"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 8 de mayo de 2010

Las razones de la sinrazón

Loco por los medios.
Kirchner enrareció el clima social por su pelea con el periodismo. Cree que el caos le conviene.

Por James Neilson
Ilustración: Pablo Temes

Nada les convendría menos a Néstor Kirchner y su esposa que una Argentina tranquila, una en que se debatieran con racionalidad los grandes temas, los dirigentes políticos buscaran consensos, la Justicia funcionara como es debido, las sesiones parlamentarias transcurrieran sin escándalos y la inflación no hicieran temblar a los consumidores toda vez que se animaran a salir de compras.
Para ellos, la Argentina “madura” así supuesta sería un auténtico infierno.
Entre otras cosas, los años de vida que les queden se verían dominados por sus intentos de defenderse contra los resueltos a verlos encarcelados por su presunta participación en docenas de casos de corrupción.
Puesto que los santacruceños no pueden sino saber muy bien que en “un país normal” les aguardaría un futuro aún más deprimente que el enfrentado por Carlos Menem diez años antes, es comprensible su voluntad de ir a virtualmente cualquier extremo para impedir que se fortalezcan las instituciones propias de una democracia bien ordenada o que evolucione de manera positiva la cultura política nacional.

Desde el punto de vista de los Kirchner, pues, provocar incidentes para hacer menos respirable el “clima de crispación” que se difundió por el país al iniciarse la gestión atribulada de Cristina es un objetivo lógico.
Se trata de conservar un medio ambiente que es propicio para políticos agresivos que se mofan de reglas que otros procuran respetar.

Es de su interés que todos se dediquen a intercambiar acusaciones tremendas; suponen que en una competencia de tal tipo, ellos ganarían, ya que la cacofonía resultante sería tan ensordecedora que pocos lograrían distinguir entre lo realmente grave y lo meramente anecdótico.
Por lo demás, episodios como los protagonizados por matones pro-gubernamentales en la Feria del Libro distraen la atención de asuntos relacionados con sus negocios, al parecer muy lucrativos, con su buen amigo caribeño Hugo Chávez, otro convencido de que su poder depende en buena medida de su capacidad para sembrar cizaña.

Puesto que a esta altura nadie los premiaría por las bondades de su gestión conjunta, sólo les cabe a los Kirchner dar a entender que cualquier alternativa concebible, sería decididamente peor.
Apuestan a que si logran hacer pensar al grueso de la ciudadanía de que, una vez más, la Argentina corre peligro de hundirse en el caos, muchos llegarán a la conclusión de que, dadas las circunstancias, lo más sensato sería dejar el gobierno en manos de los únicos políticos dotados de “la vocación de poder” y las agallas necesarias para asegurar un mínimo de gobernabilidad.

Como dijo en una oportunidad Osama Bin Laden: “Cuando la gente ve un caballo fuerte y un caballo débil, por naturaleza les gustará el caballo fuerte”.
Los Kirchner entienden que si consiguen vender su versión de la realidad, podrán aferrarse al poder por algunos años más. Puede que se hayan equivocado, pero la verdad es que no les quedan más opciones.

Con la eventual excepción de Eduardo Duhalde, un político que está acostumbrado a batallas duras contra enemigos igualmente aguerridos, los referentes opositores se sienten desconcertados por lo que está sucediendo.
- ¿Cómo es posible –se preguntan– que el mismísimo Gobierno se haya propuesto llevar la Argentina al borde de la ingobernabilidad?
- ¿Qué esperan ganar los Kirchner aliándose con personajes tan resistidos como Hebe de Bonafini, la del “hasta la victoria siempre, queridos hijos”– o sea, hasta que los Montoneros lleven a cabo la revolución sanguinaria que tuvieron en mente–, y Luis D’Elía?

Lo que esperan ganar es un país a su medida, uno asustado y caótico que los tome por salvadores providenciales.
Según el radical Ricardo Alfonsín, de perder el Frente para la Victoria en las elecciones previstas para el 2011, “nos puede dejar un país con una situación socioeconómica próxima al estallido”.
Huelga decir que dicha eventualidad no preocupa a los Kirchner; por el contrario, les parece deseable ya que se suponen en condiciones de aprovecharla.

A juzgar por las encuestas, están en lo cierto aquellos opositores que insisten en que lo que la ciudadanía les está pidiendo es más mesura, pero desafortunadamente para ellos, les está resultando difícil presentarse como dechados de sensatez sin brindar una impresión de pusilanimidad.

