EDITORIAL La Vanguardia
HACE una semana, la ciudad de Monterrey fue escenario de la matanza más sangrienta contra la población civil en la historia reciente de México.
Un ataque indiscriminado contra el Casino Royale de Monterrey, en el noroeste de México, mató a 52 personas –42 de ellas mujeres–, que fallecieron atrapadas por el fuego en una acción que las autoridades del estado de Nuevo León atribuyen a la organización criminal de Los Zetas.
El móvil contra la casa de apuestas fue la extorsión.
La guerra que libra México contra al crimen organizado tiene muchas explicaciones.
La corrupción arraigada históricamente en las estructuras del Estado es una de ellas.
Las ramificaciones de las bandas narcotraficantes no sólo se han localizado en los policías mal pagados, sino en los despachos oficiales.
Y el resultado es que las encuestas revelan el desánimo de la población, que considera que el crimen organizado está ganando.
América Latina, con México incluido, ha conocido en los últimos años una mejoría económica notable. Pero la situación de la región contrasta con el debilitamiento del Estado.
La democracia ha arraigado en toda Latinoamérica, pero el sistema democrático no sólo quiere decir que el electorado pueda acudir cada equis años a las urnas.
La creación y consolidación de unas estructuras democráticas sigue siendo la gran asignatura pendiente de la región.
América Latina es la única región del mundo que ha quedado al abrigo del terrorismo internacional en la última década.
Pero su desafío es el crimen organizado, que es otra amenaza que también afecta a toda la comunidad internacional.
Los dirigentes de México tienen una gran responsabilidad en esta lucha.
Si se pierde, México se hundirá, como un Estado fallido.
Pero el combate no puede ser un asunto sólo de México.
Felipe Calderón, presidente de México, reaccionó ante el atentado de Los Zetas para pedir más cooperación por parte de Estados Unidos contra el narcotráfico.
No se trató simplemente de pedir ayuda, sino que el mandatario mexicano aprovechó, con razón, para recordar la responsabilidad a uno y otro lado de la fronteras que separa los dos países.
La plaga del narcotráfico tiene muchas vertientes:
Está el traficante, el policía que le puede proteger y el político corrupto que le dé cobertura.
Pero también está el consumidor que hace que el narcotráfico resulte ser un negocio floreciente al otro lado de la frontera.
Y también están los vendedores de armas del vecino del norte que suministran su mercancía a los traficantes.
Por eso, la lucha contra el narcotráfico es un combate que nos atañe a todos.
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