"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 6 de octubre de 2010

Un clásico de la ironía política

Silvia Hopenhayn
Para LA NACION

La ironía suele ser el último recurso de la crítica antes de caer en la absoluta desazón. Y los mejores maestros en ejercerla provienen del siglo XVIII, en plena decadencia de la monarquía y otras jerarquías absolutistas.

La colección El Libertino Erudito, de la editorial El Cuenco de Plata, congrega a exquisitos intelectuales que han clavado sus plumas en el corazón del poder, como Voltaire, en La usurpación de los Papas; Diderot, en Cartas sobre los ciegos para uso de los que ven, y Hume, con Sobre las falsas creencias del suicidio, la inmortalidad del alma y otras supersticiones, todos escritores del Siglo de la Razón o de las Luces.

La nueva luminaria que se incorpora al catálogo es el ácido y rotundo Jonathan Swift, conocido mayormente por su libro infantil Los viajes de Gulliver y también autor de lapidarios ensayos sobre la tiranía de la injusticia y en contra de los ingleses ("quemen todo lo que provenga de Inglaterra, excepto su carbón")

El principal y quizá más conocido es "Una modesta proposición para evitar que los niños pobres de Irlanda sean una carga para su padres y para su país, y para que la gente se beneficie de ellos"
Escrito en 1729, este texto es más audaz que los supuestamente revulsivos que dio el siglo XX.
Con estilo aparentemente objetivista, propone acabar con los niños pobres sirviéndolos a la mesa, previamente bien amamantados por sus madres en el primer año de vida, para que estén regordetes y apetitosos.
Con cien mil eliminados por año, disminuiría la pobreza, mejorando, a su vez, la alimentación.
Empieza así: "Es un asunto que produce tristeza a quienes caminan por esta gran ciudad o viajan por el campo? observar las casuchas de pordioseras, seguidas de tres, cuatro o seis niños, todos ellos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna".
La sátira viene acompañada de otros ensayos igualmente lacerantes.
< "Consejos a los criados" reúne una serie de instrucciones para la servidumbre: explica, por ejemplo, cómo raspar la tostada quemada y servirla del otro lado, o cómo darle mejor sabor al vino chupando el corcho antes de taparlo.
A la doncella de compañía le dedica una recomendación: "Debo advertirle que tenga especial cuidado con el hijo mayor de Milord, aun siendo lo suficientemente diestra, es difícil que pueda atraerlo al matrimonio, convirtiéndose Ud. en una dama (?) luego de diez mil promesas no le dará a Ud. nada, salvo una gran barriga o una gonorrea, o las dos cosas al mismo tiempo"

Quizá lo más conmovedor, por fuera de las críticas severas, es una suerte de epílogo con el que culmina el libro y da cuenta de la auténtica voluntad de escribir del propio Swift: "Ahora intentaré un experimento muy frecuente entre los autores modernos: escribir sobre nada. Cuando el asunto de la obra está agotado del todo, dejad que la pluma continúe escribiendo.

Algunos han llamado a esto el fantasma del ingenio, deleitándose en seguir caminando una vez que su cuerpo ha muerto. Por lo tanto, haré aquí una pausa hasta averiguar, ya sea tomándole el pulso al mundo, o a mí mismo, si es de absoluta necesidad para ambos que vuelva a tomar mi pluma"

© LA NACION

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