"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

jueves, 5 de diciembre de 2013

Muere Nelson Mandela

El líder antiapartheid y Nobel de la Paz fallece en Johannesburgo, aunque su leyenda es inmortal

A veces, la inocencia de un niño resume la pena de una nación.
Hace unos meses, Thsepiso Thebe, de apenas seis años de edad, fue franco, como sólo lo saben ser los niños, cuando este periodista le preguntó por Nelson Mandela.
- "Cuando Madiba muera, lloraré mucho", avisó.
Hoy, toda Sudáfrica llora con él.
Nelson Mandela ha muerto a los 95 años de edad a causa de las complicaciones en una larga lucha contra sus pulmones enfermos desde su larga estancia en la cárcel.

El líder xhosa fue la figura clave de la historia reciente de su país, pero no sólo eso.
El preso 46.664 de Robben Island será recordado como una referencia histórica, incluso una inspiración, en el terreno de los valores y los ideales.
Un mito de nuestro tiempo porque reconcilió a una Sudáfrica que se derrumbaba entre el odio al diferente y porque salvó a una nación de las garras de la guerra civil
.
Ha muerto el héroe Mandela. Nace la leyenda.
Nacido en una zona rural del sureste de Sudáfrica, el pequeño se llamó Rolihlahla, "quien se balancea en las ramas de los árboles" en lengua xhosa, pero recibió el nombre de Nelson de un profesora en su primera escuela.
No adquirió consciencia política hasta la adolescencia.
Pero cuando lo hizo, le hirvió la sangre al encontrarse un país que otorgaba menos derechos a los negros y apostaba por la segregación de la población según el color de piel.
Su lucha y activismo para recuperar la dignidad de su pueblo se inició con una tenacidad y un desaliento inquebrantables.
Siguió así hasta el día de su muerte.
Mandela fue siempre Mandela.
Hasta el final.

No es difícil caer en la tentación de trenzar una hagiografía para describir el pasado de Madiba, como se le conocía cariñosamente en su etnia xhosa.
Pero el ex mandatario no fue un beato.
Tampoco quiso ser considerado como tal.
- "No soy un santo, nunca lo he sido ni siquiera si uno se refiere a que, en la tierra, un santo es un pecador que intenta mejorar", escribió en el libro Conversaciones conmigo mismo.

Cuando la presión racista del apartheid era asfixiante, Mandela empuñó las armas.
Poco después de la masacre de Sharpeville, que causó 69 muertos por la represión de la policía en los años más oscuros del racismo hecho gobierno, Mandela explotó.
Cuando el gobierno blanco sudafricano prohibió los sindicatos y la oposición política, su partido, el Congreso Nacional Africano, creó el brazo armado de la organización y colocó a Madiba al frente.
Realizó un entrenamiento militar en Etiopía y en el norte de África.
Mandela reaccionó ante las injusticias de su alrededor con rebeldía e inteligencia.

No fue Ghandi ni lo quiso ser.
Pero aprendió que el diálogo con el enemigo era la única salida.
Fue capaz de aceptar equivocaciones.
"A diferencia de ciertos políticos, yo soy capaz de admitir un error", dijo.
Mandela se definía a sí mismo en sus inicios como demasiado arrogante.
También se reprochó no haber dado el reconocimiento merecido a compañeros de lucha que le ayudaron a izarse en símbolo de la liberación del pueblo negro.
Robben Island, la isla a tiro de piedra de Ciudad del Cabo donde el preso 46.664 pasó 18 de los 27 años de cárcel, tuvo mucho que ver con esa capacidad de pausa.
Mandela aprovechó el encierro para aprender y alimentar sus ansias de liberación pero, principalmente, para pensar.
Pudo haber salido mal.
"En prisión te enfrentas cara a cara con el tiempo. No hay nada más terrible", confesó.

Aprendió la lengua del enemigo, el afrikaans, para comprenderle mejor, y fue capaz de liderar la reconciliación de una nación herida.
Tuvo el valor, y la bondad, de querer ser el líder de un país, sin distinción de razas.
En 1994, Mandela se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica, y hasta ahora ha sido el mejor. En 1999, después de un sólo mandato, cedió el poder en un gesto inusual en África.
Hasta su retiro de la vida pública, en el 2004, Mandela se dedicó a su fundación y a luchar contra el sida, en un gesto que le posicionó frente al entonces presidente Mbeki, que tenía una actitud laxa respecto al problema de esta pandemia en Sudáfrica, donde hay 5,7 millones de personas infectadas con el VIH.
Madiba envejeció en su casa de Houghton, barrio acomodado de Johannesburgo, rodeado de su familia y su tercera mujer, la mozambiqueña Graça Machel.
En los últimos años pasó largas temporadas en Qunu, la aldea de su infancia.
A nadie le extrañó.
Según la tradición xhosa, los ancianos regresan a sus raíces para despedirse de los suyos.
Así murió ayer también.
Rodeado de familiares y amigos y con el eco cariñoso de todo un pueblo –un mundo entero– que le brinda aplausos de cariño y admiración.

Cuando se sequen las lágrimas, quedará el recuerdo de un Mandela que fue y será siempre el icono de la libertad y de la lucha contra el régimen racista del apartheid.
Su agilidad política y su alma reconciliadora le reservan un sitio entre los hombres más importantes del siglo XX. Madiba fue un hombre hecho con el material con el que se moldea a los verdaderos héroes.
Tan sencillo y tan difícil a la vez.

Hoy, Sudáfrica y el planeta lloran a Mandela porque fue un hombre que, cuando era más difícil, estuvo a la altura de la historia que le tocó protagonizar.
"Descansa en paz, anciano Madiba." 
"Lala ngo’xolo, tata Madiba". 

No hay expresión de mayor respeto en la lengua xhosa.

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