"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 1 de mayo de 2011

La amabilidad y la delicadeza

Se dice de una persona amable que es afable, complaciente y afectuoso y se caracteriza por ser digno de ser amado.
La amabilidad es una condición de la persona, que hace a su conducta y a su trato con la gente.
Es una forma de ser y una forma de actuar.

Se caracteriza por el lenguaje mesurado, decoroso, bondadoso y por el comportamiento que es generoso, afectivo, galante y solidario.

Todas estas condiciones hacen que la persona que la porta sea considerado un ser al que se debe amar, porque irradia una condición amorosa que hace a su actitud ante la vida y ante sus semejantes.

Una persona amable procede con dulzura, que es la suavidad y la bondad en el trato.
Es placentera, dócil y cariñosa, y su conducta esta marcada con esa condición que atrae y seduce a quienes trata.
Es grata su compañía, como es grato conversar con ella, escucharla y compartir sus palabras.

La delicadeza es la atención y el exquisito miramiento con las personas y las cosas en las palabras y las obras que se realizan.
Es el trato con ternura y suavidad, y ser escrupuloso en cuanto a las consecuencias que puedan desatar lo que uno dice o hace.
Un ser delicado es atento, suave y tierno, primoroso, fino y exquisito.

Su proceder es escrupuloso y observa miramientos en su accionar.
Produce delicia que es uno de los placeres mas intenso del alma.
Este placer es de una sensualidad muy viva, y deja rastros agradables y bellos en el espíritu de quien los recibe.

Pero también es una condición del que detente la amabilidad, la delicadeza y la dulzura, y para sí mismo es también un placer muy intenso proceder de esa manera.

Una conversación amable esta llena de sugestión y provoca un interés especial, casi desmedido en los conversantes.

Las ideas o propuestas que se enuncian en ella, son aceptadas y discutidas de otra manera, hay casi un diálogo coloquial entre ellos, y un respeto que tiene que ver con la dignidad de cada uno, mas allá que no se esté de acuerdo o no se acepte lo que se expone.

El momento, el tiempo que transcurre en el diálogo es grato, da alegría y placer e invita a repetir la conversación con las mismas personas.
Una acción amable y delicada, es un acto de bondad, de amor, de respeto y de aceptación.

Aceptación de las diferencias, de las personas a pesar de las ideas distintas que puedan sostener y de la relación humana, tan perdida hoy en día en agrias discusiones y rencorosas disputas, donde no se escucha al otro, se impone no la razón sino la fuerza y se discrimina y estigmatiza a quien piensa distinto.

Hubo una vez en que el diálogo era sencillo, suave, adecuado, que pretendía ser educado.
Educado en el sentido de ser respetuoso, no ofensivo y abierto al cotejo de ideas y valores.

El mundo adolece de falta de diálogo, y las conversaciones a nivel individual, grupal, social o internacional, son ásperas y conflictivas.
Cada uno va con un bagaje previo que no está dispuesto a poner en duda ni a confrontarlo con el de los otros y resolver cual es el adecuado.
Se exponencia la altanería, la soberbia, y se toma a la amabilidad y la delicadeza como actitudes mojigatas o de personas sin carácter.
El grito, el avasallamiento y la ignorancia sobre el decir de los demás.

La posición de la verdad como absoluta en lo que se dice y hace y la negligencia de pensar que hay una omnipotencia personal que suple nuestras dificultades.

Volvamos a la frase amable, digamos las cosas de la mejor manera posible y de forma que se entienda lo que queremos decir.

Volvamos a una conducta delicada, donde se piense y proceda sin lastimar al otro, cuidando los detalles y las consecuencias, y vivamos con dulzura, que comience en nuestro corazón, continúe en nuestras obras y se proclama en nuestro discurso con palabras que contengan ternura, afabilidad, bondad y amor.
Elias D. Galati
wolfie@speedy.com.ar

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