"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 9 de mayo de 2010

El desamor del poder

El único abanico de posibilidades que todo lo permite es la educación, un abanico que en cada apertura admite considerar al amor por los demás como el valor social por excelencia, un amor que responderá a la necesidad de abnegación, que despierta el deseo de darse, una filantropía razonada de hombres concientes que deciden ser intermediarios para la concreción del auténtico servicio.

El “culto del poder” diluye ese sentido y arrastra en esa disolución a la cultura política, como si los derechos, mal concebidos en esta estrechez, no tuvieran posibilidad de disciplinarse y, por el contrario, sólo buscaran gratificarse sin política alguna hacia otros derechos.

Cuando la pre-ocupación por el bienestar ajeno se hace necesidad propia, cultura y política se vuelven sanas y bellas, conjugando afirmación, responsabilidades y acción, un estilo de vida que aspira, con coraje, a la grandeza del amor; sólo entonces cada hombre puede desarrollarse como ser amoroso social y su abnegación será confiscada.

¿Cómo educar sin ambicionar el amor a los demás, valor cultural implícito en la educación social? Desvalorizaríamos la moral y entonces debilitaríamos la capacidad de encontrar la coherencia y cortando de raíz a la cultura, ya profundamente dañada, bloquearíamos también las referencias, forzados a entrar en sintonía con contextos que presumen, que golpean rígida e incisivamente la única transmisión social que nos implica e identifica como humanos, tal vez para que, dosificada, permita oficializar el desamor.

Esta advertencia es el gran desafío de nuestros tiempos y se hace más urgente que nunca, para que las nuevas generaciones no caigan en aquella intolerancia tan fácilmente aceptada, que desatiende y borra la base de todo objetivo educacional y cultural. La comunión con las necesidades ajenas despierta el impulso de satisfacer en actividades esas otras descubiertas.

El amor del poder se corresponde con el placer del mando, con el ejercicio de una influencia o simplemente con todo aquello que pueda calmar, por un tiempo, esa afición, participando en acción con el poder que otros ejercen en una comunidad.

El amor al prójimo, por sí mismo, es capaz de determinar moral, por esto cada enfoque social desde la moral es progreso y cada solución que abre al progreso da fuerza. Cuando no es así, cuando el poder se considera un fin en sí mismo, la personalidad moral de la sociedad se conmueve ante el fracaso comunitario; evitarlo hoy, en algunos contextos, se asemeja a un acto heroico pero lejos de serlo, instaura el poder que en el amor no es gratuitamente dado.

“El amor del poder es a la política lo que el amor de lo bello es al arte” – Maurice Debesse

Referencia: Las etapas de la educación, Maurice Debesse – Ed. Nova.

Mara Martinoli

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