Se anuncian voces todavía silencio
Eduardo Pérsico (Desde Buenos Aires, Argentina. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Estimado público, sepan quienes recién llegan al espectáculo que los argumentos y representaciones que verán nos vienen de muy lejos, y no pocos conocieron en las generaciones anteriores.
Así que para ilustrarnos todos un poco mejor, digamos que verán una escenificación ancestral y sin censuras que los seres humanos heredamos del mismo comienzo de las cosas.
Esto significa una perpetua puesta en escena de lo inmemorial que prosigue en cada presente sin ningún corte, demora ni prohibición extraordinaria, y que si agudizan su imaginación verán cómo por el gigante proscenio que al fin resulta nuestro planeta, con diferentes atuendos y ropajes van, vienen, se actualizan, se disfrazan y reaparecen mágicamente muchas figuras de la historia.
Hay ciertas referencias constantes: jefes de la manada, astutas majestades que convencieron a los demás de haber llegado del más allá, reyes en hábiles acuerdos con rabinos, ayatolas y papas de los lejanísimos cielos; y a estos últimos, público amigo, sin asombros ni pudores los sorprendimos al descender desde el mismísimo cielo con sus altos bonetes y zapatos colorinches, a bendecir majestades imaginadas por quién sabe.
Pero acaso este sea otro de los debidos misterios del Dios supremo para ordenar debidamente los reinados, según fuera debido y perdonen mi redundancia debida…
Bien, desde aquí le aseguramos y reiteramos, que nada de los sacrificios y lealtades sumadas hasta este venturoso presente merece ser discutido por la humanidad, en cuanto sin las majestades guiadas por el orden natural y divino, el tiempo hubiera fatigado sobre él mismo, relojero y absurdo, y el universo entero se hubiera ennegrecido.
Instante fatal que por ayuda de Dios no hemos atravesado, y que hubieran usado los herejes para asaltar los místicos hogares del bien y la cordura.
Además para violentar a gusto nuestros monumentos, sepulcros, sitios y palacios donde atesoramos cada insondable enigma del poder y de la fe, por siempre juntos, que sostienen día a día estos sagrados preceptos.
Muy querido público, ninguno de quienes aquí estamos podemos darnos un momento de debilidad y si bien esta verdad es inviolable y eterna, olvidarnos un solo momento de Dios... es un olvido lacra, de condena y espanto, un olvido derrota para siempre.
Cuestionar cualquier verdad del reino de los cielos en la tierra, nos llevará a los arrabales de la absoluta sombra, hacia la penumbra del castigo sin retorno por donde marchan en columnas a ciegas y contra Dios, en nombre del hambre y la injusticia, esos bárbaros que tanto tiempo y esfuerzo nos exige derrotar.
Esos herejes contrarios a la naturaleza del hombre creado a imagen y semejanza de Dios, hoy prometen decir palabras todavía silencio buscando sitiar con el olvido la ciudadela de la creencia divina.
Pierden el tiempo en cuanto no pudieron lograrlo por los siglos de los siglos, amén, y hoy menos lo conseguirán si nuestra fe sigue enarbolando las venerables virtudes difundidas por siempre y para siempre.
Tanto fue así que las bendiciones hechas a bombas y cañones, fueron y seguirán en defensa de esta libertad y estilo de vida y jamás por otros intereses.
Sepamos eso bien...
Y a propósito, estimado público, imaginamos qué dicen esas voces todavía silencio para inquietar la armonía del universo:
"Es lo mismo que vienen gritando hace siglos, con aquello de repartir el pan y demás reclamos sin sentido que no los llevarán a ninguna parte"
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Eduardo Pérsico es escritor, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina
Eduardo Pérsico (Desde Buenos Aires, Argentina. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Estimado público, sepan quienes recién llegan al espectáculo que los argumentos y representaciones que verán nos vienen de muy lejos, y no pocos conocieron en las generaciones anteriores.
Así que para ilustrarnos todos un poco mejor, digamos que verán una escenificación ancestral y sin censuras que los seres humanos heredamos del mismo comienzo de las cosas.
Esto significa una perpetua puesta en escena de lo inmemorial que prosigue en cada presente sin ningún corte, demora ni prohibición extraordinaria, y que si agudizan su imaginación verán cómo por el gigante proscenio que al fin resulta nuestro planeta, con diferentes atuendos y ropajes van, vienen, se actualizan, se disfrazan y reaparecen mágicamente muchas figuras de la historia.
Hay ciertas referencias constantes: jefes de la manada, astutas majestades que convencieron a los demás de haber llegado del más allá, reyes en hábiles acuerdos con rabinos, ayatolas y papas de los lejanísimos cielos; y a estos últimos, público amigo, sin asombros ni pudores los sorprendimos al descender desde el mismísimo cielo con sus altos bonetes y zapatos colorinches, a bendecir majestades imaginadas por quién sabe.
Pero acaso este sea otro de los debidos misterios del Dios supremo para ordenar debidamente los reinados, según fuera debido y perdonen mi redundancia debida…
Bien, desde aquí le aseguramos y reiteramos, que nada de los sacrificios y lealtades sumadas hasta este venturoso presente merece ser discutido por la humanidad, en cuanto sin las majestades guiadas por el orden natural y divino, el tiempo hubiera fatigado sobre él mismo, relojero y absurdo, y el universo entero se hubiera ennegrecido.
Instante fatal que por ayuda de Dios no hemos atravesado, y que hubieran usado los herejes para asaltar los místicos hogares del bien y la cordura.
Además para violentar a gusto nuestros monumentos, sepulcros, sitios y palacios donde atesoramos cada insondable enigma del poder y de la fe, por siempre juntos, que sostienen día a día estos sagrados preceptos.
Muy querido público, ninguno de quienes aquí estamos podemos darnos un momento de debilidad y si bien esta verdad es inviolable y eterna, olvidarnos un solo momento de Dios... es un olvido lacra, de condena y espanto, un olvido derrota para siempre.
Cuestionar cualquier verdad del reino de los cielos en la tierra, nos llevará a los arrabales de la absoluta sombra, hacia la penumbra del castigo sin retorno por donde marchan en columnas a ciegas y contra Dios, en nombre del hambre y la injusticia, esos bárbaros que tanto tiempo y esfuerzo nos exige derrotar.
Esos herejes contrarios a la naturaleza del hombre creado a imagen y semejanza de Dios, hoy prometen decir palabras todavía silencio buscando sitiar con el olvido la ciudadela de la creencia divina.
Pierden el tiempo en cuanto no pudieron lograrlo por los siglos de los siglos, amén, y hoy menos lo conseguirán si nuestra fe sigue enarbolando las venerables virtudes difundidas por siempre y para siempre.
Tanto fue así que las bendiciones hechas a bombas y cañones, fueron y seguirán en defensa de esta libertad y estilo de vida y jamás por otros intereses.
Sepamos eso bien...
Y a propósito, estimado público, imaginamos qué dicen esas voces todavía silencio para inquietar la armonía del universo:
"Es lo mismo que vienen gritando hace siglos, con aquello de repartir el pan y demás reclamos sin sentido que no los llevarán a ninguna parte"
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Eduardo Pérsico es escritor, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina
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