Por Justo J. Watson (*)
Palabra mal usada en Argentina si la hay, quienes se consideran progresistas hoy dando primacía al Estado “redistribuidor”,
son en realidad idiotas útiles a la vigencia de los sistemas más retrógrados y de mayor descomposición ética del mundo.
Una categoría de preferencias inducidas a base de desinformación que, con leves variantes de grado y forma, captura ya a más de 8 de cada 10 electores en nuestro país.
Demás está decir que la conveniencia económica que esta clase de sistemas brinda a la asociación de élites políticas, sindicales y empresarias involucradas en la tarea desinformativa es de tal magnitud que explica, por si sola, tanto el aceitado funcionamiento del ilícito como la enorme cantidad de colaboracionistas desinformados que lo hacen posible.
Un verdadero (y mucho más valiente) progresismo implicaría exteriorizar las opiniones y votos tendientes al más rápido y sustentable progreso social y económico posible para el conjunto.
Y en especial al progreso de los millones de empobrecidos clientes crónicos del populismo.
Facilitándoles y multiplicando sus chances individuales de mejora y elevando su autoestima a través del satisfactorio (y familiarmente edificante) camino del propio esfuerzo.
Objetivo que se cumpliría en poco tiempo si decidiéramos liberar la potencia creadora de nuestro pueblo, hoy casi por completo maniatada.
Vemos en estos días cómo la acción -propia de país delincuente- de echar a empujones y robar a los europeos de Repsol YPF, que a su vez califica y define una vez más a nuestro gobierno (y a la oposición que lo apoya) se perpetra, justamente, bajo la pantalla de una de esas formas de maniatado: el nacionalismo.
Desde luego, no es necesario ningún “curro” petrolero comunal para garantizar nuestro progreso.
La primera potencia del mundo, Estados Unidos, no tuvo ni tiene petrolera nacional ni propiedad estatal del subsuelo.
El petróleo o el oro son allí de los particulares que lo encuentran.
Cosa que no obstó para que nos sacaran doscientos cuerpos de ventaja en el tema energético… y en casi todos los demás, claro, aunque eso sí, en cuestión de modelos apto-cretinos los argentinos seamos campeones.
Lo de Repsol YPF es solamente una etapa más en el raid del mismo ladrón despilfarrador, que viene de atracar a los asalariados mediante enormes impuestos al trabajo,
al agro con las retenciones,
a las AFJP con la captura del patrimonio de sus afiliados,
a la Anses y al Banco Central, desfalcados para abastecer el barril sin fondo de su “caja política clientelar”.
Como de costumbre, la asociación de las élites antes mencionadas se quedará aquí con todo lo que sea “negocio”, mientras que el costo de esta nueva sinvergüenzada será repartido con cargo al actual y futuro haber de los jubilados y al presente inflacionario, impositivo y de deuda de toda la población.
Mediando el siglo pasado, una persona a la que resulta difícil calificar de idiota como es el caso de Albert Einstein, definió con tristeza al nacionalismo como “el sarampión de la humanidad” ciertamente, una enfermedad infantil.
Una rémora destinada a ser superada en el curso de nuestra evolución como especie.
Una evolución que nos coloca hoy en el centro histórico de un cambio que importa la destribalización de multitudes estúpidamente masificadas por lazos clasistas, ideológicos, raciales o nacionales para pasar a la resocialización de cada persona en función de sus lazos de asociación cooperativa.
Hablar de civilización hoy es hablar de poner proa hacia la cooperación voluntaria y la empatía global, dejando gradualmente atrás la orilla -sucia y atrasada- de los enfrentamientos políticos basados en la envidia, en la violencia amenazante del “somos más”, en la corrupción clientelar y en el robo legalizado.
Estructuras sociales cada vez más complejas, coinciden hoy con una generación que ha crecido con Internet y que está habituada a interactuar en redes sociales abiertas, cada día más expansivas y densas.
Redes en las que se comparte información en lugar de acumularla, introduciendo nuevas fórmulas de riqueza dentro de un capitalismo inteligente, que fertilizará la innovación empresaria con beneficios populares cada vez más extendidos en la exacta medida en que retroceda la imposición de peso muerto estatal sobre la reinversión (y el consecuente crecimiento).
Un proceso que implica diferenciación, diversidad creativa, poder de autogestión asociativa y otras situaciones de similar tenor que apartan al individuo del sentimiento tribal que tanto daño frenante nos ha causado, acercándolo a un “yo” más y más personal.
Única plataforma civilizada desde donde podremos decidir sin coacción y con la mayor eficiencia de recursos, las mejores formas de coordinación en orden a la solidaridad, el ocio, los negocios, las reales necesidades institucionales, de servicios o ambientales.
Única forma efectiva, asimismo, de caminar desde la cleptocracia hacia la meritocracia.
La sociología de vanguardia (no la polvorienta sociología argentina de izquierdas) considera a esta transición en proceso como quizá la más radical e importante de la historia.
Un camino a través de grandes cambios tecnológicos que nos conduce hacia una civilización planetaria -que los físicos llaman de tipo I- donde la convergencia de las revoluciones en los campos de la energía y de las comunicaciones se sinergiza, modificando sin retorno la percepción temporal y espacial del ser humano.
Antes de fin de siglo y a medida que estos motores del progreso económico se extiendan, veremos a los Estados debilitarse en poder, utilidad e influencia, perdiendo también sentido la atrasada rigidez discriminante de sus fronteras nacionales.
Por eso, aferrarse en este siglo XXI al nacionalismo, equivale a haberse aferrado al coche de caballos a principios del siglo XX.
¿Tendrán nuestros referentes sociales el nivel suficiente como para darse cuenta de lo que la Argentina se juega esta vez?
¿De que las sociedades avanzan, se enriquecen y evolucionan a pesar de los Estados y no gracias a ellos? ¿O sólo seguirán preparando en colegios privados a sus hijos para que puedan irse del país?
¿Existe aquí en definitiva un progresismo, no nacionalista sino simplemente… inteligente?
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Justo J. Watson por gentileza de su autor.
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