En política, dar la otra mejilla no suele ser beneficioso, pero si reaccionan con la vehemencia apropiada frente a las bravatas cotidianas de Néstor, Cristina, Aníbal Fernández, Agustín Rossi, Carlos Kunkel y otros provocadores oficialistas, se prestarán a un juego que no es el suyo. Son como pugilistas ortodoxos que no soñarían con asestar un golpe bajo pero que, para su asombro, tienen que pelear en una lucha en la que todo vale.

Con el propósito de marginar a los opositores parlamentarios, los Kirchner están procurando hacer pensar que el destino del país no se verá decidido por las vicisitudes aburridas de la política cotidiana sino por el desenlace de un enfrentamiento épico entre el Gobierno, el que supuestamente encarna el pueblo y las esencias patrias, por un lado y, por el otro, un conglomerado siniestro de corporaciones malévolas, encabezado por el grupo Clarín, que incluye al campo, al “partido judicial” y a quienes según Cristina sienten nostalgia por la dictadura militar más reciente y sueñan con reanudar la guerra sucia.

¿Es un disparate, una fantasía propia de aficionados a las teorías conspirativas?
Por supuesto que sí, pero esto no quiere decir que no pueda funcionar.
Bien manejada, la paranoia es un arma política muy eficaz.

Muchos pueblos presuntamente cultos se han entusiasmado por interpretaciones de la realidad que más tarde les parecerían grotescas.

Por cierto, no hay demasiados motivos para confiar en que la Argentina se haya curado por completo de la propensión a confiar en demagogos vulgares en etapas en que todo parece estar por desintegrarse.
Si bien hay algunas señales prometedoras en tal sentido, los Kirchner y sus allegados están trabajando afanosamente a fin de frenar la evolución política del país.

Desde las elecciones legislativas del año pasado, los Kirchner están tratando de desempeñar el papel de opositores furibundos del statu quo.

Al embestir contra los medios, el Congreso y el Poder Judicial, dan a entender que encarnan el cambio y la esperanza de un país mejor y que el resto de la clase política, aquel rejunte miserable de fracasados, es el enemigo a batir.

Que ellos mismos sean los máximos responsables del estado actual del país los tiene sin cuidado.
Confían en que, con la ayuda de quienes a pesar de todo se niegan a abandonarlos, terminen creando una situación tan desagradable que a Néstor –o por lo menos a un candidato dispuesto a apoyarlos cuando les llegue la hora de rendir cuentas ante la Justicia por las muchas fechorías que les han sido atribuidas–, le resulte posible alcanzar una cantidad suficiente de votos como para conservar el poder político que tanto necesitarán.

Para los Kirchner, la ofensiva contra los medios es fundamental.

Tienen forzosamente que desacreditarlos hasta tal punto que la mayoría o, cuando menos, una minoría sustancial, crea que todo cuanto dicen forma parte de, para citar a Aníbal Fernández, “un gran bluff, una gran mentira orquestada por intenciones politiqueras”, puesto que de lo contrario lo único que podría salvarlos de la noche sería una decisión colectiva de reivindicar el viejo principio que se ve resumido en la consigna “roban pero hacen”.
Aunque nadie en sus cabales afirmaría que todos los diarios y canales televisivos se destaquen por su adhesión a la verdad, es razonable suponer que la versión de la realidad captada por los medios más prestigiosos se aproxime más a lo que efectivamente ha ocurrido que la difundida por los propagandistas oficiales.

Andando el tiempo, resultarán contraproducentes los esfuerzos de los Kirchner por demoler la credibilidad no sólo de Clarín sino también de todos los otros medios que se permiten criticarlos.
El Gobierno podrá salir airoso de algunas escaramuzas menores, pero en la Argentina la versión oficial, sobre todo cuando es tan grotesca como la confeccionada por el mismo equipo que nos dio el Indec, suele tener patas muy cortas.
Para más señas, gracias a los Kirchner el periodismo crítico se ha puesto de moda nuevamente luego de algunos años de eclipse imputables a la voluntad de muchos de tomar en serio las pretensiones progresistas de Néstor y Cristina.

Tal y como sucedió cuando, para fruición de casi todos, se desintegraba la dictadura militar, los intentos oficialistas por intimidar a periodistas determinados han servido para brindarles una oportunidad para desempeñar un rol protagónico en el drama nacional, lo que, como es natural, está estimulando a otros a emularlos.

Lo entiendan o no los Kirchner, tanto aquí como en buena parte del resto del planeta, para cualquier “comunicador”, ser perseguido es un privilegio envidiable, mientras que ser tildado de oficialista, cuando no de mercenario al servicio de un gobierno acusado de institucionalizar la corrupción y de alquilar a matones, es más que suficiente como para poner fin a una carrera promisoria.

Así las cosas, ensañarse con quienes seguirán opinando cuando los Kirchner ya sean historia fue un error que podría costarles caro...

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