo), usurpa los fueros del ciudadano para simular que ejerce su representación, renunciando a ejercer la función que le confía el público. Como el Estado es ineficaz para dar con la solución, los funcionarios prefieren «escrachar» a los ciudadanos por televisión. Esa tarea no es la misión de los ministros y secretarios, por la cual se les paga, y mucho.

Lo hace, además, el mismo gobierno que se dedica a fastidiar al público con malos modos desde la Casa de Gobierno a todos los ciudadanos acuñando un nuevo estilo de administración en democracia.

El episodio de la pelea del campo por las retenciones móviles sirvió para que los sectores medios de todo el país proyectaran sus broncas por cómo se sienten gobernados y es el último ejemplo en el ejercicio de ese estilo que hasta ahora se reservaban para sí las dictaduras: la mortificación diaria del representado echándole culpa de todos los males.

Medidas antipáticas

Como si el poder fuera ciego, sordo y paralítico, el gobierno insiste en pelearse con medio país para imponer medidas que deberían revisarse -antes que por la oportunidad o el negocio que significan- nada más que porque le resultan antipáticas al público. Es difícil que una comunidad acepte por mucho tiempo el rigorismo con que aplica el gobierno éstas y otras normas, cuando al mismo tiempo se exhibe con extrema lenidad ante otros fenómenos. Como es verlos al Ministro del Interior y a la secretaria ambiental entrando a un juzgado a denuncias a otros ciudadanos.

Puede perdonárseles a los abogados Florencio Randazzo [1] y Romina Picolotti esta mascarada de sumarse a los vecinos convulsionados por el humo, como si no tuvieran otros recursos para mejorarles la vida a sus ciudadanos, porque el método no lo inventaron ellos, sino que lo aplica el poder, desde el pasado más remoto del país. La Argentina tiene un mito fundacional en el Martín Fierro, un gaucho mal avenido que se hace cimarrón para huir de la leva y del fortín adonde terminó porque un juez le reprochaba que no hubiera ido a votar.

Nobilísimo, lo acompaña un sargento Cruz que comprende la injusticia de la persecución y lo acompaña en la transformación de gaucho pacífico en matrero que se lanza al desierto para protegerse no del malón sino del Estado.

José Hernández hacía ficción con un dato del pasado criollo: el virreinato español importó el método del gobernar persiguiendo al súbdito que habitaba estas tierras (en España no hubo revolución burguesa, es decir guillotina, sino absolutismo). Los criollos que llegaban a estas costas se echaban al monte en cuanto podían para librarse de la vigilancia odiosa del Estado. La palabra «gaucho» lo explica en su etimología (« gauderio», del latín «gaudio», alegría). El término describía a los jóvenes criollos que a poco de conocer la inmensidad y la riqueza de las pampas, cortaban sus lazos con la civilización virreinal y se iban a vivir al campo alegremente y a salto de mata.

Impedimento

Que el mito fundacional fuera el de este cimarrón impidió que en la Argentina prosperase jamás, por ejemplo, el relato policial. En la tierra de Fierro un policía nunca podría ser un héroe de ficción con el cual se pudiera identificar el lector o el espectador. En los relatos policiales argentinos, el héroe es siempre el delincuente, desde «Apenas un delincuente» hasta el «Oso rojo» y la televisión tumbera de estos días. Las películas más vistas de la historia del cine argentino, para elegir un indicador de la identificación entre ficción y público, han sido aquellas en las que el delincuente es el héroe y el malo el Estado: «Nazareno Cruz y el lobo», «Camila», «La historia oficial» fueron además al momento de su estreno récord de taquilla para historia del cine. Sólo tres títulos argentinos entraron en la colección de novelas policiales más célebre, «El séptimo círculo», que además -y otra prueba de este argumento- se fundió y dejó de aparecer por falta de lectores.

Imposible que el Estado ortiva o el policía fueran identificados en la Argentina como los buenos de la historia, como ocurre en la ficción de otros países en los cuales el Estado se ocupa algo de proteger a sus ciudadanos, y no de agredirlo.

