A LA GORRA. Amado Boudou
DIBUJO: PABLO TEMES.
Torpezas, contradicciones y patetismos vicepresidenciales.
La defensa de Echegaray y el aislamiento oficial.
Caída en velocidad.
Por Roberto García / PERFIL
Juan Pablo Schiavi perdió su puesto el día que explicó puerilmente el accidente de Once.
Pesó más la incapacidad de sus declaraciones que la cuestionable política de transporte.
Fue un escandaloso suicidio oral de un funcionario cuya tarea, entre otros menesteres, consistía en distribuir cuantiosos subsidios del Estado con escaso control.
Como los peces, murió por la boca.
Su sucesor, Alejandro Ramos, que no piensa renovar la política del área, se presenta como un garante de la continuidad, la cual para la Presidenta y su nuevo vocero en el tema, Julio De Vido, constituye un éxito monumental del kirchnerismo. Si persiste la presión social por los 51 muertos, en los próximos días es probable que aparten a los concesionarios del tren, como ya descartaron a otros empresarios cercanos como Mario Montoto y Sergio Taselli.
Cayó Schiavi por su nula destreza comunicacional (comparable a la del Gobierno y a la de la compañía frente a la tragedia); no se retira, como fingen, por razones de salud: el stent que le colocaron en verdad le repara y mejora la calidad de vida, casi como el cambio de un neumático gastado por otro nuevo en un auto. Pero Schiavi conserva sombras o angustias que obedecen más al transcurso judicial en el cual está complicado que a las dificultades de su cuerpo: sabe que ingresó al mundo de tribunales del cual, para salir –además de pesos– le costará un esfuerzo político. Se lo advirtieron otros involucrados, imputados en la responsabilidad del luctuoso episodio, quienes aspiran a compartir culpas y no convertirse por mandato divino, como temen, en “hijos de Hitler’’.
Desprenderse de Schiavi ha sido un respiro, pero el ahogo oficial persiste, aumentado. No pueden entender en el Gobierno que la torpeza del renunciado se haya reiterado y multiplicado con otro funcionario de más altura: el controvertido Amado Boudou. Luego de guardar silencio por más de un año (el mismo tiempo que se tomó para hablar ayer del tema Ricardo Echegaray, de la AFIP) sobre las sospechosas maquinaciones que le permitieron a un grupo apoderarse de la empresa Ciccone en las que le atribuían al vicepresidente –al menos– tráfico de influencias, salió a aclarar su falta de vínculo con uno de los titulares poco solventes del emprendimiento, obligado por una orden de la Rosada. Patético, ofreció más consignas que aclaraciones, se contradijo, ocultó información y, lo peor, expresó una preocupante oquedad conceptual (lo ampara en crear empleo y en sustituir importaciones). Para compensar el desastre, como si hubiera sido sorprendido in fraganti en una foto, dos días más tarde lo ubicaron de nuevo en la pantalla y ensayó un cambio: le endilgó la culpa de sus penurias a una empresa que también competía por el negocio de Ciccone con la que él dice que nada tiene que ver.
Sorprende que los espías del Gobierno no le hubieran notificado antes a Boudou que la familia Tabanelli, de Boldt (dedicada al negocio del juego, con apogeo en el duhaldismo de hace más de una década), pugnaba por el negocio como los amigos del vice y con el mismo tipo de artimañas. Más sorprende que él lo hubiera ignorado cuando su propia firma los desplazó para habilitar a otros y se presente a la sociedad como una víctima de facciosos poderes bonaerenses cuando, en rigor, todos los involucrados persiguen la misma prebenda del Estado para quedarse con la impresión de billetes. No hay otras connotaciones políticas: se trata de plata.
Las actuaciones penosas del vice en los medios favorecidos por el Gobierno se reconocen más erráticas e ingrávidas que las del propio Schiavi, un ingenuo desorientado ante la trágica emergencia. A Boudou, en cambio, no se le puede endilgar candor. Resultó casi una falta de respeto esa tardía respuesta del vice. Tan poco profesional que ni siquiera pareció que tuviese una alimentación previa de abogados y técnicos. Como si no los necesitara. Tamaña improvisación (no confundir con espontaneidad) provenía de quien hablaba para una sola persona, un único destinatario, a quien seguramente ha decepcionado y de cuya voluntad depende su respiración. Solo así puede entenderse su martilleo sobre las bondades de Cristina, el repetido convencimiento de que Ella es la autora intelectual de todo lo que ocurre y, como adicional, insistir con el eslogan de la congénita maldad de Clarín, sus socios bobos (La Nación, PERFIL), otros aprovechadores y hasta un núcleo de periodistas perversos a los que identificó como si fuera un jefe de inteligencia puesto a desempolvar conspiraciones. Obvio su argumento, casi de colegio primario.
Hasta ayer, tampoco lo ayudó la falta de solidaridad del equipo oficial, sea los que compartieron funciones en el gabinete o los que ahora lo acompañan en el Congreso (quienes creen que quiso apropiarse de cargos en el Senado como si eso fuera una Ciccone cualquiera), y menos aún encontrará a alguien que ponga las manos en el fuego por su transparencia. Incluso, cuando asiste a actos, quizás por gestos que interpretan como distanciamiento de la mandataria, parece un convidado de piedra, una presencia incómoda.
Si bien hubo instrucciones para que el periodismo afín, no necesariamente militante, lo entrevistara, sí se admite que el turbión sobre Boudou puede afectar otras jerarquías. Tal vez ese temor disminuya las desconfianzas varias que despierta el personaje, originada la primera en un disgusto con Máximo Kirchner. Una herida de compleja restauración en un hijo que, este año, se ha instalado más cerca de su madre, en el departamento de la familia, cumpliendo –dicen– un acuerdo con su hermana para estar un año cada uno, siempre acompañando a Cristina. Alguien que es consulta habitual de la Presidenta, que domina verticalmente un grupo político como La Cámpora (con más caciques que bases, así se entiende la forzada suspensión del acto que se iba a hacer ayer en Huracán, luego de meses de preparación) y que ha heredado ciertas costumbres nada recomendables del padre, como levantar la voz en exceso cuando ciertas órdenes no se cumplen. No es bienvenido Boudou en ese círculo.
Momento difícil entonces para quien se ha extinguido como presunto sucesor de Cristina en una elección futura y cuyo destino inmediato ha sido motivo de abrumadora conversación hasta en el Congreso. Es que el deterioro personal ha sido notable en apenas tres meses. Y, como se sabe, la velocidad aumenta en la caída.
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