"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 30 de marzo de 2012

La guerra es un sofisma que elude las cuestiones y no las resuelve.


Cómo las islas Malvinas pudieron haber sido argentinas sin derramar una sola gota de sangre...

"La guerra es un estado, un oficio, una profesión, que hace vivir a millones de hombres. Los militares forman su menor parte. La más numerosa y activa la forman los industriales que fabrican las armas y máquinas de guerra de mar y tierra, las municiones, los pertrechos: los que cultivan y enseñan la guerra como ciencia. El día que el pueblo se haga ejército y gobierno, la guerra dejará de existir, porque dejará de ser el monopolio industrial de una clase que la cultiva en su interés".
(Juan B. Alberdi, eminente hombre público argentino, estadista, sociólogo y filósofo -
San Miguel de Tucumán, 29-08-1810 / París (Francia), 18-06-1884).

Por Roberto C. Neira *
Corría el año 1973.
Héctor J. Cámpora había asumido la presidencia de la nación.
Hacía casi una década que me había iniciado profesionalmente en la actividad periodística, primero como fotógrafo y después como cronista de espectáculos.
Paralelamente, la pasión por el fútbol y el amor por la camiseta del club de mis amores, San Lorenzo de Almagro, me llevaron a integrarme a la Comisión de Prensa y Difusión de la institución de Boedo.

Durante esa gestión, una nota aparecida en la revista "Gente" relacionada con la vida cotidiana de los habitantes de las Islas Malvinas despertó mi atención. Descubrí, a través del relato del corresponsal argentino, que un periodista inglés, Patrick Watts, radicado en Puerto Stanley (para nosotros Puerto Argentino), simpatizaba con San Lorenzo.
El inglés, que estaba a cargo de la "Falklands Islands Broadcasting Station", única radio del archipiélago editaba también un periódico que se llamaba "Teaberry Express".

Interesado por el tema resolví buscar la forma de comunicarme con él.
Hablé con la redacción de la revista "Gente", en la calle Azopardo, y, después de varios intentos, conseguí que me facilitaran la dirección postal de Watts.
Le envié entonces una carta con membrete del club elogiando sus simpatías por el club.

Watts me respondió al cabo de dos semanas.
Escribía correctamente el español y me contó que había estado en Buenos Aires en un par de oportunidades.
Por lo tanto, conocía a los porteños, sus gustos, su forma de vida y la pasión que envolvía a los hinchas de fútbol.
Me relató que fue durante uno de esos viajes, cuando asistió por primera vez al "viejo gasómetro" de Avenida La Plata, recordado punto de reunión de importantes actividades deportivas nacionales e internacionales, que estaba situado en el predio que hoy ocupa el Hipermercado Carrefour.
En ese mismo estadio, PW vio por primera vez al equipo que de inmediato le hizo recordar la bandera inglesa por la similitud de los colores (azul y grana).

Al cabo de un tiempo y después de un breve y amable intercambio de correspondencia le envié la camiseta de San Lorenzo, equipo que en 1972 se había consagrado primer bi-campeón del fútbol argentino (1) -conquistando por esos tiempos el sexto campeonato en la historia del club).
La casaca azulgrana fue especialmente firmada por extraordinarios jugadores como: Irusta, Heredia, Ayala, Scotta, Fischer, Veglio, Figueroa y Chazarreta, entre otros.

Este fue el inicio de una idea o, si se quiere, para ser más coherente con la temática abordada, el puntapié inicial de intensas gestiones para concretar un viejo anhelo de argentino y de hincha: la posibilidad que por primera vez en la historia un equipo de fútbol argentino pusiera sus pies en las Islas Malvinas.

PW pareció aceptar el convite, aunque no parecía tan entusiasmado como yo.
Él se encargaría de allanar el camino con su gente y, en retribución al gesto deportivo de facilitarnos ese histórico y fraternal encuentro en las islas, San Lorenzo se haría cargo de los gastos que demandaría la presencia de un contingente de malvinenses (jugadores y dirigentes) en Buenos Aires, para realizar un partido amistoso en el estadio de Avenida La Plata, haciéndolos partícipes además de distintos agasajos que incluían un tour para conocer la ciudad y sus alrededores.

La idea entusiasmaba.
Por fin, a través del deporte, se podrían derribar las barreras de los desencuentros entre argentinos e ingleses en la disputa por las islas que, en la mayoría de los casos, fueron originados por actitudes violentas, agresivas e irresponsables de grupos de militantes políticos que preferían el enfrentamiento y la guerra, antes de intentar un entendimiento por medio de gestos pacíficos suficientemente elocuentes como para pensar en un futuro compartido.

