http://blogs.elpais.com/pamplinas/2011/12/k-p-2001.html
k = p + 2001
Aquella noche iba a ser una de tantas.
No había razón para que no lo fuera; sólo un par de
horas antes, nadie imaginaba que pudiera pasar todo aquello, aquella noche.
Es verdad que estábamos tensos, preocupados.
El corralito ya llevaba dos semanas de confusión y
bronca.
Esa tarde había habido saqueos en el Conurbano:
pasarían, como habían pasado tantas cosas.
Pero se anunció que el presidente hablaría por
cadena nacional:
En esos tiempos, un presidente hablando por la tele era algo anómalo, la marca de lo extraordinario.
En esos tiempos, un presidente hablando por la tele era algo anómalo, la marca de lo extraordinario.
Y aún así lo miramos –creo, el plural siempre es un
abuso– con cierta distancia, esperando retórica y pavadas.
Hasta que le oímos decir que había declarado el
estado de sitio.
No tenía sentido que declarara el estado de sitio; era violento que declarara el estado de sitio.
Yo lo putée entre dientes y dije hasta dónde pueden
llegar con las pelotudeces; Juan tenía diez años y le dio risa que dijera eso.
No habían pasado dos minutos que ya sonaban –tras
las ventanas de esa noche de verano– latas y
cacerolas: resonaban, crecían.
Fue entonces cuando le dije a Juan que saliéramos a
la vereda a ver qué onda.
Vivíamos, entonces, en una planta baja; tan poco
imaginamos que salimos descalzos.
En la esquina de la avenida había otros diez o
quince.
Miramos, comentamos; le dije a Juan que entráramos a
ponernos zapatillas: a prepararnos para algo.
Cuando volvimos a la vereda ya éramos tres o cuatro
docenas…
Entonces algunos empezaron a bajar a la calle y
cortaron la circulación de una de las manos.
Seguía llegando gente, algunos conocidos del barrio,
charlábamos, nos preguntábamos qué haríamos.
Al rato cerramos toda la avenida.
Habíamos cortado el tránsito pero no había tránsito,
y no teníamos ningún propósito preciso; tampoco podíamos quedarnos parados en
esa esquina.
Al rato ya éramos cientos y empezamos a caminar en
dirección al centro.
No sabíamos adónde íbamos, nadie había planeado
nada, pero esa noche en la plaza de Mayo fuimos muchos miles, y al día
siguiente en tantas calles y en menos de veinticuatro horas, de la Rúa se
escapó en su helicóptero.
Antes, sabemos, sus fuerzas represivas mataron mucha
gente.
Murieron treinta y ocho, cuyos nombres están muy
poco inscritos.
Y todo sin que nadie lo planeara:
Los
altos designios y las teorías conspirativas se derrumban a veces, cuando
millones de personas no soportan.
Eso fue, supongo, 2001: la sensación de que no
soportábamos más y las reacciones impensadas que semejante sensación produce.
Es bastante extraordinario cuando miles, millones de
personas hacen lo que no habían pensado.
Y cuando, además, eso que no habían pensado hacer
cambia –aunque sea un tantito– la historia:
“La Argentina sería muy distinta –peor, probablemente– sin los
levantamientos de diciembre 2001.
Lo sabemos: en esos días hubo marchas y más marchas,
más y más cacerolas, variados presidentes, bloopers diversos y hubo, sobre
todo, muchas personas buscando otras maneras.
Algunos sólo querían recuperar su plata; otros
pensamos que había más cosas que recuperar.
Los de la plata, como siempre, fueron más tenaces.
Quizá fuera pura ingenuidad, pero muchos creíamos
que podíamos inventar algo nuevo. Quedarán, de aquellos días, el grito de “Que se vayan todos…” y los intentos de resolver los asuntos sin
jefes, por encuentros, votaciones y consensos –su fracaso.
El 2001 tiene la rara actualidad de los aniversarios
pero tiene, sobre todo, presencia porque, en estos meses, crisis que parecen
parecidas tocan países ricos.
Ya lo dije aquí: españoles, italianos y otros
ancestros nos miran a nosotros argentinos como portadores de un supuesto saber,
el de bailar al borde del abismo.
Yo insisto en que son crisis muy distintas, que el
fondo de nuestro abismo era el hambre y la muerte –y no es, afortunadamente, el
caso de los europeos.
Pero también insisto en que hay una diferencia fundamental
entre 2001 y 2011:
Entonces el grito de que se vayan todos se refería a
“los políticos”...
Ese grupo de funcionarios de clase media percibidos como el enemigo; ahora, en cambio, los movimientos han identificado a su enemigo verdadero: los ricos.
Ese grupo de funcionarios de clase media percibidos como el enemigo; ahora, en cambio, los movimientos han identificado a su enemigo verdadero: los ricos.
