"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 3 de septiembre de 2011

Tanto poder que da miedo



Omnipotente. La ausencia de una oposición articulada desbalancea el sistema político. Cristina tiene la suma del poder.

Por James Neilson*
Ilustración: Pablo Temes.

En países de instituciones democráticas robustas, a nadie le preocuparía que un mandatario iniciara una nueva gestión con el apoyo de más del 50 por ciento del electorado.
Por tratarse de algo que sucede con cierta frecuencia en los Estados Unidos, Francia y otras naciones en que rige el sistema presidencialista, hasta los opositores más acérrimos pueden dar por descontado que tanto el beneficiado por el apoyo popular como sus acompañantes acatarán las reglas, aunque solo fuera por entender que no les convendría violarlas ya que en política nada dura para siempre.
Pero en la Argentina las instituciones son raquíticas y entre los oficialistas abundan individuos que son reacios a respetar los límites exigidos por la desdeñada democracia burguesa.
Por lo tanto, la probabilidad de que en octubre Cristina se vea reelegida por una mayoría absoluta es motivo de inquietud e incluso de miedo.

No se trata de la frustración que por razones evidentes sienten los dirigentes opositores ante la presunta proximidad de otra etapa de “hegemonía” oficialista; el país se ha acostumbrado a períodos en que el gobierno de turno domina el Congreso y cuenta con el beneplácito del grueso del Poder Judicial.
Mucho más alarmante es la posibilidad de que los cristinistas puros y duros, militantes que de demócratas tienen muy poco, se las arreglen para aprovechar una oportunidad acaso irrepetible para perseguir a quienes se animen a criticarlos.
Persuadidos de que están participando de una especie de revolución popular, se creen con derecho a pisotear todos aquellos que procuren impedirles alcanzar sus objetivos.

Ya se han provisto de pretextos a su entender convincentes para escrachar, o peor, a sus adversarios.
La guerra santa de los kirchneristas contra “el monopolio” Clarín se inspira no tanto en la hostilidad hacia un grupo mediático determinado que antes los había apoyado cuanto en el desprecio por la libertad de expresión como tal que a su juicio es una patraña capitalista, un asunto que solo interesa a empresarios resentidos.
Han hecho suyo el apego notorio de Cristina a la teoría del relato que es esencialmente autoritaria, cuando no totalitaria.
En base a sus propias versiones de dicha teoría, según la cual es necesario apoderarse del pensamiento ajeno luego de ganar la “batalla cultural” para reducir al silencio a quienes se les opondrían, regímenes fascistas y comunistas, además de dictaduras militares latinoamericanas como la del Proceso de los años setenta y comienzos de los ochenta, y las tiranías execrables que aún pululan en el mundo musulmán, han cometido un sinnúmero de crímenes.
A juzgar por lo que dijo hace un par de días, el doctor Florencio Randazzo se ve en el rol del doctor Joseph Goebbels en este capítulo de la novela de Cristina.
Puede que exageren quienes toman las esporádicas manifestaciones de intolerancia kirchnerista –la proliferación reciente de afiches soeces con un mensaje maradoniano o, el año pasado, la invitación a los chicos a cubrir de escupitajos imágenes de supuestos enemigos de lo nacional y popular– como señales de que el país está por experimentar una remake de la primera fase triunfal del peronismo, pero así y todo la preocupación que sienten es comprensible.
En demasiadas ocasiones, la Argentina ha quedado a merced de iluminados que, por saberse dueños de la verdad, se han esforzado por librarlo de herejes a quienes acusan de no respetar debidamente la sabiduría del pueblo que los eligió para gobernarlo.

Aun cuando, para alivio de las víctimas en potencia de una eventual purga mediática, Cristina no caiga en la tentación de desatar a sus rottweiler para que masacren a quienes se animen a pensar distinto, lo que no tardaría en hacer del segundo período presidencial que se prevé una pesadilla para los disidentes y, andando el tiempo, para ella misma, el exceso de poder que le han brindado la precariedad de las instituciones y el eclipse opositor la expondrá a otros peligros.
Uno es que se produzca un estallido de corrupción consentida.
Por cierto, la propensión oficialista, y de agrupaciones “progresistas” afines, a solidarizarse con cualquier “amigo” que se ve tocado por un escándalo, como el juez de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni a raíz de aquellos prostíbulos que resultaron ser de su propiedad, atribuyendo las denuncias a “campañas” mediáticas, hace temer que los transgresores congénitos de todo tipo se sientan impunes.

