La presencia del presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad en las exequias de Hugo Chávez le impidió a la presidenta de la Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, proclamarse simbólicamente como la heredera internacional del líder bolivariano (aunque en ese rol, Rafael Correa tiene mucho más para aportar).
Pactar con Ahmadinejad es de por sí lo suficientemente escandaloso como para, además, estrecharle la mano.
Por eso Cristina abandona, por ahora, sus ansias de liderar el chavismo internacional y se conforma con imponerlo en su país.
Por eso, para los comicios 2013, nace el chavismo cristinista.
Aparte de los chavistas venezolanos, nadie más que Cristina podría hablar en nombre del resto de los chavistas del mundo para despedir al líder fallecido.
Lástima que por esas cosas imprevistas del destino, Mahmud Ahmadinejad, el presidente de Irán, tuvo la mala ocurrencia de también ir a despedir a Hugo Chávez.
por CARLOS SALVADOR LA ROSA
CIUDAD DE MENDOZA (Los Andes).
Frente a la muerte del aliado y amigo, Cristina
Fernández tomó el primer avión, llevó la delegación más grande de todas y arribó
antes que nadie a Venezuela. No sólo buscó ser la primera en llegar sino que
imaginó ser la última en irse.
Aparte de los chavistas venezolanos, nadie más que ella podría hablar en
nombre del resto de los chavistas del mundo para despedir al líder fallecido.
Lástima que por esas cosas imprevistas del destino, Mahmud Ahmadinejad, el
presidente de Irán, tuvo la mala ocurrencia de también ir a despedir a Hugo
Chávez.
Con lo cual, para evitar el inconveniente encuentro, Cristina debió
retornar a la Argentina antes de tiempo, y entonces Mahmud terminó siendo el más
aplaudido de todos, cuando debía haberlo sido ella. Ocurriendo así el primer
daño colateral del acuerdo entre la Argentina e Irán: para poder ser la heredera
de Chávez, Cristina debió acercarse a Irán -el principal aliado mundial
del eje bolivariano- pero por acercarse a Irán, Cristina fue la única chavista
que no asistió al acto donde simbólicamente asumiría la herencia de
Chávez.
Por lo que, al quedarse sin el pan y sin la torta, deberá conformarse con
su chavismo doméstico, dejando para después sus veleidades de dominación
mundial. Antes deberá chavizar la Argentina. Y a por ello va.
Todos son corporativos, incluso los que atacan a las corporaciones.
La única diferencia entre nestorismo y cristinismo es que los negocios
económicos iniciados por él, ella busca consolidarlos mediante el intento de
crear un nuevo sistema político para que los negocios se
institucionalicen. Por eso se hace poco y nada en gestión concreta,
porque ¿para qué se va a reformar o mejorar un sistema que se pretende cambiar
por otro? Entonces todo el tiempo se lo ocupa en el relato, para ocultar o para
explicar lo inexplicable.
Y mientras nada cambia en la sociedad (que sobrevive de la soja, de los
subsidios que la soja permite y de los emparches de Moreno), el gobierno se
propone cambiar de manos todas las instituciones, a las que no llama
instituciones sino corporaciones, sean éstas públicas o privadas. Lo mismo da,
porque todas son el antro donde anida el enemigo.
Allí entra el sindicalismo, Clarín, la Iglesia, el campo, los empresarios
que no se le doblegan (de éstos van quedando cada vez menos), la Corte y toda la
Justicia (menos la liderada por la nueva pasionaria del cristinismo, la más
militante que procuradora Gils Carbó). Incluso es acusada de corporativa la
clase media, a la que ven como masa de maniobra de la oligarquía. La oposición
política es la empleada rastrera que hace lo que le dicen las corporaciones. Y
hasta la Constitución Nacional es una carta corporativa, ya que su contenido es
una mezcla del liberalismo oligárquico anti-rosista de 1853 y del neoliberalismo
menemista que se le sumó en 1994.
Sin embargo, no es que el gobierno quiera terminar con la lógica
corporativa, sino apropiarse de esas cosas que denomina corporaciones. Porque el
cristinismo no es un capitalismo de Estado sino un corporativismo de Estado que
busca un cambio de manos, no de contenidos.
El primer gobierno opositor de la historia. Según el guión oficialista,
Clarín es la verdadera Casa Rosada donde el país del pasado (aún hegemónico, no
en el voto sino en las instituciones y el sentido común de la sociedad que hace
los 13S o los 8N) domina a la Argentina real.
Ellos, el cristinismo, se ven a sí mismos como lo nuevo que desde
el Álamo presidencial de la resistencia, atacan con guerrillas verbales y con lo
que pueden (se les pueden disculpar ciertas desprolijidades porque no se sienten
el poder, sino los que luchan por tomarlo) al verdadero poder. Así logran tener
todos los privilegios que les da ocupar el Estado pero ninguna de sus
obligaciones. Pueden ser facciosos porque no son el poder real sino la
alternativa liberadora que ocupando un Estado aun con escaso poder, buscan
acumular mucho más para liberar a la sociedad, que aún sigue siendo de las
corporaciones.
Cristina es una resistente, más opositora que oficialista. Así todo lo
bueno que hace es porque logró vencer al sistema y todo lo que le sale mal -como
la tragedia de Once- es porque el sistema la logró vencer a ella. Pero culpa no
tiene ninguna, nunca, salvo quizá por no profundizar lo suficiente la
revolución.