Aunque, en última instancia, no critiquen una
estructura, un sistema económico, sino sus errores y excesos: la concentración
extrema que ha producido últimamente.
Y se hayan entretenido, por eso, en consignas tan
engañosas como ese slogan que separa el mundo en 99 y 1, donde parece que,
salvo los multimillonarios, todos los demás fuéramos más o menos lo mismo:
somos el 99%, dicen, ensaladan.
Es lo que solía llamarse populismo.
O, dicho de otro modo: una variante del discurso nacionalista, que pretende que todos los súbditos de una nación tienen intereses comunes –que se oponen a los de los súbditos de las otras.
Cuando, como bien sabe perogrullo, un obrero
argentino y su patrón argentino tienen, casi siempre –mientras no juegue la
selección–, intereses opuestos; lo mismo pasa dentro del 99)
Hace diez años, decía, creímos brevemente un par de
cosas.
Pero los argentinos somos veleidosos e impacientes, en el peor sentido de la palabra impacientes: incapaces, en general, de la paciencia necesaria para hacer cosas serias.
Así que en cuanto pasaron unos pocos meses y no
encontramos esas otras formas de funcionamiento sin papás, y vimos que la
economía no seguía cayendo sino que, llegada al fondo, empezaba a
laboriosamente remontar, volvimos a la idea de que mejor dejarse manejar por
papi.
Eran los meses de Duhalde y Lavagna; funcionaban –su
plan económico funcionaba– pero se parecían demasiado a lo anterior; fue
entonces cuando apareció Néstor Kirchner, simpático, farfullo so, entusiasta,
torpe, actualizado, y nos dio la oportunidad de volver a creer en los papás
buenazos.
Fue un aporte importante al sistema: a mediano
plazo, cuando se decanten las nubes de polvo de la historia, Kirchner será el
político que restableció la confianza en la delegación, que permitió que el sistema de política corruptita y autónoma siguiera
funcionando en la Argentina.
Para hacerlo, nos vendió un par de motos, se compró
un par de causas.
O sea: supo tomar en cuenta esos días de calles y
asambleas.
El kirchnerismo es la forma en que el peronismo leyó esos levantamientos y decidió adaptar su discurso y sus formas de poder a aquella realidad: cuando entendió que el modelo económico que había sostenido durante diez años no funcionaba y que sus víctimas no lo serían sin oponer cierta resistencia y que, para mantener su hegemonía, debía modificarlo.
O, dicho de otro modo: e
"El kirchnerismo es el peronismo más diciembre 2001"
"El kirchnerismo es el peronismo más diciembre 2001"
La suma de las formas de hacer y de poder del peronismo con algunas –muy pocas, muy leves– de las transformaciones que mucha gente buscaba en esos días de verano, furia y esperanza.
El trayecto fue extraño: de aquel grito de que se
vayan todos los políticos a estos políticos convertidos en grito –en mito, en
ruta, en campeonato– hay cursos y recursos y una herencia.
El
kirchnerismo, tan dado a los grandes montajes
funerales, no ha rendido a los muertos de 2001 los homenajes que podían
esperarse:
“Ni una condena a los responsables políticos de sus
muertes, ni una indemnización a sus deudos, ni una plaza o un cruce o una
escuela, ni un gran acto con músicos amigos...”
Sin ellos, el kirchnerismo no existiría: la herencia
de esos muertos es fuerte pero –parece– incómoda.
Con tanta más distancia, los muertos de los setentas
aparecen en cada pliegue del relato –y éstos tan poquito. (1)
¿Será porque éstos están más cerca en el tiempo y el
contexto y es más difícil hacerles decir lo que uno quiera?
¿O porque se levantaron contra un gobierno
constitucional y pueden ser un mal ejemplo?
¿O porque los mató esta democracia?
La solución, alguna noche inesperada.
..............................................................
NOTA:
Recordemos que la confiscación inconstitucional de 65.000 millones de dólares, cayó sobre 2 millones de ahorristas de "la tercera edad"
La Fundación Favaloro realizó un estudio de los fallecidos por el "corralón" de Eduardo Duhalde: 20.000
Y dejó a 10.000 con secuelas coronarias
Transcurridos 10 años existen ahorristas "con esos 10 años más"sobre sus espaldas y NO recuperaron un sólo dólar
¿O porque los mató esta democracia?
La solución, alguna noche inesperada.
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NOTA:
Recordemos que la confiscación inconstitucional de 65.000 millones de dólares, cayó sobre 2 millones de ahorristas de "la tercera edad"
La Fundación Favaloro realizó un estudio de los fallecidos por el "corralón" de Eduardo Duhalde: 20.000
Y dejó a 10.000 con secuelas coronarias
Transcurridos 10 años existen ahorristas "con esos 10 años más"sobre sus espaldas y NO recuperaron un sólo dólar
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