Marc Antoni Broggi / La Vanguardia.es
Tolerar la soledad propia y mitigar la de los demás:
Éste sería un buen punto de partida.
Se debe aprender a estar solo, a retirarse dentro de sí para conocerse y tolerarse.
El miedo a hacerlo es temor a la vida, a ver cómo es y a aceptar nuestra condición:
"¿Què és la veritat?", se pregunta Espriu: "La solitud de l'home / i el seu secret esglai".
Uno debe poder vislumbrar este espanto y hacérselo propio, metabolizarlo.
Cultivar los momentos de soledad es una forma saludable de detenerse y ordenar en silencio aspectos internos (sentimientos, recuerdos, creencias)
Es una ocasión de construirse, de reconstruirse.
"A mis soledades voy / de mis soledades vengo / porque para andar conmigo / me bastan mis pensamientos".
Es razonable un cierto gusto por este refugio.
Incluso puede ser que, como Robinson Crusoe, el espanto venga de descubrir una huella inesperada en la arena de nuestra "isla", de ver que ninguna está completamente aislada, ninguna soledad es lo bastante hermética.
Porque, si cierta soledad es inevitable, también lo es la presencia de los demás:
Incluso nuestro silencio está poblado de sus voces.
Tarde o temprano descubrimos que nuestro verdadero y más sólido refugio es la convivencia mutua.
Que ella enriquece incluso nuestros momentos de soledad con recuerdos y la esperanza de vínculos más estrechos.
Y es una buena esperanza porque depende de nuestro esfuerzo.
Precisamente quien frecuenta la soledad estaría más dispuesto a compartirla, a ofrecer su hospitalidad:
Es decir, a recibir al otro tal como es, siempre distinto pero también herido por un "íntimo y secreto espanto" que debemos entrever y acompañar.
Acompañar no es imponer una presencia, sino saber estar allí.
Puede que todo el mundo deba sufrir y morir solo, se dice; pero nadie debe sentirse abandonado por la indiferencia de alrededor.
Es fundamental que note que se le ve y mira, quizás admira, por pasar lo que está pasando, por ser humano y padecer lo que padecemos.
Conociendo su fragilidad, se le debe acompañar "en el sentimiento" y ayudar contra el sufrimiento.
Debemos aprender a darnos un apoyo cálido para evitar la fría soledad no deseada.
La buena compañía dignifica a quien la recibe y a quien la da.
Y ayuda a respetar mejor cada intimidad.
Nos humaniza.
Más que las humanidades, será la disposición humanitaria, la solidaridad activa, la que nos ayude a hacer un mundo menos inhóspito y desolado y más habitable; quizá más alegre.
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