La tarea del gobierno K no es gobernar, sino impedir que los que
gobiernan de facto lo sigan haciendo. Entonces al facto corporativo le imponen
el facto del gobierno. Pero, ojo, no se trata de una revolución que quiera
cambiar la estructura del país o el sistema o el estado real de las cosas. No
quieren cambiar nada de lo que está, sino quedárselo todo para ellos. Tinelli en
el Canal 13 es una herramienta de la contrarrevolución, Tinelli con ellos es
parte de la revolución, aunque en ambos casos Tinelli siga siendo nada más que
Tinelli.
Intentaron crear una contra-tevé “revolucionaria”, pero como no la
vio ni el gato al ser nada más que burda publicidad oficialista, ahora quieren
comprar con dinero público todo que tenga rating en la tevé comercial, o sea a
la tevé que venían ideológicamente a cambiar por una “liberadora”. Con
el Poder Judicial es igual que con los medios: bajo la excusa de su
democratización buscan quitarle toda autonomía. Lo mismo con el fútbol. Para
colmo, en su afán por hacerlos suyos, la mayoría de las veces, por
incompetencia, empeoran aquello de lo que se apropian, incluso lo que ya desde
antes andaba mal.
Mejor una revolución de mentiritas que una reforma de verdad. La Presidenta
se siente la jefa de una facción aún minoritaria ideológicamente pero
circunstancialmente votada por la mayoría (gracias a la contranatural alianza
con su peor enemigo, el PJ) en lucha contra un país dominado por las
corporaciones enemigas que se han apoderado de todas las instituciones, por lo
cual destruir a las instituciones es ganarle la batalla a las corporaciones. Al
eje del mal corporativo no se lo puede atacar respetando la lógica
institucional, porque esa es la lógica del enemigo. Por eso hay que saltearse
todos los pruritos institucionales.
El gobierno aplica una lógica militante y foquista, según la cual
las palabras no son para dialogar sino balas discursivas para derrotar al
enemigo. Es una concepción bélica de la política que no propone la insurrección
popular porque no tiene el fervor de las bases sino sólo el voto cautivo del
PJ.
Que, además, detrás de las palabras inflamadas busca alcanzar metas por
demás mezquinas, poco revolucionarias: la contención, no la promoción de los
pobres; la descolonización mental de las clases medias para que dejen de ser
idiotas útiles de las corporaciones; la cooptación de los ricos para que formen
parte de la nueva oligarquía (la de ellos) y no de la vieja oligarquía; y la
toma del poder real, que sólo es posible acabando con los PJ, los Clarines y
hasta la Corte Suprema, el mejor invento de Néstor, hoy visto como el peor
porque se pasó al enemigo.
Si el gobierno fuera reformista en vez de creerse revolucionario,
reformaría muchas cosas porque tiene todas las condiciones políticas para
hacerlo ante el debilitamiento de todos los poderes (corporativos o no
corporativos) después de la anarquía de 2001, pero no quiere reformar sino hacer
una revolución sin revolución, vale decir, cambiar de mano todos los poderes
institucionales para quedárselos todos, pero tal como los vaya recibiendo. No
quiere reformar lo malo del sistema sino ser su dueño. Es mero cambio de manos
bajo la excusa del cambio ideológico. No es cambio real, ni de ideas ni de
prácticas.
En síntesis, lo primero que hizo el kirchnerismo fue crear su base
económica y ahora desde la ideología justifica o trata de borrar la forma en que
se apoderó de todo el poder económico posible. En vez de cambiar el país se
cambiaron ellos; la profundización significa consolidar la nueva élite, que no
cambió nada pero ella se cambió toda.
Cristina se apropió de todo el discurso crítico que desarrolló la izquierda
nacional contra la lógica corporativa que la Argentina democrática no pudo
vencer y a veces hasta consolidó con nuevos modos. Cristina se convirtió en la
encarnación de ese discurso crítico para alegría de los escribas
progres que cayeron en la trampa como chorlitos, puesto que al estar
aislados por décadas en sus cenáculos minoritarios, sectarios y alejados del
poder real, creyeron que cuando alguien hablara igual que ellos haría lo que
ellos siempre soñaron. Sin embargo este gobierno no quiero generar una práctica
anticorporativa, sino apropiarse de ese discurso para ser la nueva
oligarquía.
El kirchnerismo ideológico es una módica revolución en sus
contenidos pero absolutamente ambiciosa en sus metas institucionales que se
lograrán el feliz día en que sus huestes militantes ocupen las instalaciones de
Clarín, destrocen al PJ, transformen al Poder Judicial en su escribanía como ya
lo es el Legislativo y consigan la reforma constitucional para eternizar a su
reina.
Toda la historia del kirchnerismo es el cambio de manos de un mismo poder
con un discurso tan transgresor como antiguo, de modo tal que sea revolucionario
en lo teórico y conservador en lo práctica. Una fórmula con la cual es imposible
hacer progresar a un país pero que es increíblemente eficaz para hacer progresar
individual y sectorialmente a los que lo sostienen, a esa élite que se
enriqueció en democracia, sobre todo en los gobiernos de Menem y
Kirchner.
Dicen hablar en nombre de los nuevos pobres pero en realidad hablan
en nombre de lo que ellos son, los nuevos ricos, aún en pugna con los viejos
ricos. En eso el kirchnerismo no sólo se representa a sí mismo, sino a
todo un nuevo sector del poder económico en lucha por imponer su dominación
sobre otros.
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