Por Maximiliano Corradi (*)
Cuando nos hicimos seres humanos, asumimos una gran tarea: volvernos divinos. Esto no significa otra cosa que volver a desarrollar todo lo que hay en nosotros de disposiciones, aspectos y fuerzas divinos. La tarea de cada persona es entonces alcanzar la totalidad de nuestra herencia divina.
Donde hay amor propio y egocentrismo no puede haber paz, por tanto el altruismo hace surgir el sentido por lo comunitario. De manera que quien cultive la comunicación interna con todo lo que es, entrará a formar parte de la gran familia de Dios y promoverá el bien común. Tal como en el Cielo, así ha de llegar a ser también en la Tierra.
Si estamos apresados en la limitación de nuestro yo, no vemos la omnipotencia de Dios, que nos rodea.
No oímos Sus sensaciones de amor que nos susurra a través de innumerables bocas, por medio de los rayos de sol, mediante el viento, con los árboles y flores, con cada piedra, por medio de cada animal, con la irradiación de los astros.
Dondequiera que vayamos o estemos, está Dios.
Dios está en lo profundo de nuestros sentimientos, sensaciones, pensamientos y palabras.
Cuando nos hacemos conscientes de todo esto empezamos muy paulatinamente a despertar, en la conciencia de que somos hijos de Dios, herederos del infinito.
Tan sólo entonces nos pondremos en marcha, para recorrer consecuentemente el camino que lleva a El, porque habremos despertado.
Quien se duerme en lo mundano, piensa sólo en sí mismo.
Quien despierta, piensa cada vez más en Cristo.
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Maximiliano Corradi (www.vida-universal.org) por gentileza de su autor.
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