La
violencia religiosa debe ser enérgicamente condenada y combatida por medio del
conocimiento y de la educación
POR
MARCOS AGUINIS
@AguinisMarcos
Los
atentados terroristas que se están multiplicando con rapidez en Occidente se
diferencian de las espantosas guerras que desde hace años asuelan Siria y otros
países musulmanes, porque parecen el producto de mentes alteradas que actúan en
forma individual.
Por
eso se los llama "lobos solitarios".
No
estoy de acuerdo.
Semejante
aseveración tiene dos objetivos principales:
Tranquilizar la
culpa de quienes deben prevenirlos y seguir ignorando su causa profunda.
La
causa profunda radica en la prédica del odio y la promesa del edén que realizan
muchísimos clérigos musulmanes con fogosa intensidad.
Los "lobos
solitarios" son el producto de un intenso lavado de cerebro, los mejores
alumnos de prédicas asesinas que alteran los sentimientos y penetran en jóvenes
frustrados, irracionales e ignorantes.
Además,
algunas instituciones los premian, como la Autoridad Palestina, que designa
parques, calles y plazas con su nombre, más un obeso subsidio a sus familias.
En
los debates que se llevaron a cabo en Occidente tras la Segunda Guerra Mundial,
se lograron marginar progresivamente las discriminaciones por causas étnicas,
religiosas y sociales.
Fue
un proceso ímprobo, pero que ha conseguido un éxito ejemplar.
Por
ahí se explica que las manifestaciones islámicas fundamentalistas demoren en
ser condenadas.
Se
teme caer en la "islamofobia".
Claro:
discriminar una de las tres principales
religiones monoteístas resultaría escandaloso.
Pero
lo que se critica no es esa religión, sino a los criminales que suponen
servirla matando en nombre de Alá.
No
se trata de un repudio a sus bases teológicas.
No.
Como
si criticar el tribunal de la inquisición, que funcionaba con temible poder
hasta hace pocos siglos, implicase "cristianofobia".
Se
han intentado varias explicaciones sobre la expansión de este fundamentalismo.
Las
más superficiales apuntan a culpar a Occidente por sus guerras coloniales.
Responde
a la tendencia "garantista" de justificar al criminal y olvidarse de
la víctima.
Es
cierto que Occidente acumula culpas, pero hay porciones del planeta que
sufrieron el coloniaje y no produjeron la erupción del terrorismo islámico.
Equivocadamente
se fija el comienzo de esta oleada siniestra en el ataque a las Torres Gemelas
de Nueva York.
Si cabe marcar
fechas, esa catástrofe fue precedida en varios años por el atentado contra la
embajada de Israel y la AMIA en Buenos Aires.
Fueron
los primeros atentados islamistas en América.
Quien
los organizó y llevó a cabo fue la República Islámica de Irán, que hasta ahora
se resiste a confesar su culpa.
Irán,
por otra parte, alimenta la formación terrorista de Hezbollah, que controla el
Líbano, y la organización ultra asesina de Hamas, que se apoderó de la Franja
de Gaza apenas la desocupó Israel.
Con
Hezbollah y Hamas planifica y ejecuta múltiples acciones de relumbres
sanguinarios.
Después
estalló con fuerza la guerra entre chiitas y sunnitas, que ha convertido a
Siria e Irak en una apocalíptica carnicería.
Los
chiitas predominan en Irán y Hezbollah, sobre todo…
El
resto del universo musulmán adhiere al sunnismo.
La
enemistad entre estas dos corrientes se basa en una muerte ocurrida en el siglo
VII, cuando durante una batalla cayó Hussein, el nieto de Mahoma.
Entre
los estudiosos del fenómeno jihadista, sus manifestaciones empezaron con los
Hermanos Musulmanes, de filiación sunnita. También es un error: viene de muchos siglos antes.
Pero
se intensificó en el XX.
Tuvo
un comienzo horrible, con el suicidio de medio millón de niños, ocurrió por
iniciativa del ayatollah Khomeini (chiita) durante la guerra de su país con
Irak.