Si es cierto que las obras de ficción, el cine o la literatura acuñan modelos de conducta en el público, es en ese tipo de héroe cimarrón y fuera de la ley donde encuentran inspiración para sus proezas los protagonistas de la escena pública de hoy. Un elenco que se nutre, mayoritariamente, de borocotós y borocoteados, de defaulteadores, represores, pontacuartos, procesados, valijeros y compañeros de viaje de valijeros, devaluadores, pesificadores ex presidiarios, perjuros, y otras variantes del malevaje.

La denuncia de los funcionarios del Estado contra los privados por falta de otro recurso, para ejercer sus funciones lo ejercieron todos los gobiernos y explica varios demonios de la argentinidad. Uno es el odio a la Policía, más temida por los vecinos que a los ladrones. Con la represión clandestina del terrorismo en los años 70, que produjo más de 12 mil desaparecidos, quienes debían defender el orden dieron el ejemplo más estremecedor del Estado que pelea contra el ciudadano. Esta vez por lo menos el Dr. Randazzo fue al juez.

Esta tradición innoble explica otro demonio criollo, que es la evasión y la elusión de los impuestos, conducta que existe en todo el mundo pero que en la Argentina alcanza niveles descomunales.

¿Una raza inferior quizás?

No, el contribuyente sabe que el Estado gastará siempre mal lo recaudado.

O paga las fiestas de la pizza con champán, o los lujosos vuelos diarios en helicóptero de los Kirchner entre Olivos y el centro porteño.

O los subsidios que enriquecen a las oligarquías del transporte, de la minería, del combustible barato, del sindicalismo.

No pagar impuestos en la Argentina es otra reacción, como el recelo hacia el uniforme policial, ante la agresión del Estado hacia el ciudadano raso.

Tautología

Poco y nada hace el poder por entender esto -es parte del mal gobierno no comprender la naturaleza profunda de los problemas- cuando se empareja con el público y actúa como un privado. Hace diez años, cuando le exhibieron a funcionarios del gobierno Menem los sobresueldos que cobraban, reaccionó mostrando en Internet los listados de las jubilaciones de privilegio que cobraban en la Argentina los políticos de todos los colores. Un escrache a particulares desde el Estado, que no resolvió el problema y terminó llevando a los escrachadores a juicios… que aún hoy navegan por Tribunales.

Los gobiernos del ciclo Duhalde-Kirchner -los más débiles que haya conocido el país en su historia- retorcieron el método hasta convertirlo en una tautología, con ese invento de convertir al Estado en querellante de toda causa sobre asuntos que no sabe resolver.



¿Tragedia de Cromañón? Aníbal Fernández reúne a los padres y les organiza la demanda contra el Estado con abogados pagados por el Estado y que se defenderá con abogados pagados por el Estado.

¿Quién paga esto?

El ciudadano con sus impuestos; el mismo que mira por TV cómo se reparte su dinero.



¿Maltrato de presos en Mendoza?

El gobierno nacional corre a la tierra del sol y del buen vino y se constituye, con Eduardo Luis Duhalde -otro Randazzo- a la cabeza como querellante contra la provincia de Mendoza en defensa de detenidos a los que podría defender de otra forma más eficaz. Por ejemplo, gobernando.

¿Quién le paga a este Duhalde?

El Estado, que también le paga con fondos públicos el viaje, a sus abogados, pero también al gobernador de esa provincia, a sus ministros, a los abogados de la provincia, etc.

Las andanzas del Estado ortiba, que en vez de proteger a los ciudadanos, se disfraza de particular damnificado, es otra de las pruebas de la debilidad de los gobiernos -algo de lo que no tienen toda la culpa- y también de la incapacidad de los funcionarios -algo de lo que sí tienen toda la culpa-.



Creer que confundirse con el piquete los salvará del castigo, es parte de una ilusión para cuya superación el Dr. Randazzo, tan imaginativo siempre, podría contribuir. Por ejemplo gobernando.


(Nota: «ortiba», lunfardo «batidor» al revés: quien vigila o denuncia)





[1] Anoche, por primera vez miré el programa Palabra más, palabra menos… y quedé más que sorprendida: el Ministro del Interior de nuestra patria. “se come las “S”…

¡¡¡Qué mal ejemplo!!!

Un ministro argentino NO sabe pronunciar los plurales

Consejo: Señor Zuleta debe de tener más cuidado en sus expresiones... El ministro Randazzo es capaz de denunciarlo por decirle "ortiba"



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Corina Ríos - Abril 23 en el año del Señor, 2008

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