"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 5 de noviembre de 2011

El corralito de Cristina

Washington guitarrero
El presidente del billete de un dólar en versión Boudou. 
Los críticos del ministro lo culpan por la crisis cambiaria.

Por James Neilson*

 Ilustración: Pablo Temes

No es justo.
Como sucedió hace casi cuatro años cuando, para aguar la fiesta que acompañaba el inicio del primer período presidencial de Cristina, la Justicia norteamericana se ocupó de las peripecias de un venezolano rechoncho que algunos meses antes había hecho su aparición en Aeroparque con una valija atiborrada de dólares “para la campaña”, a menos de una semana de aquel triunfo consagratorio del 23 de octubre que en buena lógica debería haberle garantizado un período de gracia prolongado, la Presidenta tuvo que hacer frente a una fuga atropellada de capitales de la clase que suele darse en momentos de gran incertidumbre política.
Para frenarla, a los encargados de manejar la economía nacional no se les ocurrió nada mejor que ordenar a una hueste de inspectores, policías, gendarmes y otros, intimidar a la gente para que se alejara de las casas de cambio, de tal modo ampliando el impacto de lo que sucedía.

A pesar de años de crecimiento macroeconómico chinesco y un boom consumista atribuible a las bondades del modelo nac & pop, para el grueso de la población del país, el dólar estadounidense no ha dejado de ser la moneda de referencia, un punto supuestamente fijo en un mundo movedizo.
Puede que en Europa y Asia, el verde haya perdido su atractivo, pero en la Argentina ha conservado buena parte de su prestigio.
Así las cosas, cualquier intento de acorralarlo para que únicamente los privilegiados – los que incluyen, según parece, a más de un millón de empleados públicos–, puedan tratar de defenderse contra las vicisitudes de esta vida consiguiendo algunos, es motivo de viva preocupación no solo entre los empresarios y los especuladores de siempre sino también entre quienes apenas ganan lo suficiente como para alimentarse.
Por paradójico que parezca, muchos que votaron a Cristina por creerla más confiable que cualquiera de las alternativas en oferta estarán esforzándose por comprar dólares por si acaso.

Fieles a las tradiciones populistas en la materia, la Presidenta y sus asesores reaccionaron politizando el asunto con el propósito de insertarlo en el relato oficial.
Desde su punto de vista, y el de muchos opositores, el Gobierno es blanco de una ofensiva de la odiosa patria financiera respaldada, cuando no, por “el mercado”, esta entelequia siniestra que en todas partes procura frustrar los planes de políticos progresistas bien intencionados, que quiere advertirle contra cualquier intento de “profundizar el modelo”

El aún ministro de Economía y vicepresidente electo Amado Boudou parece compartir dicho análisis.
Con el fervor propio de un converso, el ex neoliberal metamorfoseado en paladín del modelo popular inclusive acusó a ciertos medios periodísticos de complicidad con las fuerzas del mal al prestarse, asevera, a una campaña destinada a “generar histeria colectiva”.
De este modo, Boudou da a entender que en su opinión la sangría de capitales que este año podría privarnos de hasta 20.000 millones de dólares es en el fondo un problema psicológico, lo mismo que la inflación, de suerte que la mejor forma de aplicarle un torniquete consistiría en cambiar las expectativas.

Por desgracia, fue de prever que en términos políticos resultarían contraproducentes los métodos policiales, que llevan la impronta inconfundible de Guillermo Moreno, elegidos para persuadir a la ciudadanía de que no le convendría tratar de cambiar sus pesos en dólares.
Aunque sea posible que, al enfriar una economía claramente sobrecalentada, contribuyan a quitar fuerzas a la inflación, sembraron más alarma que tranquilidad, ya que solo sirvieron para convencer a muchos de que la situación es en verdad mucho más grave de lo que hasta hace poco se suponía.

¿Lo es?
Casi todos los economistas, sin excluir a “ortodoxos” convencidos de que el modelo kirchnerista es un bodrio, afirman que es escaso el peligro de que estalle una crisis tremenda en el futuro previsible, pero la experiencia tanto nacional como internacional ha enseñado que todo puede cambiar en un lapso asombrosamente breve, como en efecto sucedió hace un par de años en Europa y los Estados Unidos donde, de la noche a la mañana, la confianza hasta entonces imperante se esfumó, dando lugar a un clima de desesperación.