Si en tantos años transcurridos desde la ocupación inglesa nadie había podido doblegar a los isleños a pesar de haber transcurrido etapas de relaciones amistosas, PW y yo, estábamos convencidos que teníamos por delante la mejor de las oportunidades; en nuestro caso, era el deporte el medio de acercamiento, pero pensábamos que después podrían estrecharse relaciones por medio de la cultura, el arte y el turismo.

La gigantesca maquinaria periodística que se podría montar en ambos países a raíz del histórico acontecimiento haría el resto...
Se rompería el hielo con los isleños más irreconciliables al enterarlos que la mayoría de los argentinos éramos gente de paz y surgiría, inevitablemente, la posibilidad de que algunos compatriotas pudieran radicarse en Malvinas lo que significaría que sus descendientes contaran con la nacionalidad argentina dejando un precedente extraordinario y se podría incrementar la provisión de alimentos, repuestos y materiales desde la Argentina que por esos tiempos efectuaban aviones de LADE
Todo lo demás era una cuestión diplomática a la que debían dedicarse ambos gobiernos para llegar a un acuerdo definitivo.

Tras los primeros contactos en la cancillería argentina y a pedido de los funcionarios el tema fue mantenido en el máximo secreto (solo estaban enterados el presidente Osvaldo Valiño, el secretario Carlos Andelsman y yo).
Sin embargo, era improbable que sin la decisión política del gobierno argentino las tratativas pudieran continuar por el camino correcto.

En agosto de 1973 y después de haber esperado casi un mes una respuesta, la cancillería argentina me negó la autorización para continuar con la tramitación alegando que estábamos en vísperas de una decisión MUY IMPORTANTE ante el foro de las naciones del mundo (ONU) con relación a las Islas Malvinas.

No tenía ni idea de qué se trataba y hasta especulé que al conocer los prolegómenos de la situación nos podían estar engañando para abrirle la puerta a algún otro equipo grande del fútbol argentino para llevar a cabo la idea, en razón de lo que podría significar semejante hazaña para la historia de un club de fútbol local.

El tema quedó stand by durante un tiempo.
PW en Malvinas no podía resolver nada, pues esperaba más de los argentinos que de los isleños.
Por más que intenté buscar una respuesta definitiva, el asunto estaba trabado por motivos que desconocía. Recuerdo que hasta tuve una reunión con el embajador inglés James Hutton, pero había silencio de radio por parte de ambas cancillerías.
Finalmente, todos los esfuerzos resultaron vanos y no se habló más del asunto.

Recién algunos años más tarde, en 1977, descubrí las razones que llevaron a sabotear el intento de una resolución favorable a un acuerdo mutuo entre Argentina e Inglaterra sobre las Islas Malvinas y, por consiguiente, el derrumbe de nuestro proyecto de confraternidad deportiva con los isleños.


LA SINRAZÓN ANTES QUE LA RAZÓN

Simultáneamente con la idea del desembarco de San Lorenzo en las Islas Malvinas, se habían iniciado "en secreto" entre el gobierno peronista y la cancillería inglesa diversos tanteos para la búsqueda de una solución definitiva sobre las islas.
El embajador Hutton tuvo una reunión privada con el canciller Alberto Vignes y le ofreció formalmente en nombre del gobierno inglés una propuesta de condominio por quince años. Después de esa fecha se devolverían las islas a la Argentina.
Vignes fue con la novedad a Perón y éste le recomendó aceptar:
¡Agarre, Vignes, agarre...! - le ordenó.

Perón tenía toda la intención de aceptar alguna fórmula que le permitiese poner un pie en Malvinas, lo que históricamente le hubiera valido un reconocimiento eterno, no solo de los peronistas sino de todos los argentinos.
Pero el problema era cómo convencer a los "muchachos".
Perón le dijo a Vignes que él se encargaría y lo haría en la Plaza de Mayo, como en las mejores épocas. Tendríamos las islas y sin perder una sola vida...
Vignes habló con el embajador inglés y le dio media palabra.
Ahora... vendría lo más difícil: buscar la aprobación en el congreso nacional.

A Vignes lo sabotearon dentro de su propio partido porque era un tipo muy resistido.
Cuando se corrió la noticia militantes justicialistas e integrantes de la bancada oficialista, se opusieron por distintas razones y comenzó un conflicto interno.
La respuesta a la solicitud de los ingleses quedó sepultada en un mar de confusiones, tires y aflojes.
La desconfianza entre unos y otros fue lo que provocó las más grandes rispideces.
Eran tiempos de odios y rencores.
En junio de 1974, falleció el embajador británico en Buenos Aires y el 1º de julio, murió Perón.
Cuando el nuevo embajador inglés se acreditó ante el gobierno de María Estela Martínez de Perón, volvió a referirse al tema, advirtiendo que el general Perón había aceptado la propuesta.

