Dos ambiciosos objetivos tenía Lula da Silva para el término de su exitoso mandato presidencial en Brasil.
El primero era que su país ganara el Campeonato Mundial de Fútbol. No lo logró, y volvió frustrado de su gira a África, que esperaba culminar con la copa del triunfo en la mano.
El segundo está todavía en proceso: se trata de llevar a la Presidencia a Dilma Rousseff, la candidata de su Partido de los Trabajadores, en las elecciones del 3 de octubre.
Lo que comenzó como una empresa sin muchas posibilidades —la ex ministra apenas marcaba 15 por ciento en las encuestas cuando se lanzó— ha ido ganando terreno, y hoy ya empata con el ex gobernador de Sao Paulo, Serra, quien encabezaba las encuestas con más del 40 por ciento.
Hoy, los sondeos les dan un empate, que Lula pretende romper con una alta presencia suya en la campaña de Rousseff.
Se hacen bromas en Brasil porque ésta será la primera vez en muchas elecciones en que las papeletas no tendrán el nombre de Lula, quien, si la Constitución no le impidiera presentarse a un tercer mandato, seguramente no tendría un rival capaz de vencerlo. Su popularidad ha llegado hasta el 80 por ciento y se mantiene bastante cerca de ese porcentaje.
Sus méritos son varios: mantener una economía sana y estable, con un crecimiento sostenido, lo que ha hecho a Brasil atractivo para los inversionistas; haber reducido la pobreza desde el 28 por ciento, cuando asumió, al actual 16 por ciento; en cifras, los pobres disminuyeron de 49,5 millones en 2003 a 29 millones en 2008, según cálculos de la Fundación Getulio Vargas.
Todo eso es lo que Lula quiere transferir a Dilma Rousseff, quien nunca ha competido en una elección, y si bien eso es esgrimido por sus contrincantes como una debilidad por su falta de experiencia, en Brasil puede ser un punto a favor, tras los numerosos escándalos que han involucrado a políticos de todos los partidos, incluidos el PT y figuras cercanas al Presidente.
Una nueva ley que margina de elecciones a quienes estén procesados es una buena noticia para el combate a la corrupción.
Pero la carrera entre Dilma, una ex guerrillera que ingresó al PT en 2001, y José Serra, un socialdemócrata que fue ministro de Fernando Henrique Cardoso, está recién comenzando.
La campaña partió oficialmente el martes pasado, y los candidatos se han lanzado en un frenético recorrido por los más variados sectores.
Y también se iniciaron los ataques entre ellos. Serra ha dicho que el programa de Rousseff es “de izquierda” y se enmarca en las posturas más radicales del partido, pues las primeras propuestas de la candidata incluían impuestos a las fortunas y regulación a los medios de comunicación.
Tras estos cuestionamientos, el PT las borró rápidamente de su programa.
La apuesta de Lula es que los brasileños se inclinen por la continuidad de su gobierno y, antes que cambiar de rumbo, prefieran seguir con sus políticas económicas y sociales.
Los empresarios esperan que quien sea que reemplace al ex dirigente sindical mantenga el equilibrio macroeconómico, con un superávit fiscal y una inflación controlada. Pero también se espera que se impulse el desarrollo, y en ese sentido Serra promete más.
Su plan incluye rebaja de impuestos y una agresiva promoción a la empresa privada. Su mayor desafío será hacer una campaña enfrentando a todo el aparato estatal, y a un gobierno que ha aumentado el gasto, especialmente social, para apoyar a la candidata oficialista.
Y, sobre todo, con la figura de Lula siempre en primer plano
Fuente: El Mercurio.cl
Boletín Info-RIES nº 1102
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Hace 1 mes
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