Mientras que en los países relativamente ricos del Primer Mundo, la mayoría coincide en que las perspectivas se han hecho terriblemente sombrías, sobre todo para millones de jóvenes “indignados” que creen que tendrán que resignarse a un nivel de vida inferior a aquel de sus padres, en la Argentina la expansión notable de los primeros ocho años K ha estimulado un grado insólito de optimismo.
Puede que se hayan equivocado quienes creen que la clase media argentina se ha jibarizado tanto que no corre el riesgo de achicarse todavía más, pero acaso sea natural que los supervivientes del colapso catastrófico del 2002 se crean capaces de mantenerse a flote pase lo que pasare.
Al fin y al cabo, ya ha ocurrido aquí lo que temen tantos norteamericanos y europeos de clase media que, al ver desaparecer los empleos bien remunerados que durante casi medio siglo les han asegurado ingresos más que adecuados, entienden que una época ha llegado a su fin y que, les guste o no les guste, tendrán que adaptarse a circunstancias radicalmente distintas como lograron hacer muchos argentinos.

De todos modos, parecería que en todas partes la brecha entre una minoría pudiente y los demás continuará ensanchándose, que el futuro que les aguarda a los países considerados ricos se asemejará mucho a la actualidad latinoamericana.
En China y la India, la clase media está creciendo a una velocidad fenomenal, pero en los países desarrollados la está socavando una combinación de progreso tecnológico, que está eliminando con rapidez desconcertante los empleos rutinarios en fábricas y oficinas, con la globalización que, entre otras cosas, obliga a los trabajadores occidentales –incluyendo a los argentinos–, a competir con asiáticos a menudo mejor preparados que por un rato estarán dispuestos a conformarse con salarios llamativamente menores.

No extrañaría, pues, que en Europa y los Estados Unidos comenzaran a surgir gobiernos populistas que, lo mismo que sus equivalentes aquí, dominen el arte de aprovechar en beneficio propio las penurias locales, imputándolas a conspiraciones foráneas y a la maldad congénita de los financistas.
Por denigrante que sea el populismo clientelista, es innegable que sirve para asegurar la gobernabilidad en sociedades que de otro modo se hundirían en el caos.

Sea como fuere, la reanudación por parte del gobierno de Cristina de la guerra contra el dólar –es decir, contra la falta de confianza en el porvenir del peso–, hace sospechar que la Argentina está por entrar en una etapa turbulenta.
Por un lado, el gobierno kirchnerista acaba de rellenar la caja política: por el otro, ve disminuir el contenido de la caja económica que tanto ha contribuido a la “construcción del poder” que desde mayo del 2003 es su obsesión.
Para los kirchneristas más entusiastas, los que quieren “ir por todo”, la reelección triunfal de Cristina debería señalar el comienzo de un ataque frontal contra “las corporaciones” que, según ellos, obstaculizan el camino hacia el país equitativo y maravillosamente feliz de sus sueños.
Sin embargo, “las corporaciones” –o sea, cualquier poder económico más o menos organizado que aún no se ha plegado al “proyecto”–, suelen ser esquivas.
Por lo demás, se cuentan por muchos millones los que dependen de ellas para sobrevivir.
Si el Gobierno opta por atacarlos, la consecuencia más probable sería una convulsión económica de grandes proporciones que, lo mismo que la ofensiva contra el campo de la fase inicial de la gestión de Cristina –casi casi la hizo regresar a su reducto patagónico dejando el país en manos de aquel “traidor” Julio Cobos– desataría una fuga peligrosa de capitales políticos.

La Presidenta sabe lo que es enfrentar la adversidad.
Se recuperó pronto de las heridas dejadas por el conflicto con el campo, pasó por alto la derrota del oficialismo en las elecciones legislativas del 2009 y hace poco más de un año soportó con entereza la muerte repentina de su marido, el “hombre fuerte” de su gobierno, para entonces lograr acumular una cantidad de poder que es comparable con la que tuvo Juan Domingo Perón a mediados del siglo pasado, pero aún no ha tenido que luchar contra una crisis económica larga y exasperante como la que destruyó la gestión de Fernando de la Rúa.

Si, como muchos creen, “el modelo” kirchnerista ya se ha agotado y por lo tanto le será necesario emprender una serie de ajustes penosos, el cuatrienio que Cristina está por empezar será muy distinto del anterior.
Puede que el compromiso de no ajustar nada nunca haya incidido poco en su popularidad –hasta los heterodoxos más imaginativos saben que a veces hay que ajustar algunas cosas– pero para justificar una reducción abrupta del gasto público, digamos, le sería tentador responsabilizar al “mundo” por lo que se vería constreñida a hacer por razones que en verdad tendrían más que ver con las distorsiones ocasionadas por su propio “modelo” que con cualquier factor exógeno, para entonces intentar huir hacia adelante con la esperanza de mostrar que el relato que está protagonizando puede más que los vaticinios lúgubres de los agoreros liberales.

¿Ganaría la apuesta?
Muchos lo dudan, de ahí su interés renovado en la alicaída divisa norteamericana.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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