Entre las varias definiciones que tiene el término competencia, queremos señalar hoy aquella que determina quien es competente, quien está capacitado, quien es capaz de asumir un rol y cumplirlo.
En ese sentido el término significa aptitud e idoneidad.
Es una atribución legítima que da autoridad para conocer y resolver un asunto o conflicto.
Es también un término jurídico que significa a quien le corresponde juzgar o entender en una causa.
Idoneidad significa tener capacidad, es decir ser apto para desempeñar el rol que se ocupa o que se ha asignado.
Nos guste o no, tiene que ver con la sabiduría, para tener capacidad hay que saber.
Un saber teórico y práctico.
Saber que se tiene entre manos, conocer el sistema, todas las variables y las minucias que hay en él.
Tener idea de su funcionamiento, de sus posibles defectos, y de cómo debe ser idealmente.
Y saber que puede fallar, y que hacer cuando falla, como solucionarlo, repararlo o sustituirlo.
Este saber es indispensable en la competencia.
En las sociedades contemporáneas la competencia esta dada por grupos institucionalizados, determinados por el Estado, quienes confieren títulos a ciertas personas los que le dan posibilidad de ejercer sus capacidades legalmente y ser reconocidos socialmente.
Las instituciones están dedicadas a formar al individuo mediante el estudio, es decir mediante el saber, y sus planes y formas son controlados por el Estado.
De esta forma se van creando grupos de hábiles en distintas especialidades, ya sea médicos, ingenieros, abogados, arquitectos, técnicos mecánicos, electricistas, plomeros, y otros.
Pero que pasa con el ejercicio de dichas especialidades, sobre todo en el ámbito político.
Muchas veces se deja de lado la capacidad o la habilidad a favor de cierto favoritismo o amiguismo, o de pertenencia política.
Entonces la competencia no es la misma.
Quien ejerce el rol no es tan competente, como el rol exige que lo sea.
En la práctica puede generar situaciones muy difíciles y hasta trágicas, y en circunstancias hasta gravísimas.
En nuestra época es muy común que las circunstancias políticas y/o económicas primen sobre el nivel de eficiencia y sobre la competencia y capacidad de las personas.
La situación es muy compleja, porque arrastra inconvenientes desde el principio.
La capacitación, los niveles de enseñanza, la forma de evaluación y lo requerido para la terminación de los cursos y de las carreras han sufrido en los últimos años una caída vertiginosa.
La exigencia no es la misma, y eso se ve en nuestros colegios, instituciones y universidades.
La capacitación y la puesta al día, post grado, también han sufrido una merma considerable.
Por lo tanto aun quienes se encuentran capacitados tienen una competencia menor a la necesaria.
Se ha visto en estos años exámenes de ingreso donde nadie aprueba, o solo unas pocas personas de las que se presentan logran cumplir con los requisitos exigidos para ingresar.
¿Quién es competente? y ¿porqué es tan importante la competencia, aun en el ejercicio de un servicio?
Porque depende no solo la eficiencia, sino la vida y la salud de la población que lo usa.
Y no hablamos sólo de la cabeza visible, el que actúa, sino del que controla, del que debe mantener con eficiencia los medios y del Estado que debe estar atento y regular todas las situaciones previsibles.
Hay una gran crisis de competencia, y la tarea hay que realizarla desde abajo hacia arriba, y en todos los niveles.
Elías D. Galati
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