Como si se hubiese librado una batalla, haciendo extensivo el “juego dicotómico” desde todos los medios, entre “creyentes” y “no creyentes”, alguien olvidó que la sociedad la integramos todos:
"Los que defendemos su núcleo como proyección social insustituible y los que aspiran a desintegrar su sentido nuclear; por lo tanto la “victoria” de los que iniciaron el juego no legaliza poder.
Cuando una postura se considera justa a priori, en todo y sobre todo, por propia, buscará imponerse; no habrá verdaderos interlocutores y en ausencia de diálogo continuarán desencontrándose; por lo tanto las causas de “la división” son marcadamente más profundas que factores teológicos o doctrinales, seguramente serán otras por fuera de la ética que es social, política, cultural.
Si no se acepta que la ética de la responsabilidad, siempre justa, debiera ocupar un lugar central, casi privilegiado, alrededor sólo se ubicarán pensamientos condicionados para desplazarla, y el aporte de la variedad de todo otro pensamiento, laico y/o religioso, será borrado con actitudes de arrogancia que generalmente conducen a ver como enemigo de la vida social o de la evolución misma del hombre a quien no los comparta.
Y obnubilando hasta la posibilidad de observarse a sí mismos, desdibujando el bien o la verdad, serán “los otros pensamientos” serán merecedores de nimiedad y descrédito.
El laico, el que no cree, si sabe que algo ha hecho mal, deberá aturdirse para que su soledad no sienta el límite de la desesperanza y tratará, aún más que el creyente, de perdonarse y ser perdonado; lo sabe desde lo más íntimo de sus fibras (Umberto Eco) Pero claro, para sentir el juicio de los otros que conduce a reconocer la equivocación, hay que ser humano...
Cuando se desplaza esta condición entonces el error empujará bruscamente hacia la hipocresía, porque el juicio propio merodea la conciencia en espera de expresar esa inquietud que surge cuando nos traicionamos.
Tal vez por ello es tan sencillo someter tantas conciencias.
La convicción nunca es difusa, es blanca, clara y transparente, como la verdad; tampoco es dicotómica, progresista o post moderna; no se compra ni se vende; es diálogo, motivación abierta y constante, y sobre todo, es liberal.
No se podría portar convicción sin valores, éstos nunca serán producto de comportamientos funcionales, conveniencias o utilidad; a la inversa, son función y fusión absoluta que demuestran metafísicamente mediante la razón o por fe religiosa, la fuerza irremplazable de la coherencia moral.
Es decir que, para ser coherentes y conservarlos, sólo basta “humanidad”, aquella que desde siempre, y por siempre, permite saber que nada se podrá sin juicio de aprobación o desaprobación de otro, ese otro que en cada uno de nosotros es juez y máximo legislador inevitable.
El otro que juzga mi accionar como incorrecto no es solo un ojo indiscreto, fastidioso, inclusive amenazante, es quien alimenta mi propia conciencia. – Jean Paul Sastre.
Las convicciones no se pueden dirigir, porque se tienen en conciencia, como la creencia; no presionan, menos aún condicionan, por lo tanto no se someten ni son susceptibles de ser manipuladas en demagogia, porque son verdaderas.
La actual desvalorización no requiere de nuevos ideales, tan solo del sostén de aquellos que lograron hacer hombre al hombre.
Y seguiré escribiendo más allá de lo que el colectivo identifique como “secta”, porque de una u otra forma, mucho de lo que hoy nos rodea es “grupos y dependencia”… Como recita un viejo refrán “no hay peor ciego que el que no quiere ver”·…porque no todo es dependencia.
“Si por cerrar los ojos no he sabido de donde vengo, donde voy y qué cosa vine a hacer aquí, no valía tanto haberlos abierto” – Indro Montanelli
Mara Martinoli
La multitudinaria expresión social del 13 de julio, en conciencia, no podrá borrarse
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