"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

jueves, 28 de abril de 2011

Las raíces de la alegría

¿Qué tenía Juan Pablo II para atraer a tantos millones de personas?

Fernando Seco / ABC.es Sevilla

Estoy harto de tanta política, de la crisis, de la corrupción y de todo el pesimismo que nos invade, así es que me permitirán que les proponga una pequeña reflexión sobre la alegría.

El próximo domingo, 1 de mayo, se celebra en Roma la beatificación del Papa Juan Pablo II.

Esto no es otra cosa que un reconocimiento público —estudiado y contrastado— de la Iglesia Católica de que Karol Wojtila vivió las virtudes cristianas en grado heroico, consciente de que era la mejor manera de dar sentido a su vida y corresponder a una llamada de Dios.

Estuvo en dos ocasiones en Sevilla, en 1982, su primer viaje a España, para presidir la ceremonia de beatificación de Sor Ángela de la Cruz.
Y en 1993, con motivo de la clausura del Congreso Eucarístico Internacional.
Quiere esto decir que era una persona que procuró acercarse a la gente, de tal forma que todo aquel que hubiese querido, lo habría visto e, incluso, saludado.

 ¿Qué tenía Juan Pablo II para atraer a tantos millones de personas?

En mi humilde opinión, poseía una alegría desbordante que no he visto en ninguna otra persona.
Procedía de muy adentro, era contagiosa y daba paz.
Eso no era un pegote de quien está acostumbrado a tratar a mucha gente o tiene una especie de don natural. ¡Qué va!

La alegría postiza se detecta muy rápido —o al menos esa es mi experiencia— y no es un don natural, aunque sí es verdad que hay personas naturalmente optimistas y casi siempre sonrientes, lo cual es una delicia.

La alegría tiene unas raíces algo más profundas, desde mi punto de vista, que tienen que ver más con la paz interior que con el jolgorio exterior.
O al menos la que detecté en Juan Pablo II.

No es fácil definir esta alegría ni pretendo llegar a tanto.
Creo que cada cual tiene que descubrir las raíces de la suya propia.

No se trata de un estado de ánimo como de algo más permanente.
De la seguridad de tener un objetivo en esta vida.
De sentirse querido y apreciado.
De poder tener confianza en alguien… infalible.

Quien así vive no tiene excesivas preocupaciones.

En Juan Pablo II se podría decir que no tenía otra preocupación que la de cumplir la misión que Dios le había encomendado, aquella de llevar las riendas de la Iglesia y de sus fieles.
Y por tanto toda su confianza radicaba en Dios.

Comprendo muy bien que estas palabras puedan resultar extrañas —incluso ridículas— entre personas no creyentes o poco familiarizadas con la religión.
Sin embargo, no encuentro razones humanas suficientes para explicar esa alegría que intento describir en el Papa polaco, de la que todos hemos sido testigos.

Al ser beatificado al menos nos podrá incitar a preguntarnos:

¿Por qué se mostraba siempre tan feliz, tan alegre?

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