La compulsión del kirchnerismo por someter a la justicia, aun cuando tenga resultados muy mediocres, revela que aquella condescendencia se inspira en una afinidad.
Las
artimañas judiciales y parlamentarias del oficialismo para evitar que el
Consejo de la Magistratura, con su influencia sobre los tribunales, se le
escapen de las manos, pueden tener derivaciones en otros escenarios.
Uno
es el electoral.
Las
víctimas principales de la jugada montada en el Senado son Juan Schiaretti y
Martín Llaryora.
El
gobernador de Córdoba y su delfín para dentro de dos años deben maldecir la
proyección que le puede dar a Juez que lo conviertan en víctima de una
manipulación.
Juez
es el candidato más competitivo para ganar esa provincia.
Schiaretti
y Llaryora tal vez recuerden los innumerables beneficios que obtuvo otro
coterráneo, Fernando de la Rúa, a partir de que, en 1989, el PJ decidió
quitarle una banca porteña en el Senado, en una componenda con la Ucedé de los
Alsogaray.
La
embestida de la vicepresidenta contra la Corte tiene otra dimensión riesgosa
que ella, quizás, celebre: el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
No
hay que descartar que ese entendimiento, y el programa económico que se le
subordina, lleguen a la Corte por más de una vía.
La
más inmediata es la de las impugnaciones a medidas del Gobierno.
Por
ejemplo, aumentos de tarifas.
Durante
la gestión de Mauricio Macri, la Corte limitó esos ajustes.
El
voto más preciso fue el de Rosatti, quien sugirió que el precio de los
servicios públicos no podía subir más que la capacidad adquisitiva del salario.
Hoy
muchas voces kirchneristas reprochan a Fernández la caída en los ingresos.
No
debería sorprender que esa preocupación motive presentaciones judiciales.
El
máximo tribunal también podría recibir expedientes con reclamos de información
sobre lo que negoció Martín Guzmán en Washington.
Sin
ir más lejos, ya existe uno por el acuerdo de 2018: el caso “Codiani”.
Igual
que ya está a consideración de la Corte una causa para que se declare la
nulidad de aquel entendimiento del macrismo, que podría ser el antecedente para
una presentación similar para lo que acordó el actual gobierno.
El
paisaje general que presenta esta crisis alrededor del Consejo de la
Magistratura tiene peculiaridades conocidas. La más notoria es una inquietante mala praxis jurídica.
El
kirchnerismo, en ese plano, sale carísimo.
Es
posible que vuelva a demostrarse en poco tiempo, cuando la jueza del distrito
sur de Nueva York, Loretta Preska, falle en el caso del fondo Burford contra el
Estado e YPF.
Burford
compró un reclamo originario de los Eskenazi, de quienes se sospecha que
quedaron asociados en esa aventura judicial y financiera.
Pretende cobrar
14.000 millones de dólares.
La
causa dio lugar a un procedimiento de “Discovery”, que supone la exhibición de
toda la documentación ligada al conflicto.
Así
se conocieron unos correos electrónicos del entonces secretario de Energía de
Cristina Kirchner, Daniel Cameron, dirigidos al ex subsecretario de
Coordinación del Ministerio de Planificación Roberto Baratta.
En
esos mensajes, Cameron explicó a Baratta que para adquirir la mayoría de YPF el
camino más correcto sería respetar los estatutos de la empresa y realizar una
oferta pública.
Pero
sería el camino más caro: supondría
pagar 14.500 millones de dólares.
Por
eso, el consejo del secretario fue avanzar hacia una expropiación, a sabiendas
de que se expondrían a reclamos judiciales.
Burford,
siguiendo a los Eskenazi, pretende una indemnización por ese apartamiento de
los estatutos de YPF.
El
peligrosísimo error de ignorarlos, y ni siquiera justificar esa decisión en los
considerando de la expropiación, correspondió, en última instancia, a Carlos
Zannini, por entonces secretario de Legal y Técnica de Cristina Kirchner.
Hoy
Zannini es el procurador del Tesoro, es decir, el encargado de defender a la República de su propio desaguisado.
Se
trata de un amigo de los Eskenazi, sus indirectos beneficiarios, quienes acaban
de comprar por más de 130 millones de dólares el edificio República, de
Bouchard y Tucumán.
Zannini es el
cerebro jurídico de la misma persona que todavía no sabe salir de la trampa en
que ella misma se metió en su pelea con la Corte por el control de la Justicia.
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