Por Enrique Guillermo Avogadro
Alfonsín ha muerto pero la vida continúa, aún en la era oscura del kirchnerismo.
No voy a reiterar el panegírico de don Ricardo –ya lo hice en “Con profundo dolor”, una nota que se encuentra en mi blog- ni a intentar emular aquí a las importantes plumas, nacionales y extranjeras, que lo despidieron en estos días.
En cambio, pretendo analizar qué puede significar, de cara a las elecciones legislativas del 28 de junio, para el futuro inmediato de los argentinos.
¿Quién no ha recordado que el Gobierno que lo antecedió, con su fracaso en Malvinas y la muerte de tantos héroes, permitió la apertura democrática?
¿Quién no se ha conmovido ante el espectáculo fantástico de la actual multitud esperando horas, aún bajo la lluvia, para despedir al difunto Presidente?
La pregunta es casi obvia: en esa muchedumbre, a la cual bandadas de movileros de radio y televisión dieron voz, y que habló de honestidad, de diálogo y, sobre todo, de democracia, ¿cuánto influirá ese reclamo en la decisión del voto?
Que va a tener influencia, resulta innegable, pues ni siquiera la corta memoria de los argentinos apaga los hechos en menos de noventa días. La emoción y el dolor han sido tan fuertes que, con toda seguridad, el recuerdo llegará hasta el momento de las urnas. Y, con ello, Alfonsín habrá hecho un último favor a la democracia argentina, aún en deuda con la sociedad.
¿A quién perjudicará y a quién beneficiará ese recuerdo?
El primer perjudicado, creo, será el oficialismo. Los K, ambos, han hecho de la falta de diálogo, aún con su propio Gabinete, una forma de hacer política.
Don Néstor y su vocera han enfrentado y humillado a muchos sectores, y los han transformado en enemigos. De ello pueden dar cuenta la Iglesia, las Fuerzas Armadas, la justicia, el campo, el interior, los medios no adictos, los empresarios y, más recientemente, los propios obreros.
Quienes aún no lo han hecho –Don Hugo y sus “Gordos” y los “barones” del Conurbano- pronto descubrirán, también, que el rey está desnudo, sobre todo de dinero.
Que las promesas que han recibido en estos días –de cargos en las listas y de cabezas (en especial, la de Ocaña) en el caso de los primeros, y de obras públicas y de dinero para clientelismo, en el de los segundos- no podrán ser cumplidas por quienes ya están rasguñando el fondo de la lata y rompiendo todas las alcancías, sobre todo, las ajenas.
El “Momo” Venegas, líder de los trabajadores rurales y, por ende, una potencia fuerte en el esquema gremial, ha conducido ya a varios sindicatos a la oposición, es decir, al Pro Peronismo. Y muchos lo seguirán más pronto que tarde.
Los intendentes están mirando, con desesperación, que los Kirchner comienzan a ser mala palabra, aún entre los más pobres entre los pobres, esos que dependen de los planes y de las dádivas, aterrorizados por el avance de una peste –el dengue- a la que el oficialismo, criminalmente, ha ignorado hasta ahora. Además, aún ellos, están hartos del desprecio y de la desidia a las que los someten, en los años no electorales, esos caudillos de pacotilla.
Esos “barones” se aterran ante la posibilidad, ya cierta, de perder la mayoría en sus respectivos consejos deliberantes, llave maestra del poder territorial. Acompañarán a don Néstor hasta la puerta del cementerio pero, salvo que la inercia los lleve al interior, no se enterrarán con él.
Otro perjudicado puede ser el peronismo de verdad (es decir, no el falso de los Kirchner).
Y puede serlo porque los gobiernos justicialistas, debo confesarlo, han dejado mucho que desear, especialmente frente a la agigantada imagen de don Ricardo Alfonsín muerto.
Creo que no escapa a ningún análisis que lo que se está viendo en el Congreso no es un mero desfile de radicales. Ante el féretro ha desfilado una enorme representación de la Argentina toda, especialmente de jóvenes, muchos de los cuales no habían llegado a la edad habilitante para votar en 1983 o, ni siquiera, habían nacido para entonces.
Es menester recordar una frase atribuida al General Perón en el exilio: “no es que hayamos sido buenos gobernando, sino que lo hicieron después fueron mucho peores”.
Y, en el imaginario popular, eso es lo que está sucediendo frente al cadáver yacente. Los argentinos están recordando, como siempre ocurre con los muertos, lo bueno del gobierno de don Ricardo.
Es significativo que la mayoría de las notas referidas al tema que han integrado los “Artículos Recomendados” que distribuyo diariamente hayan puesto el acento en el diálogo, la paz, la honestidad y la democracia. Y me refiero a todo el espectro de los autores, incluidos aquellos que, con paros generales y con una cerril oposición, dificultaron tanto la gestión de Alfonsín.
Ello está hablando a las claras de las demandas actuales de la sociedad. Es cierto que mañana mismo volverá la preocupación ciudadana por la seguridad, por la desocupación, por Tartagal y por el dengue. Pero desoír cuanto se dijo en estos días de luto y recogimiento sería suicida para los políticos.
Alfonsín, con su muerte, ha hecho un último favor a la democracia argentina. Le ha recordado lo necesidad de volver a las fuentes en materia de convivencia, del derecho de todos a exigir que los grandes temas (justicia, educación, seguridad, distribución justa del ingreso, relación con el mundo, producción y libertad) sean convertidos, mediante un profundo intercambio de ideas, en verdaderas políticas de Estado, es decir, en aquellas cosas con las que no se juega porque no tienen repuesto, como decía Serrat.
Y favorecerá, con ello, a los candidatos que mejor expresen esa vocación por el diálogo y la concertación, que cuenten con la honestidad clara entre sus virtudes, que sean vistos como democráticos y pacíficos.
Espero que todos, dirigentes y dirigidos, aprovechemos este último favor de don Ricardo.
¡¡¡Argentina se lo merece!!!
Buenos Aires, 2 de Abril/2009
Enrique Guillermo Avogadro
Boletín Info-RIES nº 1102
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