"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 6 de marzo de 2010

Sardinas en el salón...

Diario de Buenos Aires

Robert Mur
Corresponsal La Vaguardia.es

En el comedor de la casa de José Palmo hay sardinas. Ahora están muertas, pero llegaron vivas. Con las olas. Hay sardinas en todas las casas de la población de Santa Clara, un barrio pobre ubicado en la carretera que une Concepción y Talcahuano.

En una esquina se reúnen los vecinos que se han quedado a proteger lo poco que les queda. Con un hornillo están cocinando sopaipillas, una torta de harina de trigo y calabaza. Es todo cuanto pueden comer.
Tampoco tienen agua potable.
Están bebiendo agua estancada en unos grandes charcos, la cual hierven.

Los vecinos de Santa Clara ven pasar a la policía, a los militares, a los bomberos, a todos los vehículos oficiales que van y vienen de Talcahuano a Concepción, pero ninguno de ellos para.

Cuatro días después del terremoto, nadie se ha dignado a bajar del coche y preguntarles cómo están y qué necesitan.

La carretera está a 500 metros del mar, pero hasta allí llegó el tsunami.
Todo está enfangado de un lodo negrísimo, y huele de forma nauseabunda a mar.
El fango está en las calles y en el interior de las casas.

El agua alcanzó un metro y medio.
- "Era como un río", grita María Jara desde la ventana del segundo piso de su casa.

Jara prefirió quedarse en la planta de arriba a esperar las tres grandes oleadas que sucedieron al terremoto.

La primera gran ola llegó apenas una hora después del sísmo.
Para entonces, la mayoría de los residentes ya estaban a salvo en unas montañas cercanas.
Tres ancianos, que no quisieron abandonar sus casas, fallecieron.
Uno de ellos, ni siquiera podía correr: era un zapatero postrado en una silla de ruedas.
Una niña de dos años también falleció en Santa Clara.
Y en la mañana de ayer los vecinos encontraron un quinto muerto.

En la calle donde vive José Palmo hay una barca varada.
Es de Lirquén, un pueblo que queda a veinte kilómetros.
Muy cerca está la casa de Aurelio Campos, igualmente enlodada.

"¿Cree que me darán una casa nueva? –pregunta ingenuamente–. Entre a ver cómo quedó todo".
Más fango y sardinas.
- "Soy hipertenso y diabético", dice. "Todas mis pastillas se han mojado", añade este hombre de 66 años.
En una habitación está su hijo Fabián, de 22, postrado sobre un colchón hundido en el fango.

–Está enfermito, tiene ataques de epilepsia –explica.

Y Aurelio rompe a llorar...

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