"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

lunes, 15 de julio de 2013

Estado de corrupción

  • LUIS I. GÓMEZ *
    Apenas nos quedan la pataleta pancartera, el escrache tele dirigido y la indignación frente a las sedes de los “enemigos”.
    Todo parece indicar que el castillo de naipes sobre el que habíamos fundamentado nuestra democracia se va al garete. 
    Hoy más que nunca somos conscientes de la fragilidad de nuestras instituciones, de la volatilidad, de la estructura del Estado y de la ignominia corrupta en la que viven inmersos nuestros políticos. 
    La Ley ha dejado de ser garantía de convivencia desde el momento en que el poder político se adueñó de las decisiones del poder judicial. 
    Son los caprichos de los gobernantes de turno, nuevos reyezuelos feudales ávidos de poder y riqueza los que hoy dictan verdades y persiguen mentiras. 
    La prensa pone en solfa, la calle entona, pero nadie da el paso definitivo que nos permita rescatarnos de las estructuras en las que nos ahogamos.
  • Mariano Rajoy, el Partido Popular contra las cuerdas. 
    Alfredo Rubalcaba, el Partido Socialista Obrero Español, contra las cuerdas. 
    De los ERE a los Bárcenas pasando por... que les voy a contar yo que ustedes no sepan. 
    Toca exigir responsabilidad a nuestros políticos. 
    Pero para ello hemos de ser nosotros también responsables.
    La responsabilidad es una virtud que surge sólo cuando existe espacio para su desarrollo
    Un espacio de equilibrio entre oportunidades y riesgos, un espacio de libertad. 
    El comportamiento humano implica siempre consecuencias. 
    Las consecuencias de nuestros actos, sin embargo, no son predictibles, porque tienen lugar en el futuro. 
    Por lo tanto, cada acción humana es una especulación. 
    Y como tras toda especulación, existe la posibilidad de satisfacer necesidades, pero también se corre el riesgo de fracasar. 

    Esta incertidumbre es la que permite el desarrollo de otra virtud: la prudencia. 
    Podemos iniciar o rechazar una acción en función de nuestra experiencia, de nuestra prudencia. 
    Pero ello no nos eximirá jamás de la responsabilidad asociada a nuestra acción. 
    Cuando una persona es responsable, asume que también puede equivocarse y deberá aceptar y asumir las consecuencias de sus actos, las buenas y las menos buenas. 
    Precisamente es la toma de conciencia de que las propias acciones acarrean consecuencias la que hace de la responsabilidad (y su asunción) una virtud ineludible en el ejercicio de la libertad.
    Sin embargo, nos han educado en otros principios: 
    Cada vez son más las normas y leyes que regulan nuestras vidas. 
    Más las prohibiciones encaminadas a asegurar que nuestro comportamiento se adapte al canon establecido por el poder de turno. 
    No piense por sí mismo, la verdadera virtud está en no pensar. 
    No decida por sí mismo, lo verdaderamente virtuoso es no tener que tomar decisiones. 
    Cuanto menos puedan decidir los individuos, menor será el grado de incertidumbre, resultando en una mayor capacidad de previsión de quien ostenta el poder. 
    La relación de causalidad entre la acción y la consecuencia se desequilibra, se distorsiona y, en caso de causar un daño, se socializa.
    Pero España es una nación de sordos. 
    Cansados y amantes de los tópicos confundimos la imperiosa necesidad de pensar con la comodidad de la cita. La historia convertida en novela histórica, invitándonos a pintar de ficción lo que nos duele, añorar lo que no fue y desdecir lo mil veces jurado.
    El Estado, madre de unos, la puta de otros, aún siendo, no crea, no actúa, no siente. 

    Sólo los hijos (y los de puta) crean, sienten, actúan. 
    La libertad y la justicia no nacen del estado o los partidos políticos, ni se mantienen sobre ellos. 

    La libertad y la justicia necesitan de consciencia y voluntad, algo de lo que carecen los estados y los partidos. 
    La libertad necesita de alguien que pronuncie un “yo quiero serme libre”. 
    Sin tapujos, sin dobles fondos, desde la contundencia de su realidad. 
    Y desde esta voluntad nace la justicia, basada en una forma de modestia casi perfecta porque para llegar a realizarse impone la renuncia en la negociación, basada en la libertad individual y el respeto a la libertad del otro, libre de prejuicios y sospechas apriorísticas, generadora de verdadera igualdad.
    Hoy la irresponsabilidad y la decadencia, causantes de la soberbia y la corrupción, se han convertido en los pilares de nuestra sociedad. 
    Asistimos así al continúo espectáculo de transformismo social en el que nada es más fácil que culpar a la sociedad o al otro de los propios errores y sus causas. 
    Es la consecuencia lógica tras años de adiestramiento en los principios del “somos víctimas de las circunstancias” y del “ya se encarga el estado de solucionarlo”. 
    Y perdemos toda perspectiva del verdadero sentido del concepto justicia cuando aplicamos los mismos principios a los errores de los otros. 

    Al mismo tiempo asumimos la mentalidad del rellenador de formularios y “hacedor de cruces en la casilla correcta”, lo que sin duda no nos proporciona una mejor vida, pero nos permite aferrarnos a la fantasía de que retrasa considerablemente el día en que tengamos que abandonarla. 
    La divisa es clara: todo lo que no está recogido en las leyes debe ser ignorado; nada que no pueda ser ignorado debe escapar a la reglamentación.
    Y si, contra todo pronóstico, algo va mal, el responsable es quien redactó los formularios. 
    Después de todo era SU responsabilidad y no la Mía haber previsto todos los imprevistos – y ello sin abandonar el despacho, todo sea dicho de paso. 
    El resultado es el grito del mudo: impotencia. 
    Dejemos los dramatismos para tiempos de gloria. 
    Estos son tiempos de escoria. 
    Es una época de sordos.
    La democracia es ya sólo partidocracia, lugar común de políticos profesionales y sin escrúpulos, adoradores del poder por el poder. 
    Los ciudadanos hemos quedado definitivamente fuera de juego. 
    Las listas cerradas que votamos cada 4 años no son ya sino el alibi tras el que escondemos la vergüenza que sentimos por haber renunciado al ejercicio de nuestra responsabilidad.
    Y por eso hemos perdido legitimidad para exigir de otros que asuman sus responsabilidades. 
    Apenas nos quedan la pataleta pancartera, el escrache tele dirigido y la indignación frente a las sedes de los “enemigos”.
    Qué pena: aquí no dimite nadie.
    ...
    Luis I. Gómez
    @Luis_I_Gomez
    Bioquímico, fundador y CEO de INDAGO GmbH. Fundador y editor del blog Desde el exilio. 
    (Un tipo majo si no le tocan las narices :) Don't tread on me!
    Leipzig, Germany · desdeelexilio.com

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