Por el Dr.
Jorge B. Lobo Aragón (*)
Suele suceder que llegue alguien al país, artista de cine, deportista campeón o lo que fuere, y no bien se baje del avión se le pregunte: ¿Qué opina de la Argentina? ¿Qué imagen tenemos en su país? Evidentemente tonto, pues no interesa la opinión del que no conoce y debiéramos preocuparnos por lo que somos y no por la dichosa "imagen".
Sin embargo es interesante cómo nos vea el extranjero inteligente, al que por lo mismo de ser extranjero se le ponen de manifiesto los detalles que nos distinguen de los demás, lo que nos caracteriza y de alguna manera nos identifica.
Es el caso de don José Ortega y Gasset
Nos conoció en 1916 cuando vino a dar unas conferencias cuyo mucho público daba buena idea del interés de los argentinos por la inteligencia.
Vino otra vez en 1928 y de Buenos Aires se fue a Chile en tren, de manera que miró la pampa por la ventanilla.
Y es admirable lo mucho que entendió de nosotros a través de ese vistazo a nuestro paisaje, o a nuestra falta de paisaje.
La pampa con su lejano horizonte como único detalle atractivo "es un ir hacia más allá, un aspirar, un anunciar que algo va a ser",
Lo que nos pinta, ilusionados con un futuro venturoso por desgracia casi siempre poblado sólo de materialidades que nos aparta de la realidad que vivimos.
“Cuando al llegar a la vejez mira atrás, no encuentra su vida, que no ha pasado por él, a la que no ha atendido, y halla sólo la huella dolorida y romántica de una existencia que no existió, una vida evaporada sin que se advierta”.
Como Ortega, amaba a la Argentina, y era generoso, nos expone nuestras lacras.
Teníamos virtudes: “el pueblo argentino no se contenta con ser una nación entre otras quiere un destino peraltado, exige de si mismo un futuro soberbio, no le sabría una historia sin triunfo y está resuelto a mandar".
Pero las virtudes se abandonan con facilidad, sobre todo si, como ahora, el Estado constantemente bombardea con su propaganda, para convencernos de que como nación somos una basura sin esperanza alguna.
Entre los vicios tenemos ¡y persiste! que se desempeñan funciones antes de tener capacidades.
Lo explica: en Europa hubo grupos de gente sabia y una juventud ávida por cultivarse, y de eso nacen las universidades.
Nosotros invertimos el proceso: necesitamos técnicas y conocimientos para explotar y administrar una riqueza y creamos las universidades sin tener primero los sabios, y así "las cátedras, los puestos, los huecos sociales surgen antes que los hombres capaces de llenarlos”.
Nos acostumbramos a que a las funciones las cumpla cualquiera; lo único que se necesita es audacia.
Por no dar ejemplos cercanos voy a referirme a otra provincia: a una señora, que tiene el único antecedente de un remoto papelillo cinematográfico, o el hecho de haber participando en Gran hermano o bailando por un sueño, se está dudando si hacerla diputada o senadora nacional.
Cualquier cosa: audacia no ha de faltarle.
Nos conoce de paso, pero llega adentro.
Ve que un vicio muy propio de nosotros es la guaranguería, “apetito de ser admirable, superlativo, único”, que nos hace agresivos para afirmar la confianza en los valores que nos atribuimos.
En su tercera venida, en una conferencia dictada en la Universidad, de La Plata el 27 de noviembre de 1939, nos espetó su célebre admonición: “¡argentinos a las cosas...!”
Si por favor…
Argentinos a las cosas...
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo del Dr. Jorge B. Lobo Aragón (Abogado, ex Juez y Fiscal en lo Penal y ex Legislador) por gentileza de su autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario