Al margen de la semana
Por Néstor O. Scibona | Para LA NACION
Aunque no la haya mencionado una sola vez, el mensaje presidencial ante la Asamblea Legislativa dejó implícito que el gobierno de Cristina Kirchner seguirá cabalgando sobre una inflación no inferior al 20% anual como si se tratara de una política progresista, aunque sólo exista en un puñado de países de segunda categoría.
Como en otras tantas oportunidades, la Presidenta privilegió el relato oficial según el cual la inflación no existe si no se la menciona.
Así pudo comparar cifras que aumentaron espectacularmente entre 2003 y 2011, como si esos pesos tuvieran el mismo poder adquisitivo.
Ni siquiera se permitió corregirlas por los índices del Indec, que arrojan para toda la era K una inverosímil inflación acumulada de 104 por ciento.
La realidad indica, en cambio, que mantener durante siete años una inflación de dos dígitos, ocultarla con el IPC y reprimirla con tarifas subsidiadas y un tipo de cambio ajustado por debajo del aumento de costos, genera múltiples distorsiones que cada vez cuestan más corregir.
Por caso, quienes reciben desde hace dos años y medio la Asignación Universal por Hijo tuvieron una mejora nominal de 50% (pasó de 180 a 270 pesos mensuales), diluida por una inflación real difícil de calcular pero que habría orillado 70% en el mismo lapso.
Otro tanto ocurre con la reducción de la pobreza, sólo factible con las canastas del Indec o los precios del Mercado Central.
Aun los asalariados formales y empresas que lograron empatarle o ganarle a la inflación real, resignan buena parte de esa mejora debido a una mayor presión tributaria, a raíz de la falta de actualización del mínimo no imponible y las escalas del impuesto a las ganancias, o a la permanente reticencia oficial a ajustar por inflación los balances de las empresas.
La última aclaración del Banco Central, en el sentido de que sigue prohibida la indexación de contratos, es una media verdad: con inflación alta cada cual se las ingenió para mantenerlos relativamente actualizados; excepto los ahorristas en pesos a tasas negativas, que buscaron refugio en el consumo o, aún a pérdida, en la compra de dólares.
RECETAS SETENTISTAS
Esta vez, CFK fue por más, al consagrar un esquema que tiende a perpetuar la inflación más que a frenarla, como ocurría en los años 70 y 80, aunque con déficits fiscales desbordados.
La anunciada reforma de la carta orgánica del BCRA junto con la derogación del artículo de la ley de convertibilidad que establece el respaldo en dólares de la base monetaria, oficializa lo que de hecho venía ocurriendo: un creciente financiamiento inflacionario en pesos (vía "maquinita") de los gastos del Tesoro, que además recibe divisas del BCRA (unos 18.000 millones de dólares desde 2010) para atender sus pagos externos.
Esta modificación se veía venir.
Según el economista Luis Secco, en 2011 las transferencias del BCRA al Tesoro llegaron a 62.200 millones de pesos, equivalentes a 3,4% del PBI, cuando cuatro años antes ascendían a sólo 0,5 por ciento. Paralelamente, tras la caída del año pasado ya no hay reservas excedentes, dado que el stock total ahora representa 87% de la base monetaria.
Qué puede ocurrir en el futuro es una incógnita a medias.
Con la proliferación de controles en los últimos tres meses, el Gobierno dio señales contundentes de que busca blindar el stock de reservas del BCRA (unos 46.800 millones de dólares)
Serán más o menos rígidos según el ingreso de divisas por exportaciones.
En cambio, no ocurre lo mismo con las políticas fiscal y monetaria, que siguen sin mostrar demasiados signos de moderación.
En este contexto, la ausencia de un dique legal para emitir puede ser una tentación para seguir aumentando el gasto (más los aportes del BCRA al Tesoro) y también el crédito a tasas subsidiadas para estimular el consumo y la actividad económica, cuyo crecimiento viene mostrando una desaceleración en los últimos meses.
Pero en ese caso, los riesgos de mayores presiones inflacionarias y/o cambiarias serán objetivamente más altos.
Aunque el relato oficial indica que el rol ampliado del BCRA busca impulsar la producción y el empleo, el Gobierno está pagando el precio de no tener un plan económico articulado y explícito.
Lo reemplaza con invocaciones a "profundizar el modelo"; "sintonía fina caso por caso" o "controles para todos" que sólo aumentan la incertidumbre y frenan inversiones.
Lo mismo que los plenos poderes otorgados a Guillermo Moreno y a su exigencia de exportar un dólar por cada dólar que se importe (1x1).
En la práctica, esta presión genera triangulaciones y sobrecostos para empresas que no tienen experiencia exportadora, sin certeza de que vaya a haber un incremento adicional de las ventas externas.
Tiempo atrás, el ex ministro Martín Lousteau comparó esta exigencia con la de obligar a cada argentino que viaje al exterior a traer a un extranjero que compense aquí su gasto en divisas.
Tampoco hay certezas de cuál será el ahorro fiscal por quita de subsidios a los servicios públicos, que el Gobierno inició con todo ímpetu y luego frenó, aunque tal vez mantenga selectivamente para empresas que justifiquen problemas de competitividad.
Ni mucho menos por qué carriles transitará la negociación salarial en las próximas paritarias en el sector privado, después de los problemas oficiales en imponer a los gremios docentes una pauta de ajuste inferior a la del año pasado.
Los candados aplicados para cerrar la salida de divisas también dificultan el ingreso voluntario.
Una prueba micro es que los bancos aún no han logrado que los depósitos en dólares que perdieron a fines del año pasado tras los controles de la AFIP, pudieran subir desde el subsuelo (cajas de seguridad) a la planta alta (ventanillas de cajeros)
Estos depósitos, cuyos encajes forman parte de las reservas, también son vitales para prefinanciar o financiar exportaciones.
También los candados tienen una llave falseada con las crecientes importaciones de gas y combustibles, que ni Moreno puede frenar sin provocar problemas de abastecimiento, de precios, o de generación eléctrica.
Por eso el plenipotenciario secretario de Comercio Interior desempolvó otra receta setentista.
La misión comercial que hoy emprenderá rumbo a Angola -y más adelante a Azerbaiján- tiene el propósito de comprar petróleo a cambio de mayores exportaciones de productos argentinos, independientemente de su valor agregado.
Su objetivo final es aumentar el superávit comercial total en 4000 millones de dólares anuales, para contrarrestar el actual déficit energético.
Más de 200 empresarios se subirán entusiastamente al avión de Aerolíneas, ya sea para hacer negocios o para mostrarse condescendientes con el hiperactivo y controvertido funcionario.
Quienes se quedan no pueden disimular cierto escepticismo.
Por un lado, se trata de mercados pequeños que la Argentina nunca desarrolló.
Por otro, quienes peinan canas no pueden dejar de emparentar esas misiones con las que en 1974 llevaron a José Gelbard a Cuba, para exportar autos que nunca se cobraron; o a José López Rega a Libia para comprarle crudo a Khadafy y cuya contrapartida nunca pudo conocerse con certeza.
nestorscibona@gmail.com
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