La
venía perdiendo.
Entonces ordenó
la fabricación de medio millón de llavecitas de plástico atadas a una fina
cadena, que se pusieron a quinientos mil niños.
Centenares
de maestros y clérigos les machacaron que con esa llavecita se les abriría la
puerta del paraíso.
Esta
historia bien documentada la relaté hace años, pero debo repetirla ahora,
porque el atentado contra el Parlamento de Irán que acaba de suceder es quizás
una venganza por aquel acontecimiento, entre otros objetivos.
Los
niños iraníes se arrojaron en bandadas contra los soldados de Irak, quienes al
principio dispararon sus armas de fuego.
Pero
advertidos del horror empezaron a vomitar y abandonaron el campo de batalla.
Irán, gracias a esta maniobra, logró recuperar terreno.
Los
iraquíes, en su mayoría sunnitas o laicos, era considerados
"infieles" por los chiitas, dignos de ser asesinados.
Muchos
musulmanes justifican la muerte de su propia población mediante el argumento
del martirio.
Los terroristas
que ahora se llaman "lobos solitarios" se arrojan al despeñadero
sabiendo que terminarán como sus víctimas. Lo hacen con profunda
alienación, convencidos de que loes espera una recompensa: el paraíso.
Innumerables
clérigos se han ocupado de pervertir el concepto del martirio.
Esto
lo critico a cara descubierta.
Trataré
de explicarlo en pocos renglones.
Las
tres religiones monoteístas han ennoblecido el martirio como una forma extrema
de testimonio.
Comenzó
quizás con el relato de Ana y sus siete hijos, que narra el II Libro de
Macabeos.
Siguió
con los incontables mártires cristianos torturados y asesinados por las antiguas
autoridades romanas.
Sin
embargo, ninguno de ellos hacía preceder su sacrificio con un asesinato.
Eran
auténticos santos, de gran corazón.
En
cambio el martirio que ahora elogian, premian y multiplican los islamistas
constituye una horripilante tergiversación del concepto.
No
hacen defensa de su fe mediante su propio y exclusivo sacrificio, sino
asesinando a mansalva, sin diferenciar niños de adultos, fieles de infieles, en
la mayor cantidad posible, gritando que es por Alá, y luego mueren, seguros de
que el ascensor al paraíso subirá más rápido cuanto más pavoroso haya sido el
número de caídos.
Estos
mártires no son santos: son
criminales.
No
merecen recompensa, sino castigo.
Sus
almas no irán al paraíso, sino al infierno.
George
Chaya, estudioso del Medio Oriente, opina que ha empezado la intifada en
Occidente.
Antes
se limitaba a Israel.
La
inminente caída de Estado Islámico, por ejemplo, no garantiza la extinción de
esta plaga, sino su expansión.
Además
de las conocidas tareas de control, debe apuntarse al foco infeccioso.
No
basta con bajar la fiebre.
Su foco reside
en la perversión teológica.
Los
mal llamados "lobos solitarios" y los que actúan en grupos tienen
lavado el cerebro.
No
aceptan negociación alguna ni los asustan la represión o la muerte.
Creen
que sus actos los llevarán a un mundo mejor del que padecen.
Occidente
debe abandonar el miedo a que se lo llame "islamofóbico" y tiene que
-para su supervivencia- exigir que los maestros y clérigos de escuelas,
mezquitas y organizaciones sociales musulmanas condenen sin rodeos la perversa
concepción del martirio. Asesinar antes
de ser asesinado es un crimen sin rodeos.
Pueden
apoyarse en un simple dato teológico común a todas las religiones: la vida
constituye la más sublime creación de Alá (Dios).
Por
lo tanto, destruirla implica un atentado contra Alá, una extrema blasfemia,
peor que violar sus mandamientos.
O
insultarlo.
Por
esta razón, no se justifican las
hesitaciones para exigir que el lavado de cerebro apunte a la vida, no
al crimen.
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