Por Marcos Aguinis
Especial para lanacion.com
Les será muy difícil a los Kirchner conseguir el 40 por ciento de los sufragios para ganar la elecciones de 2011 en primera vuelta.
Seguirán, no obstante, haciendo todo lo imaginable o inimaginable para lograrlo.
No les falta iniciativa.
Apelarán a cualquier recurso, inclusive los que aún no se han inventado.
Como muestra vale recordar el engendro de las "candidaturas testimoniales", que significaron una burla al proceso eleccionario en sí...
Fue tan grave esa agresión a la pureza del sufragio que aún la sociedad no ha terminado de procesar el absurdo de votar por quien no está decidido a asumir el cargo, cargo por el que hace furiosa campaña para que lo voten.
Un grotesco que hace llorar o reír.
Los K merecen admiración por su creatividad y audacia (si estuvieran al servicio del país)
Ahora bien, los escollos para llegar al decisivo 40 por ciento en 2011 ya están generando otra alternativa a las tácticas del matrimonio y el cortejo que prospera a su sombra.
Consiste en ganar algo muy importante a pesar de todo: ganar impunidad y hasta sitios claves en la nueva etapa.
¿Cómo?
Muy simple: convirtiéndose en el árbitro de quién triunfará en la segunda vuelta.
En efecto, si los partidos políticos siguen avanzando por la buena senda de conformar dos grandes bloques -justicialista independiente y panradicalismo-, es probable que éstos sean los únicos protagonistas de la segunda vuelta.
Entonces tendrá un papel determinante el conglomerado K.
No importará si ese conglomerado apenas consiga un 30 o un 25 o un 15 por ciento. Serán votos suficientes para imponer una dura negociación al bloque mejor dispuesto, con el fin de obtener el oxígeno que lo salve de terminar igual o peor que el menemismo.
¿Qué sucederá si el Matrimonio queda primero o segundo, pero sin llegar al inalcanzable 40 por ciento?
Deberá resignarse a la segunda vuelta, donde estará perdido, ya que en ese momento no podrá mejorar su número.
El nivel que alcance en el primer intento será su punto final, el más alto.
A partir de ese pico, vendrá la caída abrupta.
Así funciona el sistema.
Por lo tanto, tiene lógica que en los cuarteles de prognosis y diseño K se comience a preparar la artillería que transforme al kirchnerismo derrotado en el elector de la segunda vuelta.
¿Se aliará con el justicialismo independiente o con el panradicalismo?
Con cada uno flamean banderas de encono y de coincidencias.
Los K no tendrán asco de beneficiar al mejor postor.
Las justificaciones serán fáciles de dibujar.
Con los justicialistas independientes existen el origen común, personajes que navegaron en aguas kirchneristas durante un tiempo, vínculos extra partidarios en el campo empresarial y sindical, hermandad de símbolos, etcétera.
También lo contrario, es decir el fuego de hirientes frustraciones y resentimientos difíciles de apagar.
Con el panradicalismo se pueden elaborar coincidencias a partir de un anhelo por dejar atrás las confrontaciones, restaurar el espíritu de acercamiento nacional que prevaleció con Raúl Alfonsín, insistir en un progresismo que los radicales nunca dejaron de soñar y los kirchneristas nunca dejan de predicar.
No hay duda, asimismo, sobre la repulsa que genera en el viejo partido de Alem la tendencia a la corrupción, la ostentación plutocrática y la profanación institucional que los K llevan a límites extremos.
También su centenaria doctrina "antiacuerdista", pese a que el antiacuerdismo -lógico y fértil en su primera etapa- fue superado por Frondizi y Raúl Alfonsín, que incorporaron hombres de otras denominaciones a sus equipos, atentos únicamente a la honestidad y la eficiencia.
Algo que la Argentina deberá agradecer a los Kirchner en el futuro es haber enseñado cuánto mal se le hace a un país estimulando la confrontación estéril.
Son los defectos y errores de esta administración (no sus escasas virtudes) quienes están logrando las confluencias que terminarán en el armado de grandes bloques.
Pero la sociedad -ya se expresó el 28 de junio de 2009- no desea que prosiga el deterioro.
Entonces, estos bloques deberán aplicarse a reflexionar sobre la táctica que impedirá convertir a los K en el dedo que decida la elecciones de 2011.
Es obvio que ese dedo no se angustiará por el beneficio del país, sino por conseguir sus propias ganancias.
Para dejar afuera ese dedo minoritario, pero decisivo, los grandes bloques no deben esperar hasta último momento.
Quizás tampoco deban hacer demasiada bocina de sus coincidencias para mantener la pluralidad del espectro político. Pero no olvidarse de tener en cuenta que no merecerán perdón si dejan de prepararse para ese desafío.
Existen diversas rutas.
Una casi imposible en la Argentina actual, es diseñar un proyecto común que apunte a romper todas las cadenas del prejuicio, ideologías caducas, hostilidad improductiva, matices secundarios y ambiciones personales o de facción.
Esta ruta exige reunir las mejores fuerzas para encarar la modernización que vuelva a instalar nuestro bendito país en los rieles que lleven a una prodigiosa prosperidad. Seguir el modelo de los países exitosos, no el de los que se aferran como idiotas a la hipnosis del atrasismo victimista.
Existen voces e intentos, pero chocan con la necesidad de establecer ciertas diferenciaciones.
Otro camino consistiría en un pacto que siga el consejo de Balbín:
- "El que gana gobierna y el que pierde ayuda"
Un poderoso consenso en base a políticas de Estado.
No apoyarse en meras intenciones o proclamas vagas, porque naufragaría al poco de nacer.
Debería fundarse en un compromiso de honor para llevar adelante proyectos ambiciosos. Y juramentarse, además, en no volver a incurrir en los vicios que nos han convertido en un país irrelevante.
Ese consenso, para ser creíble y exitoso, debería asegurar que no se negociará ningún pacto con el caduco dedo K, porque al arrastrar los detritos de la presente decadencia al futuro gobierno, se frustraría la oportunidad de dar un paso adelante.
No son las únicas alternativas.
Encontrar otras y mejores es tarea de los políticos de todas las líneas en esta hora crucial.
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