"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

lunes, 23 de enero de 2012

Sacrificios inútiles



En lo que a percepción mayoritaria se refiere, la gente tiende a valorar más la ayuda a otros hecha mediante sacrificio, a una igual o mejor promoción lograda a través del lucro.

Así, el sacrificio social “voluntario” concretado en el pago de más y más impuestos para redistribuir  -o más precisamente, subsidiar- será visto en general como preferible a la opción de su rebaja, aunque ciencia y experiencia indiquen que la reinversión productiva privada de tales excedentes generaría más bienestar para más personas, con mayor sustentabilidad.

Todo argentino o argentina “de izquierdas” aborrece, por ejemplo, reconocer que Bill Gates contribuyó mucho más a la prosperidad y libertad de las personas cuando estaba al frente de Microsoft que ahora, dedicado a la filantrópica tarea de donar cientos de millones de dólares de su patrimonio.

Se trata de una tendencia concupiscente (1) a favor del socialismo y en contra del capitalismo.
Tendencia desbocada en nuestro bello país a caballo de la des-educación y el adoctrinamiento en valores-basura, inculcados de modo clientelar durante décadas sobre mayorías convenientemente empobrecidas.

A pesar de su íntima conexión con otras inclinaciones naturales autodestructivas como la envidia, la soberbia, el odio o el resentimiento, la utopía socialista se percibe difuminada en una ensoñación virtuosa y de estética agradable, donde no parecen hacer mella sus resultados históricos reales tales como el duro forzamiento “legal” soportado por las minorías o la declinación económica de largo plazo registrada por el conjunto.
Por no hablar de la lacra de los líderes totalitarios engendrados o la pavorosa (y disolvente) corrupción promovida, hedionda podredumbre de robos y mentiras que sigue bloqueando todo intento de construir una sociedad justa y avanzada.

Dejemos que la psicología social explique cómo tal complejo de culpabilidad tiene el malévolo poder de impulsar a gente, sensata en otros sentidos, a volcarse en pulsiones negativas capaces de provocar la ruina de la comunidad a la que pertenecen.

Demás está decir que ese “hombre nuevo” socialista, obediente, desprendido y solidario, roca-base de todo sueño igualitario, no existe más que en sus imaginaciones.
Porque como bien señaló nuestra presidente, en la Argentina todos son socialistas con la plata de los demás.

Terminando de tal modo en el embudo del tobogán enjabonado que una y otra vez conduce, entre estúpidos festejos, a la “solución” final de la fuerza bruta.
Al amedrentamiento de las minorías, al uso vil de las mayorías y a la pura imposición.
Al saqueo coactivo a discreción del político con el garrote más largo, tanto como a la amenaza vengativa y codiciosa sobre quienes pretendan elaborar con esfuerzo cualquier clase de riqueza.

Acciones todas deplorables y primitivas de organización social, basadas en el más crudo sometimiento ciudadano.

En las antípodas (y fundados en la comprensión cabal de que los seres humanos son imperfectos), los pacifistas libertarios y los liberales en general, en cambio, rechazan por burda la “solución” de la fuerza bruta: ellos no pretenden forzar ni regimentar a golpe de decreto el surgimiento de superhombres altruistas.

Saben que una sociedad que para funcionar necesite de santas y santos o bien del terror (bajo una policía política), no es objetivo realista ni deseable y sostienen con fundamento que las palabras civilización y evolución (con acuerdo a lo enseñado por el cristianismo y otras grandes religiones), son hermanas gemelas de los conceptos libertad personal de elección y no-violencia.
O que los vocablos bienestar, crecimiento y poder económico son inseparables de los conceptos respeto (y responsabilidad) individual, libertad de negocios e integración global.

La pesada rueda de la evolución podrá parecernos lenta, pero gira.

De a uno, los argentinos irán pasando de aquella percepción atrasada de  forzamiento al igualitarismo mediante imposiciones económico-legales frenantes (pretendidamente a otros), a la percepción inteligente de “permitir” que la natural tendencia al lucro de todos quienes quieran arriesgarse a hacer algo (como Bill Gates) se exprese en todo su potencial, traccionando al progreso general… aún sin ser, en muchos casos, conscientes de ello.

Será un pasaje de conveniencia entre percepciones: del inútil sacrificio comunero, a los nuevos paradigmas en responsabilidad organizativa y eficiencia dinámica de la función empresarial.
Algo que puede tardar 2, 4… o 50 años pero que ocurrirá.

Decenas, cientos o miles de Bill Gates “recargados” argentinos dormirán, inconscientes de sus potencialidades, tanto tiempo como esta percepción popular quiera demorarse.

Y durante igual período de tiempo, claro, millones de argentinos continuarán cayendo bajo la metralla del Estado, basureados por la pobreza humillante del clientelismo,
conducidos por los mismos ladrones de bienes y esperanzas.

Pagar impuestos no es “contribuir a crecer” como publicita nuestro Estado ladrón,
sino exactamente lo contrario.

Porque, señores, tras el diluvio de creatividad e inversiones que posibilita la baja imposición, debe comprenderse que en tal situación la calidad de vida de todos mejora a escala multiplicada, aún cuando se profundicen las desigualdades y algunos Bill Gates obtengan miles de millones.

Ahorrémonos entonces todos esos sacrificios socialistas tan coactivos como contraproducentes,
haciendo primar al bienestar por sobre la envidia.

Como bien dijo el notable comediante y conductor televisivo norteamericano Penn Jillette:
"La democracia sin el respeto de los derechos individuales, apesta. 
Es la patota del patio escolar contra el chico raro. 
El hecho de que la mayoría piensa que sabe una manera de conseguir algo bueno, no les da derecho a usar la fuerza contra la minoría que no quiere pagar por ello. 
Y si tienes que recurrir a una pistola, entonces no tienes idea de lo que estás hablando..."

Nota: (1) Concupiscencia: propensión natural de los seres humanos a obrar el mal.

(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Justo J. Watson por gentileza de su autor.

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