"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 15 de mayo de 2011

Bin Laden fue a la guerra

No me parece
Por José Benegas
 

Defino guerra como la situación de enemistad irreconciliable entre otras muchas acepciones.
Cuando hablo del marco que define la relación me refiero a esa guerra y no a otra a la que estamos más acostumbrados como los combates entre entelequias modernas llamadas “estados”.
Obvio que la guerra es mucho más vieja que los estados nacionales, que la mayor parte de la historia ocurrió entre tribus, bandas errantes, ejércitos, mercenarios y gobernantes, sin que fuera un tema de la población general, mucho menos de una “nación”.
El problema es que el “orden nacional” y ahora también el “internacional” y sus sistemas de adoctrinamiento han logrado una presencia omnímoda y la mayor parte de la gente no entiende siquiera que haya existido alguna vez otra forma de orden, o de desorden.

Bin Laden y una organización terrorista pueden ser por supuesto contendientes de una situación de guerra. Y si consideramos que su organización dio en el país más poderoso de la tierra el golpe más contundente que haya recibido en su territorio en su historia, el hecho de no estar “legalizado” en el sentido de pertenecer al orden político nacional/internacional es un dato poco significativo.
Es inclusive la característica que lo hace más peligroso y difícil de combatir.

Ahora bien, la guerra no justifica nada, un punto que no se entiende cuando se quiere aclarar por qué los Estados Unidos no llevaron a Bin Laden ante los tribunales.
Si hay una situación bélica la captura para llevarlo ante jueces norteamericanos sería el acto que no tendría “justificación” desde el punto de vista de ningún orden positivo.
La captura sería ya un acto de guerra.
La guerra sólo explica que entre dos partes no se reconocen justificación.


No hay diálogo jurídico hay deseo de mutua destrucción.
Hablar de derecho en una guerra está fuera de lugar, no porque haya algo en la guerra que autorice a pasárselo por encima, sino porque una vez que hay guerra, el derecho ya no está ni para justificar ni para condenar.

A lo sumo existen normas de la guerra, reglas de procedimiento y hasta tratados sobre la materia que fueron un avance importantísimo.
Un grupo terrorista no forma parte de ese orden ni se muestra dispuesto a considerar limitaciones.
Esos procedimientos bélicos “autorizados” son una forma de acordar al menos como dos partes contendientes se habrían de eliminar, cómo serían las armas y los recursos para hacerlo, pero el “derecho de la guerra” no justifica la guerra.

Para justificar la guerra hay que adoptar un punto de vista.
Hay que tomar partido antes de que un razonamiento pueda ser entendido como un intento de justificación. Unos irán a la guerra para imponer el reino de un determinado cielo en la tierra, para combatir a los infieles, o para acabar con alguna forma de demonio o enemigo público, un explotador.
Todos van a la guerra para terminar con los tipos malos.
No hay una justificación a la guerra, hay tantas como contendientes.
Lo que no existe ni puede existir es una justificación abarcativa de todos los contendientes.

Parece que así es el mundo.
No logramos que nuestro propio punto de vista sea “él” punto de vista universalmente válido.
Lo peor es que cuando una de esas justificaciones se erige por si misma en “la” justificación que es vara de todas las otras, quién la representa se erige en justiciero universal y para quienes no lo aceptan, en enemigo de todos.

Cualquiera de nosotros puede universalizar su credo y utilizar dogmas de todo tipo.
Un dogma podría ser que hay un organismo surgido de una guerra anterior cuya misión en el mundo es bendecir a determinado bando disparando contra otro.
Llamémosle Naciones Unidas.

Guerra justa es la que dicen esos contendientes victoriosos que es.
Aunque este punto de vista está ya un poco debilitado, en los últimos años hacía furor.
Podría hacerse una consulta a la Pacha Mama o tirar la perinola a girar para determinar quién puede matar a quién, no sería muy diferente.

Cuando se cuestiona el asesinato de Bin Laden aparece esta discusión que se ha dado en todo terreno en el que el terrorismo ha hecho estragos.
Sin guerra rigen los tribunales, con guerra mandan los hechos.
La confusión está en pensar que con guerra se justifican los hechos.
La sutil pero crucial diferencia es que el estado de guerra es aquel en el que las justificaciones han sido abandonadas.
La guerra no es un crimen en realidad, es la desaparición de las definiciones de crímenes, del terreno de esas definiciones.

¿Quién lo define?
Es una apelación mística, una mirada al cielo a ver si un gran señor lo hará.
No hay tal gran señor al cuál recurrir, solos como estamos debemos decidir si actuaremos o no.
Pero así cualquiera podría matar a otro.
Así son las condiciones de nuestra existencia.
En el interín podremos poner en boca de ese gran señor lo que querramos, hasta la guerra santa, no parece ser entonces garantía de nada.

Hablemos de la paz como valor.
Ahora sí, hablemos de la guerra puesta en el marco del objetivo de vivir en paz, que es mucho mejor. Asumamos previamente que no hay un orden superior que nos lo diga, es nuestra elección decir que ese contexto es mejor y parece ser que la mayoría abrumadora de la humanidad piensa igual.
Ahí tenemos algo para construir.
Casi todos los contendientes entienden que vivir en paz es mejor que vivir en guerra.
Algo hay en común para avanzar.
No tenemos una autoridad en común, ni acuerdos que seguir, estamos en el terreno de la inexistencia de acuerdos y de diálogo.
Pero podemos encontrar un objetivo compartido curiosamente.
Y sin haber resuelto todavía nada lo dejo acá.
Es sábado...



No hay comentarios: