"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 18 de marzo de 2009

El asco, la nausea y la tibieza...

El asco

Asco es la denominación de la emoción de fuerte desagrado y disgusto hacia sustancias y objetos, como determinados alimentos, excrementos, materiales orgánicos pútridos o sus olores…

Y, desde que el Honorable Congreso de la Nación ungió presidente a don Duhalde, esa fuerte emoción de desagrado nos invadió a millones de ciudadanos llegando al paroxismo cuando la oposición se prestó a las elecciones adelantadas con tres candidatos a Presidente, del mismísimo Partido Justicialista, organizada por don Duhalde.

La nausea

Las náuseas se presentan como una situación de malestar en el estómago, asociada a la sensación de tener necesidad de vomitar (aunque frecuentemente el vómito no se da)

La náusea es la primera novela filosófica de Jean Paul Sartre (1905-1980)

La obra se desarrolla en Bouville, una ciudad imaginaria. El protagonista es Antoine Roquentin. Toda la novela surge del diario personal que lleva minuciosamente, y fechado. Con detalle estampa sus impresiones cotidianas, con una lenta morosidad que mucho tiene que ver con ese mundo absurdo y solitario en que está inserto.

Roquentin vive en un mundo sin sentido. Lo asombra comprobar que los buenos burgueses de la ciudad, no adviertan estos aspectos de la realidad, que para él son tan evidentes. Un alejamiento profundo lo distancia de todo lo que lo rodea, y, finalmente, lo distanciará de la obra misma en que está trabajando.

Lo que lentamente se iba aproximando, lo que lentamente le iba mostrando a Roquentin, la absurdidad de las cosas y de los menesteres cotidianos de la vida, tendrá su crisis o desencadenamiento en un parque público.

"Estaba, pues, hace un momento en el jardín público. La raíz del castaño se hundía en la tierra justamente por debajo de mi banco. No me acordaba ya de que esto era una raíz [1] Las palabras se habían desvanecido, y con ellas la significación de las cosas, sus modos de empleo, las débiles marcas que los hombres han trazado en su superficie. Estaba sentado, un poco inclinado, la cabeza baja, sólo ante esta masa negra y nudosa, enteramente bruta y que me causaba miedo. Y después tuve esta iluminación"

Roquentin manifiesta que la visión le cortó el aliento. Nunca antes había presentido lo que quería decir "existir". Era como todos los otros. Decía el mar "es" verde. Pero no sospechaba el existir que se escondía detrás del "es". El protagonista concluye de inmediato en aceptar que la brutalidad de la existencia, que es y que no es una nada, se esconde regularmente en la vida de todos los días. Se usan las cosas, como útiles, se las maneja, se hacen proyectos, se encuentran o dibujan caminos, pero todo ello en un afán humano de tejer una "inteligibilidad" que se adosa a la existencia o a lo que brutamente existe, para quitarle toda su aspereza.

Las palabras contribuyen a ello. Son como láminas significantes que alejan de lo existente, en toda su crudeza. Toda la diversidad de las cosas, su separación, no es más que una apariencia. El ente es total y sin fisuras, como en lenguaje parmenídeo. Cuando ese barniz puramente externo se diluye, la existencia del todo en su totalidad se abalanza sobre nosotros.

En su diario estima Roquentin que la palabra absurdidez aparece. Todo es sin sentido y sin fundamentación. Por ello, lo esencial es la contingencia, la carencia de explicación. Ese absurdo, día a día, es disimulado por el mundo coloreado por los hombres. El mundo de la existencia de los entes, de todos los entes, de todos los hombres, es un mundo sin razones y sin explicaciones. Ante la raíz "revelada" hubiese podido repetirse, "es una raíz", pero ya las palabras no hubiesen hecho mella en lo entrevisto.

Roquentin concluye: "Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente; los existentes -leamos nosotros los entes- aparecen, se dejan encontrar; pero no se los puede nunca deducir..."

[1] Y, por habernos olvidado de nuestras raíces, es que nos convertimos en mansos corderos. Corderos a quienes no nos matan desde pequeños porque nos necesitan para que los sigamos manteniendo pagando los impuestos (impuestos por ellos)

Impuestos que no les alcanza para erradicar las epidemias ni la pandemia de la miseria del homo sapiens…(nuestra miseria)

Nuestra miseria nos conduce a la absurdidez.

Y él NO sentido ni fundamentación nos conduce a la carencia de explicación que deben darnos quienes se sientan en el Honorable Congreso de la Nación, en esa banca de los representantes del pueblo.

En TODOS ellos se esconde la falta de criterio – que podemos calificar: “tibieza”

El término tibieza me recuerda el mensaje a la Iglesia de Laodicea Apocalipsis 3:15,16: "Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca"

Evidentemente estamos en una sociedad dónde se ha enaltecido y realzado el relativismo, dónde no hay unos referentes claros… o mejor dicho, el único valor que se enaltece y se convierte en Absoluto, es el de la inexistencia de valores absolutos…

Por cuánto invito a mis compatriotas a NO votar en las próximas elecciones a ninguno de los tibios que se reciclan desde hace 25 años. Ellos son los prescindibles

Debemos arrojar a los océanos del tiempo, una botella de náufragos siderales, para que el universo sepa de nosotros, lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán: “Aquí existió un mundo donde prevaleció el sufrimiento y la injusticia, pero donde conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad” Gabriel García Márquez
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Desde La Matanza, Corina Ríos
Marzo 18/2009

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