Isabel Perón, dijo no estar capacitada para tomar una decisión. Su respuesta, palabras más, palabras menos, fue: "Lamentablemente, no soy mi marido..."


Parte de esta historia, años más tarde, la contó Vignes a los periodistas del Ministerio y también al ex canciller justicialista Manuel Arauz Castex.
En todos sus términos fue ratificada por el entonces representante argentino en la ONU, Carlos Ortiz de Rozas.

Más tarde, durante el gobierno de la Junta Militar (en 1982), llegó la guerra de la mano de Galtieri y una nueva vuelta de tuerca en las relaciones con los isleños.

"En el fundamento racional del derecho de la guerra, esta no tiene más que un fundamento legítimo, y es el derecho de defender la propia existencia.
En este aspecto el derecho de matar se funda en el derecho de vivir, y solo en defensa de la vida se puede quitar la vida.
Saliendo de esa instancia, el homicidio es asesinato, sea de hombre a hombre, sea de nación a nación.
El derecho de mil no pesa más que el derecho de uno solo en la balanza de la justicia, y mil derechos juntos no pueden hacer que lo que es crimen sea un acto legítimo.
Basta saber esto para que todo el que hace la guerra pretenda hacerla en su defensa.
Nadie se confiesa agresor, lo mismo en las querellas individuales que en las de pueblo a pueblo.
Por lo tanto, como los dos no pueden ser agresores, ni los dos defensores a la vez, uno debe ser necesariamente el agresor, el atentador, el iniciador de la guerra, y, por lo tanto, el criminal"


CONCLUSIÓN
Las cartas que intercambié con PW quedaron olvidadas dentro de un cartapacio en algún rincón de la vieja sede de Avenida La Plata.
En 1974 renuncié a la Comisión de Prensa porque la producción periodística de un programa diario de cuatro horas en Radio Splendid me ocupaba la mayor parte del día.
Perdí el contacto con PW obligado por las circunstancias y no supe más nada de él.
Cuando se reiniciaron las relaciones diplomáticas con Gran Bretaña, durante el gobierno de Carlos Menem, alcancé estos mismos datos al canciller Guido Di Tella.

Claro que el estilo primoroso y cajetilla de Di Tella distaba mucho de ser lo suficientemente atractivo para los isleños.
De la barbarie de la violencia pasamos a la guerra, y, después, retornamos a una humillante búsqueda del acercamiento con los habitantes de las islas por el lado de las relaciones "carnales".
Ni una cosa ni la otra iban a poder solucionar el diferendo.
Di Tella, a pesar de todo, fue el más consustanciado con el problema porque él también padecía esa pasión sanlorencista que había servido de base a aquel primer intento en 1973.
Sé que sus hijos visitaron la isla hace unos años y estuvieron con PW.

Atando cabos, buscando referencias, pelos y señales, fui armando la historia en cada una de sus partes.
Por supuesto, doy fe de la que me corresponde como miembro de prensa del CASLA (Club San Lorenzo de Almagro)

Lamentablemente, a la luz de la verdad, el fracaso en las negociaciones siempre surgió de las disidencias y metodología con que manejan habitualmente la política interna y externa del país los dirigentes del justicialismo.
Por eso, hoy, observando en estos días como se desgastan quienes gobiernan para recordar a mártires y heroicos secuestradores de aviones (aclaro que no pongo en discusión sus valores morales y humanos, sino la razonabilidad de sus acciones), me pregunto:
¿Qué hubiera sido mejor para nuestro país? 
¿Cuál es el ejemplo que queremos darle a nuestra juventud? 
¿Es realmente un gesto patriótico que un grupo de gente armada secuestre un avión y lo desvíe a las Islas Malvinas para después perder la mejor oportunidad diplomática de la historia por las disidencias internas de un partido político y por la incapacidad de los que deben tomar las decisiones?

La historia que está escrita no se puede cambiar.
Es hora de reconocer errores y derrotas.
Pero pienso que, por lo menos, asumir estas circunstancias podría servir para que a la hora del balance histórico de nuestra época que seguramente harán las generaciones del futuro, algunos puedan reconciliarse con el pasado demostrando su valentía también para defender la paz y no para apostar siempre por la violencia y por la guerra.

(1) San Lorenzo ganó los dos torneos disputados en 1972: el Metropolitano, invicto por segunda vez consecutiva en la historia del profesionalismo (la primera fue en 1968) y el Nacional.
.......
* Mi agradecimiento al señor Neira por el envío de éste histórico documento


Gracias... siempre gracias a los hombres de buena voluntad...

Corina Ríos

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