Al politizar virtualmente todo, encuadrándolo en la lucha entre el bien oficialista y el mal opositor, los partidarios del Gobierno suponen que la ubicación ideológica de quienes se afirman sorprendidos por el enriquecimiento insólitamente rápido de ciertos funcionarios importa mucho más que lo que estos hicieron para acrecentar su patrimonio personal.
Desde el punto de vista de los comprometidos con el “proyecto” de Cristina, solo a un enemigo vinculado con intereses oscuros se le ocurriría cuestionar la honestidad de un militante de la causa.

Para perturbar aún más a los economistas y otros que no comulgan con el evangelio kirchnerista, Cristina parece resuelta a persistir cueste lo que costare con el “modelo” que en su opinión es infinitamente superior a los de otras latitudes como América del Norte, Europa occidental y el Japón.
Convencidos como están aquellos de que el modelo ya se ha agotado, no les hace ninguna gracia ni la negativa presidencial a desviar un solo centímetro del camino emprendido ni la voluntad de algunos miembros de su equipo de “profundizarlo” o “radicalizarlo”.
Aunque no saben muy bien lo que tendrán en mente quienes hablan así, entienden que el Gobierno pronto tendrá que encontrar nuevas fuentes de ingresos para mantener llena la caja y que, para conseguirlas, se pondrá a “estatizar” diversos pedazos del sector privado para que compartan el destino de Aerolíneas Argentinas que está en manos de los muchachos de La Cámpora.

Puesto que aquí es tan borrosa la diferencia entre “Estado” y gobierno, es decir, entre lo público y lo apropiado por la cúpula del movimiento político coyunturalmente dominante y sus amigos, de procurar los kirchneristas girar hacia la izquierda como algunos creen posible, el “modelo” entraría en una fase depredadora que se reivindicaría diciendo que se trata de redistribuir el ingreso para que la Argentina sea un país más inclusivo e igualitario.
No extraña, pues, que muchos que están en condiciones de hacerlo están trasladando su dinero a lugares que suponen más seguros, de ahí la sangría constante de capitales.
Saben que “el modelo” es insaciable, que siempre necesita nuevos aportes y que, ya deglutidos los procedentes del campo, de los fondos previsionales privados y del Banco Central, tendrá que buscar otros, se encuentren donde se encuentren.

Lo que nos espera dependerá en buena medida de la voluntad de Cristina.

Según la revista estadounidense Forbes, la Presidenta solo ocupa el puesto número 17 en la lista de las mujeres más poderosas del planeta, muy por debajo de personajes como Lady Gaga, y ni hablar de Dilma Rousseff, pero en la Argentina es la gran titiritera.
Lo es no porque parecería que al menos la mitad del electorado la prefiere a cualquier otro político sino porque sin ella el Frente para la Victoria gobernante se esfumaría en seguida y todos los militantes –bien, casi todos, ya que de resultarles necesario Daniel Scioli y algunos otros podrían prescindir de su apoyo– son conscientes de la realidad así supuesta.

En principio, el poder de Cristina es enorme, pero se debe menos a sus propias dotes como líder que a la abdicación, voluntaria en el caso de sus simpatizantes y por falta de respaldo popular en el de los dirigentes opositores, de los demás.
La cultura política nacional es caudillista porque escasean los dispuestos a asumir responsabilidades...
En la actualidad, Cristina se ha visto a un tiempo beneficiada y perjudicada por la costumbre ya tradicional de colmar al jefe máximo de poder; beneficiada, porque sin duda es muy agradable desempeñar un papel monárquico y rodearse de adulones serviles.
Perjudicada porque en última instancia no podrá confiar en nadie.
A menos que decida lo que hay que hacer, sus dependientes optarán entre privilegiar sus propios asuntos y no hacer nada.
En consecuencia, su gestión seguirá siendo decididamente desprolija.

Con tal que la economía continúe creciendo a un ritmo satisfactorio, Cristina podrá hacer lo que se le antoje con el capital político enorme que ya depositaron en su cuenta las elecciones primarias y que, es de suponer, aumentará todavía más luego del 23 de octubre, pero en cuanto el país comience a enfrentarse con graves dificultades –e incluso el bueno de Joseph Stiglitz cree que de agravarse la crisis internacional el impacto sería fuerte–, podría devaluarse con rapidez desconcertante.

En tal caso, ¿cómo reaccionarían quienes se imaginan convocados por el destino a protagonizar una epopeya política, social, económica y, cuando no, cultural?
¿Irán por más, o se batirán dócilmente en retirada?

A menos que la suerte siga sonriendo a los kirchneristas como ha hecho desde el día en que Eduardo Duhalde pensó que sería genial reemplazar como su delfín al cordobés José Manuel de la Sota por el patagónico apenas conocido Néstor Kirchner, sabremos las respuestas a estos interrogantes desagradables bien antes de diciembre del 2015.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”

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