Por Jesús Urdaneta Hernández
No soy hombre de echarme la culpa ni de buscar culpables, lo que no significa que no asuma mis responsabilidades, pero al percatarme que el próximo 30 de agosto se cumple un año de la muerte de Franklin Brito, no puedo dejar de pensar que todos, en mayor o menor medida debemos sentirnos responsables.
Sobre los culpables directos, que no son más que de Chávez para abajo, no quiero referirme, primero, porque estoy seguro que más temprano que tarde se impondrá la justicia y si tiene suerte será juzgado por todos los delitos y crímenes que ha cometido, al igual que todos sus amorales adláteres y segundo, porque ellos no tienen remedio, no van a cambiar y a mí no me importan.
Pero mi preocupación sí va dirigida a nosotros, a nosotros que permitimos que delante de nuestras conciencias, el desenlace fuese la desaparición física de un compatriota que literalmente entregó su vida por sus principios.
Franklin Brito, a quien no conocí personalmente, nació en Irapa, estado Sucre en 1960. Cursó estudios de Bilogía en la Universidad Central de Venezuela en la ciudad de Caracas, constituyendo allí a su familia, con la que se muda en 1994 a Guarataro, una humilde población del estado Bolívar ubicada entre ciudad Bolívar y Caicara del Orinoco, donde establece su fundo La Iguaraya. Jamás imaginó que allí sellaba su destino.
Luego de mucho esfuerzo, La Iguaraya se convierte en referencia de la zona, en virtud de que en sus 290 hectáreas se producen las mejores y más grandes patillas del estado Bolívar.
Por mucho tiempo vivió del trabajo arduo de la tierra, pero en el año 2003, comienzan sus problemas cuando dos de sus vecinos con unas cartas agrarias que les entrega el Instituto Nacional de Tierras, toman parte de su propiedad y lo invaden.
No creo que valga la pena referirme específicamente a las 7 huelgas de hambre que encaró gallardamente, ni a la auto mutilación que se practicó en el 2005 del dedo meñique de su mano izquierda, pero pienso que sí es fundamental, destacar el hecho de que aún cuando al final consiguió la devolución de sus tierras, no cesó en su lucha, esta vez por su dignidad.
A cambio de la entrega de sus tierras, el Gobierno pretendía que admitiera que nunca las mismas habían sido invadidas, lo que equivalía a reconocer lo imposible: que su lucha había sido infundada, razón por la cual no sólo no aceptó sino que exigió que las autoridades establecieran con claridad los orígenes de las ayudas económicas que le ofrecían.
Franklin Brito no se doblegaría por un tractor ni por unas tierras, ni permitiría que surgieran dudas sobre su justa causa y sobre su honestidad y rectitud.
Así, luego de 7 años, un hombre decente, honesto, trabajador y emprendedor, que comenzó su lucha con 105 kilos, termina muriendo tildado de loco, recluido contra su voluntad en la terapia intensiva del Hospital Militar, como consecuencia de un shock séptico y con 33 kilos de peso, todo por no querer ceder ante el Gran Hermano.
Y los venezolanos fuimos testigos de ello.
Y lo permitimos.
Al igual que hemos permitido muchas otras atrocidades.
Y nos duelen, pero bajamos la cabeza y miramos hacia otro lado.
En las luchas de los pueblos, siempre se encuentran mártires o íconos que con su ejemplo iluminan nuestras vidas, nos hacen reflexionar y nos dan el valor de lograr los cambios necesarios.
Por supuesto que lo ideal sería que ellos no fuesen necesarios.
Que ni la opresión ni la tiranía existieran y que la paz, la armonía, la libertad y el desarrollo fueran la constante.
Lamentablemente en nuestro país tenemos ya muchos mártires.
Demasiados se han inmolado; algunos totalmente, otros de manera parcial; algunos abruptamente, otros lenta y progresivamente, y en muchos casos sus sacrificios han pasado desapercibidos.
En La Iguaraya, donde antes se cosechaba y producía, ahora sólo hay maleza y abandono.
En la familia Brito un vacío negro y profundo que jamás será llenado.
Y entre nosotros ¿qué hay?
Ya permitimos que Franklin Brito muriera una vez...
¿Vamos a permitir que también muera su memoria y su ejemplo de dignidad y coraje?
Me niego a creer que sea sí.
Los venezolanos nunca hemos sido cobardes ni indiferentes.
Por amor a nuestro País, que no es más que el amor que debe existir entre nosotros, quisiera elevar en memoria de Franklin Brito, una plegaria que se ha convertido en universal y que fue hecha por el teólogo estadounidense y pastor evangélico antifascista y anti estalinista Reinhold Niebuhr y es la oración de la serenidad cuyo encabezamiento dice:
“Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que sí puedo y sabiduría para reconocer la diferencia…”
Logremos que Franklin Brito algún día logre descansar en paz
Jesús Urdaneta Hernández
Email jesusurdanetah@gmail.com
Twitter @jesusurdanetah
Fuente: GENTIUNO
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