Circo criollo
Números mágicos
Daniel Della Costa
Para LA NACION
La vida política argentina se debe de contar entre las más azarosas del orbe civilizado. Y si no que lo diga Carlos Menem, que después de haber desempeñado el más alto cargo que ofrece la Nación y a pesar de ser, hoy mismo, senador nacional, vivía recluido en el olvido -salvo las eventuales citaciones provocadas por uno que otro juicio aún no resuelto- y fue rescatado de él por la gracia de un número, el 37. (Que para la quiniela tiene un significado que no dice mucho, ya que se trata de "el dentista", pero al que igual habría que jugarle unos pesitos, le duelan a uno las muelas o no.)
Pero fue gracias precisamente a eso -porque al ser el senador trigésimo séptimo con el que contaba la oposición para reventar al oficialismo, ésta podía asumirse como mayoría por primera vez desde que reinan los Kirchner- que Menem pasó a ser algo así como la vedette por un día, o dos (porque primero y a propósito, pegó el faltazo) del elenco contrera.
Lo que le significó dos días de fama, uno en La Rioja, con su atuendo de golfista riverplatense, y otro en el Congreso de la Nación, ya como senador en ejercicio.
Y en ambas ocasiones no sólo hizo valer su participación decisiva en esta historia aún inconclusa, sino que aprovechó para recordar que no es un ente ni mucho menos, sino que es un ser pensante, como si hasta entonces se hubiera dudado de ello.
Lo experimentado por Menem debería hacer cavilar a todos cuantos participan en la política criolla acerca de la fugacidad de la fama.
Porque el papel en este caso del ex presidente tuvo un cierto y melancólico parecido con el del quatorzième, ese personaje, hoy olvidado, al que solía recurrirse en Francia cuando se temía que a un banquete sólo concurrieran 13 comensales.
Lo que entonces, como ahora, significaba una sola cosa: la yeta.
En consecuencia, y por las dudas, se contrataba a un tipo al que se tenía en espera.
Si acudían nada más que trece invitados, lo sentaban a la mesa para que rompiera el conjuro. Pero si, retrasado y pidiendo disculpas, aparecía el decimocuarto invitado, entonces debía levantarse discretamente de la mesa, dejando, seguramente con lágrimas en los ojos, el canard au sang o la bouillabaisse a medio empezar.
Lo cual pone de relieve la fugacidad de la fama y la ingratitud reinante en el país.
Ayer, poder, fama, mujeres, dinero y Ferrari Testarossa; y hoy apenas un número dictado por el azar, con el que se puede llegar a vencer al oficialismo.
Pero que mañana puede valer poco o nada, ya sea porque otra elección acentúe definitivamente las penurias K o porque se produzca una migración desde las filas de éste a las de la oposición, lo que se cuenta entre las mejores tradiciones partidarias.
En cuyo caso también habrá oportunidad de preguntarse si la fama y dineros de los K, su soberbia crispada, sus célebres dislates, sus peleas mortales, sus anatemas a los medios, su desafío a las leyes e instituciones de la República, no habrán de concluir, algún día, en una reclusión oscura de la cual sólo los rescatará, como a Menem, como al quatorzième, el azar de un número.
"No -intervino el reo de la cortada de San Ignacio-; yo no lo creo. Salvo, claro, que estemos hablando del penado 14, ¿vio?"
© LA NACION
Boletín Info-RIES nº 1102
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