Por Enrique Valiente Noailles | LA NACION
Uno de los momentos más emocionantes de la elección de Francisco como papa fue el de la bendición.
Allí introdujo una forma novedosa: pidió ser bendecido antes de bendecir.
Pidió que la gente primero pidiera por él, inclinó la cabeza e hizo silencio.
Transmitió con ello que no se concebía como el punto de origen de la bendición, sino también como su receptor.
Y fue una muestra de necesitar de los demás, del mismo modo que los demás necesitan de él.
Creó con este gesto una indicación de reciprocidad y hermandad que es más necesaria para estos tiempos que la pura verticalidad.
Y que es todo el reverso de quienes son entronizados en el poder, y que pretenden apropiarse de él en vez de administrarlo como un préstamo.
Lo que nos retrotrae a nuestro país y a la pregunta:
¿por qué la indisimulable molestia inicial y frialdad de la Presidenta ante la elección de Francisco?
Probablemente no sea sólo por las razones ideológicas que explican un historial de desplantes, sino por la súbita aparición de una competencia en el campo del poder simbólico,
del poder de la palabra.
En efecto, todos en nuestro país, aún sus más acérrimos opositores, viven pendientes de lo que dice o calla Cristina.
Es el punto de referencia obligado, ante el que se arrodillan sus acólitos y del que dependen para guiar sus pasos también sus opositores.
Apropiándose para sí de la sentencia de Protágoras, hasta ahora había logrado que su palabra funcionara como la medida de todas las cosas.
Esto cambió súbitamente esta semana.
De un inesperado plumazo, la palabra de quien vive del relato quedó a la sombra de una palabra que la arrasa en términos de poder simbólico.
Y que encima comenzó predicando exactamente lo inverso de lo que la Presidenta exalta:
concordia y humildad.
La certeza de que es una batalla perdida de antemano es lo que lleva ahora a esas idas y vueltas en el tono y en el posicionamiento del oficialismo frente a la novedad.
No hay que olvidar, encima, que el relato invadió ilícitamente, con sus herramientas mitológicas, el campo en el que ahora se desenvuelve con naturalidad Francisco.
En efecto, en el ámbito de los rituales y de los gestos, cada vez más la Presidenta ha echado mano de la deificación, con la deliberada omisión del nombre de Néstor Kirchner cuando se lo alude con el simple artículo "Él".
Este intento se lleva a cabo también con la muerte de Hugo Chávez.
Sin ir más lejos, para el presidente encargado de Venezuela, Nicolás Maduro, Chávez hizo lobby en el cielo para que Francisco fuera designado.
Es que el "vamos por todo" intenta también utilizar las zonas ultra-terrenales.
Pero del dominio de este terreno el kirchnerismo acaba de ser desalojado en forma abrupta.
No sin cierto temor de que el poder de límites intangibles de Francisco pueda extenderse a su vez sobre cuestiones terrenales mucho más concretas.
La elección de Francisco colocó en el horizonte una figura humilde que contrasta fuertemente con el estilo de la Presidenta.
Pero sería injusto contrastar a Francisco sólo con ella.
En algún punto representa también la contra cara de la altanería argentina.
Pero así como un viejo dicho sostiene
"Dime de qué te jactas y te diré de qué careces",
a estas alturas es evidente que la elevada autoestima nacional es una fabricación artificial que tiene como posible motivación un sentimiento exactamente inverso.
Velozmente autorreferenciales para los méritos, sería ilegítimo que los argentinos sintamos como propios los de la elección de Francisco como papa, que le pertenecen a él.
Curiosamente, sentimos que las virtudes de nuestros grandes hombres nos pertenecen, pero no que los vicios de nuestros peores ejemplos nos conciernan.
En todo caso, el tono, la sencillez y la humildad que ha mostrado Francisco no se parecen en nada hoy al rostro de la Argentina.
Tal vez nos sintamos como aquel hombre que le pidió un retrato a Picasso.
Luego de posar esforzadamente durante algunos meses, Picasso le mostró el resultado, que nada tenía que ver con el original.
Y le dijo, con una palmada en el hombro:
"Ahora, hombre, a parecerse..."
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