Susana Viau - CLARÍN
Para reducir el impacto negativo que un ajuste de gran magnitud podía producir sobre su figura y con la certeza de que la tontería humana tiende a ensañarse con el mensajero, Cristina Fernández tercerizó la comunicación del hecho más rimbombante producido por su gobierno desde la Asignación Universal por Hijo: la eliminación de los subsidios a los servicios públicos fue informada por Amado Boudou y Julio De Vido mientras la jefa del Estado participaba en Cannes de los debates del G-20.
Para reducir el impacto negativo que un ajuste de gran magnitud podía producir sobre su figura y con la certeza de que la tontería humana tiende a ensañarse con el mensajero, Cristina Fernández tercerizó la comunicación del hecho más rimbombante producido por su gobierno desde la Asignación Universal por Hijo: la eliminación de los subsidios a los servicios públicos fue informada por Amado Boudou y Julio De Vido mientras la jefa del Estado participaba en Cannes de los debates del G-20.
El anuncio iba a revelar que, además de odiosas, las medidas habían sido
pergeñadas con un alto grado de improvisación.
Y, como siempre ocurre, la improvisación aporta incertidumbres: nadie ha
explicado todavía qué requisitos deberá reunir el consumidor que quiera
permanecer en la categoría de subsidiable; nadie sabe cuáles son las razones por
las que la perderá el que la pierda; quizás tampoco sea cuestión de lo que le
sobra o le falta a los usuarios sino del barrio en el que viven o si su
domicilio se halla dentro o fuera del corredor ribereño.
Pero hay todavía otro embrollo en puerta: es un enigma cuántos empleados y
cuántas oficinas públicas harán falta para responder las demandas de los
centenares de miles de ciudadanos que pretendan mantener el beneficio; cuántos
millones de trabajadores sociales harán falta para el informe ambiental al que
deberán someterse. Tampoco es seguro que el Correo Argentino tenga la capacidad
para procesar de golpe y porrazo, en los días de Navidad y Año Nuevo y en pleno
receso vacacional, los casi veinte millones de formularios enviados por las
empresas y sus consiguientes respuestas.
Por no prever, no se ha previsto siquiera cómo evitar las amansadoras que,
en enero y bajo un sol de justicia, deberán hacer los jubilados para mantenerse
dentro del régimen actual. En ese sector, igual que entre quienes viven pegados
a la línea de pobreza, no es habitual recurrir a Internet para las tramitaciones
burocráticas.
Eso sí, a la manera de los 150 millonarios norteamericanos que acaban de
pedir una suba en sus impuestos, los nombres de todos aquellos que renuncien
voluntariamente al subsidio serán incluidos en una lista patriótica que estará
disponible en el ciberespacio, un cuadro de honor en el que el Gobierno ya ha
indicado a sus funcionarios que deben inscribirse para predicar con el ejemplo y
generar una mística solidaria que ahuyente la desazón y frene el malhumor
social.
En coyunturas históricas complejas, las administraciones salientes suelen
permitirse algún gesto de grandeza y asumen los costos de decisiones impopulares
que, de otro modo, pesarían como una mochila prematura sobre las
administraciones entrantes.
En este caso, Cristina Fernández se sucede a sí misma y, por lo tanto, no
queda claro si las nuevas disposiciones constituyen el epílogo a su primer
mandato o el prólogo al segundo, si se asiste al cierre amargo y realista de una
etapa o es un simple sinceramiento post electoral, una viveza que lleva la marca
de agua del menemismo y su pragmática confesión de que “si contaba lo que
pensaba hacer no me votaba nadie”.
El viernes, en San Pedro y durante la conmemoración del combate de la
Vuelta de Obligado, la Presidente volvió a emparentarse con el riojano y su
visión de la historia del poder, esa concepción que le hizo decir a Luis
Stulman, un brillante e incisivo cuadro del radicalismo, que “el único propósito
del segundo mandato de Carlos Menem era preparar el tercero”.
Si el anciano senador fue el artífice de la repatriación de los restos de
Juan Manuel de Rosas, la Presidente se incluyó de lleno en las corrientes
revisionistas y la reivindicación de Encarnación Ezcurra. Con una divisa (punzó)
de los Colorados del Monte prendida en el pecho, elogió a “esa gran mujer
ocultada por la historia, verdadera inspiradora de la Revolución de los
Restauradores, que permitió precisamente que el Movimiento Federal pudiera
continuar”.
Encarnación Ezcurra era la máxima seguidora de su marido, el brigadier
general Juan Manuel de Rosas. Lo muestran las cartas que le enviaba cuando éste
andaba conquistando el desierto, matando a los indios a los que no lograba
domesticar con subsidios, o por las estancias. Fue ella, dicen, la que alentó la
formación de la Sociedad Popular Restauradora, en la que pululaban en extraña
mixtura los comerciantes y la soldadesca; ella incentivó el maximalismo de los
“federales apostólicos”, los rosistas, contra los federales moderados, los
“cismáticos”, los “lomos negros”. Y fue de la “Heroína de la Santa Federación”,
de esa dama porteña, devota de su esposo hasta el fanatismo, que nació, según
cuentan, la idea de hacer pasar como un complot contra él lo que no era sino el
juicio que el gobierno, en manos de los “lomos negros”, había iniciado contra el
periódico “El Restaurador de las Leyes”.
El día del juicio al periódico, los tenderos de la ciudad y los estancieros
satisfechos con el avance de las tropas sobre las tierras indias iniciaron una
sublevación en apoyo al brigadier general. Cosas de la vida: el general Agustín
de Pinedo, enviado a reprimir la algarada, en el trayecto cambió de parecer , se
sumó a los amotinados rosistas y pidió la renuncia del gobernador Juan Ramón
González Balcarce.
Esa fue la Revolución de los Restauradores con la que se emocionó la
Presidenta a las orillas del Paraná. Un acontecimiento que, hasta para el
historiador nacionalista católico Julio Irazusta, marcó el inicio de la tiranía,
es decir, de la concesión al nuevo jefe de las “facultades extraordinarias” y
“la suma del poder público”.
Para muchos otros estudiosos de la historia, aquella tiranía, aquella
Revolución de los Restauradores trajo consigo el ocaso de la libertad de prensa,
la liquidación de la disidencia, el largo camino de opositores y hasta de los
federales “cismáticos” hacia el exilio y las sangrientas escabechinas de
adversarios políticos organizadas por la Mazorca.
Contra las consecuencias de aquella paradójica “revolución restauradora”
fue escrito el artículo 29 de la Constitución de 1853 que declara “infames
traidores a la Patria” a quienes vuelvan a entregar a un individuo el poder
absoluto, a “quienes permitan que la vida, el honor y las fortunas de los
argentinos queden en manos de gobiernos o persona alguna..."
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